Una mirada poética hacia ‘El otro’
Fuente: Ricard González (elpais.com)
La primera escena de El otro es una conversación de una pareja de amigos. Uno habla en árabe y el otro en castellano. Su falta de entendimiento lingüístico no les genera desconfianza o miedo, sino más bien curiosidad, y el deseo de descubrir los sentimientos del otro. La voluntad de ponerse en su piel. Una actitud que el director y actor teatral Marco Magoa (Madrid, 1972) reivindica como bálsamo para un tiempo presente marcado por el signo del egoísmo y la confusión.
La primera escena de El otro es una conversación de una pareja de amigos. Uno habla en árabe y el otro en castellano. Su falta de entendimiento lingüístico no les genera desconfianza o miedo, sino más bien curiosidad, y el deseo de descubrir los sentimientos del otro. La voluntad de ponerse en su piel. Una actitud que el director y actor teatral Marco Magoa (Madrid, 1972) reivindica como bálsamo para un tiempo presente marcado por el signo del egoísmo y la confusión.
La obra, que se estrena mañana en el Teatro Falaki de El Cairo gracias al patrocinio de la Embajada española, es un collage de poesías de dos de los poetas españoles contemporáneos más reconocidos, José Hierro y Ángel González. El amor, sentido a menudo tras la pérdida del ser querido, la muerte, y la nostalgia por el paso del tiempo son los temas que escogió Magoa para hilvanar un relato en el que los protagonistas, más que personajes con un carácter definido, son memorias y sueños.
“Me interesaba explorar cómo estos dos autores veían estos grandes motivos del arte universal. Puesto que la Guerra Civil y la posguerra marcaron de forma traumática sus vidas, la suya es una sensibilidad muy particular”, sostiene el joven director, que comparte escenario con otros tres actores, y un bailarín. “González y Hierro tienen una capacidad especial de empatizar con el prójimo, de sentir a través de él”, añade.
En El otro, el poderío expresivo de la lírica de estos dos poetas, fallecidos durante la última década, se combina con una puesta en escena muy plástica, que incorpora la danza, la proyección de imágenes en una gran pantalla, y el armónico chapoteo de los actores en una pequeña piscina. También incluye el colorido de los trajes folclóricos asturianos, con los que se visten algunos de los personajes de la obra, y la música tradicional de esta misma región cantábrica.
“Después de estrenar el año pasado aquí mismo unas Bodas de sangreambientadas en Egipto, esta vez quería volver con algo más ligero y divertido. A la vez, también me movían las ganas de acercar la cultura popular española menos conocida en el exterior, y en concreto, la de mi tierra, Asturias”, comenta Magoa, un gijonés orgulloso y nostálgico de su terruño. Y también del mar, un elemento bien presente en su última creación.
Aunque para muchos el mundo árabe es la expresión más pura de la alteridad, el director no tenía en mente este enfoque cuando concibió la pieza. El vínculo entre España y Egipto más bien hay que buscarlo en sus respectivas experiencias de largas dictaduras, y la consiguiente represión política y cultural.
Para Magoa, la conexión entre ambos países, entre ambos mundos, es muy personal. Él estaba aquí cuando estalló la Revolución, y lleva cerca de una década de vida nómada por varios países árabes. Domina perfectamente la lengua árabe, lo que permite a los proyectos de su compañía, teatro4m, destilar una auténtica fusión cultural. Su método de trabajo consiste en desplazarse al país donde estrenará su obra varios meses antes para hacer un casting con actores locales. Su próximo destino es Marruecos, donde representará El Lazarillo de Tormes.
“Olvidemos el llanto... Habrá palabras nuevas para la nueva historia, y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde”, dice uno de los actores justo antes de que caiga el telón. Un punto y final optimista para una país y una región en mitad de una azarosa transición.
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