Ruben Ochandiano: “Estoy harto de que me retraten como un superintenso”
Fuente: Lucas Arraut (elpais.com)
En agosto de 2009, Rubén Ochandiano tocó fondo. Se divorció, se rompió el pie, se apuntó a terapia y decidió que para levantarse debía empezar por cortar una relación con sus padres que consideraba “tóxica”. Tres años después, y apenas 12 horas antes de que su debut literario alcance las librerías, el actor se reconoce en paz con el mundo, no tanto con su estirpe. “Estoy buscando el momento de llamar a mi madre para pedirle que no lea la novela desde el dolor”, confiesa. A ella le dedica Historia de amor sin título (Suma de letras). “Con todo mi amor y el deseo de que algún día sea feliz”.
En agosto de 2009, Rubén Ochandiano tocó fondo. Se divorció, se rompió el pie, se apuntó a terapia y decidió que para levantarse debía empezar por cortar una relación con sus padres que consideraba “tóxica”. Tres años después, y apenas 12 horas antes de que su debut literario alcance las librerías, el actor se reconoce en paz con el mundo, no tanto con su estirpe. “Estoy buscando el momento de llamar a mi madre para pedirle que no lea la novela desde el dolor”, confiesa. A ella le dedica Historia de amor sin título (Suma de letras). “Con todo mi amor y el deseo de que algún día sea feliz”.
Tras dejarse la mitad de sus 32 años entre platós, el madrileño arrastra un currículo que acomplejaría a cualquiera (Los abrazos rotos, Biutiful, La flaqueza del blochevique, Guerrilla, Descongélate, Tapas…). Amén de cierta fama de neurótico, que él rechaza. “Estoy cansado de verme retratado como un ser superintenso y al límite. Ya no soy así. Soy más aburrido que todo eso”, ríe. “Más que neuras, he tenido un entorno familiar complicado, pero he conseguido poner esos problemas al servicio de la creatividad”. Por ello se inventó al protagonista de su libro, Mario, un paciente psiquiátrico “excepcional” con el que se ceba la herencia genealógica. No oculta los paralelismos. “A mi padre le cuesta asumir mi sensibilidad. Si yo fuera un tipo duro quizá nuestra relación sería distinta. O eso interpreto; nunca he conseguido que lo confiese”.
El bullying del que fue víctima en el colegio agravó el aislamiento: “Me pegaban, escupían y humillaban. Mi instinto de supervivencia me llevó a inventarme un personaje de macarra. Coló. Hasta el punto que me ha costado años abandonar esa pose”, admite.
Una tía actriz despertó su vocación y a los 16 se presentó al casting de Al salir de clase. “Aspiraba a los papeles de guapo. Pero no lo era. Aun así les gusté, y me escribieron un personaje a medida. Nunca acabé el BUP”. A los seis meses, su protagonismo en la serie se multiplicó. “En 1998 era un adolescente porrero y desequilibrado que ganaba un millón de pesetas con el que ni siquiera acababa el mes. Los fans me acosaban como si fuera uno de los actores guapos, y yo me sentía como un mierda rodeado de oportunistas. Medio año después lo dejé”. ¿Se arrepiente? “Ahora estoy encantado de haber hecho esa serie”, reflexiona. “Fue icónica. Y ya estoy en paz con mis compañeros, a muchos de los cuales entonces despreciaba con la mirada, a lo Miércoles Addams. Lo sé: lo hice rematadamente mal”.
En cuestión de semanas, Montxo Armendáriz le llamó para Silencio roto y el actor empezó a doctorarse en papeles de rarito. Una veintena de películas después, Ochandiano se ha reciclado en director teatral. ¿Por necesidad? “¿Qué películas existen hoy en proyecto en España? Los recortes han llegado demasiado lejos. Envidio a Francia, donde velar por el patrimonio cultural es una prioridad. A mí la crisis no es que me haya venido bien, es que me lo he tenido que inventar. Un día dije que quería ser escritor y una editorial se lo creyó”.
En abril cosechó aplausos con La gaviota, de Chéjov, y el 6 de febrero estrenará su versión de Antígona en el Matadero de Madrid, con producción del Teatro Español. Una feliz fase vital que en julio consagró a reunir 50.000 euros para codirigir su primer largo, Cuento de verano. Lo rodó solo un mes después. “Parte de una idea del libro, pero esto es un viaje a la luz”, se encoge, como avergonzado de la cursilada.
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