El teatro español sobrevive a la crisis. A pesar de todas sus heridas, algunas de gravedad, la escena nacional resiste a la pésima situación del país. Incluso en algunos casos muestra síntomas esperanzadores. Como, por ejemplo, la efervescencia teatral en sus principales plazas, Madrid y Barcelona, o la aparición de una nueva generación de autores que estrenan sus obras no sólo en los recintos públicos o en el circuito alternativo, sino también en las salas privadas, algo que no era habitual hasta hace muy poco.
Esos dramaturgos emergentes tienen cada uno sus propias características, pero comparten otras. Están en la treintena, alternan todo tipo de obras, incluida la desdeñada comedia, escriben a pie de escena o con ella en la cabeza y sus textos están inmersos en la narrativa actual, por lo que llegan fácilmente a un público igualmente joven y que, como ellos, se ha educado con esos códigos audiovisuales desde niños. Antonio Tabares, Jose (sin tilde) Padilla, Carlos Contreras, Álvaro Tato y Marta Buchaca, con los que ha hablado El Cultural, son algunos de esos nombres. Pero no son los únicos, porque en ese pelotón muy interesante también figuran Blanca Doménech, Zoe Brinviyer, Carolina África Martín o Paco Bezerra, entre otros muchos. Tal vez el más atípico de todos ellos sea Tabares. No sólo por la edad (41 años); sino por vivir alejado del mundillo teatral, pues reside en Santa Cruz de la Palma, donde nació. A pesar de ello consigue representar con frecuencia sus obras. Su próximo estreno es La punta del iceberg, que tendrá lugar en La Abadía el miércoles. Dirigida por Sergi Belbel, una de las figuras clave de la generación anterior, la llamada de los bradomines', y que desde su puesto de director del Teatre Nacional de Catalunya apadrinó a los dramaturgos emergentes de esa comunidad con el T-6, los “tallers” dedicados a nuevos autores. Ahora hace algo parecido con una obra que tiene como escenario una gran empresa en la que se suicidan varios de sus trabajadores y en la que también el sentido del humor tiene su relevancia.
Los cuatro de Düsseldorf
“Ha habido pavor hacia la risa porque se pensaba que era para un teatro de evasión -dice Tabares-. A Dios gracias nos hemos liberado de ese tabú condicionante”.
Otro autor que destaca es Padilla (1976), que comparte varias cosas con Tabares. Como éste último, es canario, aunque de Santa Cruz de Tenerife, y con él, más la actriz y autora Irma Correa, escribe una obra que representará la compañía 2RC la próxima temporada. Además, estrenará el jueves 27 Los cuatro de Düsseldorf en El Sol de York, a menos de un kilómetro de La Abadía, un texto que, como el de su paisano, se desarrolla en una empresa. “Las grandes corporaciones son un tema recurrente en nuestras obras porque las tenemos metidas hasta en la sopa. Son, en cierto modo, el sustituto de las familias que nos permiten contar la realidad que nos rodea”, explica el autor.
Esa realidad la ve Padilla muy negra. “Las crisis no son buenas para nadie. En el teatro ha tenido un impacto brutal. Se han tenido que parar muchas producciones, aunque la apertura de nueva salas nos dé más oportunidades de estrenar”, continúa un autor que en los últimos años no ha parado de trabajar.
El canario fue el adaptador del Enrique VIII que se representó en el Globe inglés durante las Olimpiadas. Además, ha estrenado recientemente Haga click aquí en la sala Princesa del María Guerrero dentro del programa Escritos en la escenapara jóvenes dramaturgos, el único de un teatro público desde la desaparición de los T-6.
Pero las ayudas a dramaturgos emergentes no son patrimonio de los grandes centros. En Madrid algunas salas alternativas e independientes han iniciado programas para nuevos autores. La pionera es Cuarta Pared con ETC a la que ha seguido El Sol de York acogiendo a Padilla como autor residente para que escriba Los cuatro... Y luego está la más original, la de la sala Kubik, que ha invitado a varios escritores, entre los que está el canario, a que creen Story Walkers, unas miniobras para teléfono móvil que se descargarán como aplicaciones. Con estas y otras propuestas piensa Padilla que podrá salir a la luz “una nueva generación de autores muy preparados” que enriquecerá la escena nacional.
Otra de esas nuevas voces es la de Carlos Contreras (Burgos, 1980), último ganador del Premio Calderón de la Barca con Rukeli. Aunque los habituales del teatro ya le conocen gracias a la joyita de La comedia que nunca escribió Mihura, que formó parte de la primera convocatoria de Escritos en la escena. Ambas obras sirven como ejemplo de la riqueza y variedad de unos autores emergentes que lo mismo escriben un texto sobre un campeón de boxeo gitano en la Alemania nazi, como es el caso de la primera, que otro basado en unos apuntes aparecidos tras la muerte del célebre comediógrafo español.
“No me gusta gusta hablar de generaciones porque cada uno es de su padre y de su madre, pero sí compartimos algunas cosas, como no querer centrarnos en un género”, responde Contreras cuando se le pregunta por esa versatilidad que les lleva a tocar tanto comedias como dramas. “En mi caso me gusta mucho el cine de los años 20-30 y creo que en el teatro español hacen falta más obras de ese estilo, en las que se contaban muchas cosas y hacían al público reír y llorar”. Aunque también tiene alguna obra de otro tipo, comoVerbatim, reconoce el autor, “un postdrama con el que el público se aburrió mucho”.
La importancia de los premios
Eso tiene que ver bastante con las escasas oportunidades que tienen los nuevos escritores de darse a conocer. Normalmente deben hacerlo a través de los premios, a los que acuden pensando que les abrirán las puertas de los escenarios, cuando no suele ser así. “La mayoría premia no los textos más representables sino los que destacan literariamente”, asegura Contrerasque cree que debería ser al revés. “En vez de publicarte un texto, deberían dedicar el dinero de los libros a montar la obra”.
Marta Buchaca (Barcelona, 1979) comparte la opinión de su colega pero con matices. Para la autora y directora “los premios deberían implicar la producción de las obras, pero también su publicación para que quede testimonio de lo que se está haciendo”. Si no, puede ocurrir como le pasa a ella con Las nenas no deberían jugar al fútbol (Sala La Trastienda, Madrid), que ha llegado hasta el Teatro Nacional de Croacia o México, además de Barcelona y la capital española, sin conseguir su publicación.
De todas formas, la dramaturga considera imprescindibles los premios para autores jóvenes o noveles. “Sin ellos es muy difícil que salgan nuevos escritores, sobre todo ahora que han desaparecido iniciativas magníficas como el T-6, donde estuve yo, porque los premios no suponen sólo el dinero o la publicación, son mucho más. A mí, por ejemplo, me hicieron creer en que podía escribir y me permitieron matricular en el Institut de Teatre”.
De lo público a lo privado
Más adelante Buchaca llegó a los tallers', donde pasó ya a escribir para subir a los escenarios. “Tuvimos unos maestros esenciales, como Sergi Belbel o Jordi Galcerán, a los que se sumó la llegada a Barcelona de Javier Daulte, que nos metió en la cabeza a todos los jóvenes que no bastaba con escribir una obra, que había que dirigirla”. Además tuvo otra ventaja respecto a sus colegas, la de que en la ciudad catalana no sea raro el trasvase de un autor del teatro público a uno privado. Así, sus obras también han llegado a escenarios comerciales, como ha pasado con El año que viene será mejor, cuya versión en castellano ha girado por España, o como pasará próximamente con Losers, que estrenará en la sala Villarroel.
Buchaca está de acuerdo con que el teatro en España vive un buen momento con nuevos autores, apertura de muchas salas, sobre todo en Madrid, y un aumento del público a pesar de la crisis. Para la autora el lado negativo es “la precariedad con que se están haciendo las cosas, que es muy peligrosa para el futuro porque un teatro no puede descansar sólo sobre el entusiasmo y las ganas de la gente”, continúa la autora, que echa de menos más “pluralidad de voces y un poco de riesgo” en la escena nacional.
Esto último lo conoce muy bien Álvaro Tato, nacido el día en que se aprobó la Constitución (6 de diciembre de 1978), pues últimamente se dedica al teatro clásico de hoy. Con sus compañeros de Ron Lalá lleva un par de años representando Siglo de Oro, siglo de ahora y En un lugar del Quijote, dos obras en las que hace de todo. Tato se denomina “director literario de la compañía”, ya que considera a Ron Lalá “una colmena en la que todos sus integrantes comparten el polen y hacen juntos las obras sobre las tablas”.
Ese método lo sigue también cuando escribe al margen de la formación madrileña. “Yo me defino en equipo. Sin él, no puedo trabajar”, dice el autor, y lo ilustra con El intérprete, “la biografía cabaretera y sentimental” de Asier Etxeandia (hoy en Pamplona) con quien la construyó. Porque una de las características de la obras de Tato es el protagonismo de la música. “A diferencia de los autores de las generaciones anteriores, nosotros nos hemos educado con la música, la tenemos en nuestro ADN, como si hubiéramos nacido con una partitura en nuestro cuerpo que nos impide contar las cosas a plomo”. A lo que suma un gran ritmo impensable hace no mucho en un escenario español. “Sí, es cierto, un espectador de hace 30 años hubiera tenido que ver tres veces una obra de Ron Lalá para entenderla”, dice riéndose Tato que, como Contreras, reconoce tener grandes influencias de los cómics. Al igual que una gran parte de su público, una nueva generación permanece inasequible al desaliento.