¿Onegin usaba perfume?


Fuente: Clara Morales (elpais.com)
Una sociedad en la que los hombres usaban guantes blancos para salir a la calle no puede hablar el mismo lenguaje que la nuestra. Ese es el supuesto del que parte el director de escena letón Alvis Hermanis (Riga, 1965) en su obra Onegin. Commentaries, una versión de la novela de Pushkin que se representa en los Teatros del Canal de Madrid entre el viernes 14 y el domingo 16 de febrero. “Saber que te enfrentas a la vida con guantes blancos [como el dandi protagonista de la obra y sus coetáneos del XIX] provoca, seguramente, una manera distinta de pensar y comportarse”. ¿Cómo hacer que el público contemporáneo se acerque a los clásicos sabiendo que aquellos seres humanos y nosotros “somos especies completamente distintas”?
Para resolver este problema, Hermanis, reconocido como uno de los directores europeos más relevantes de los últimos años, ha ideado una “máquina del tiempo” teatral que ha perfeccionado en el New Riga Theatre, la institución de creación escénica contemporánea para la que trabaja desde 2007. Su artefacto consiste en presentar, junto a la obra, una especie de notas al pie construidas a partir de imágenes e indicaciones textuales sobre el contexto histórico de la pieza. “Es imposible comprender un texto escrito hace 200 años si no conocemos los rituales cotidianos de aquellos para los que fue escrita”, explica.
Hermanis critica que la novela en verso de Pushkin (publicada entre 1823 y 1831) ha estado sometida a una cierta “vaguedad” a lo largo de la historia que la ha convertido en “un cliché” sobre el amor imposible —en parte, como indica al director, debido a la versión operística de Tchaikovski estrenada en 1879. Sin embargo, el letón explica que la vida del seductor Yevgueni Onegin fue concebida en su día como “una forma de documentación” de la alta sociedad rusa de principios del XIX. Hermanis pretende liberar a la pieza de su corsé melodramático (enfatizado por ciertas representaciones de la ópera, como la versión hollywoodienseestrenada en Los Ángeles en 2011) para devolverle su carácter de gran pintura sociológica.
La receta de este Onegin (estrenado en 2012 y representado en letón y ruso, con traducción simultánea al español en el teatro madrileño) para salvar a los clásicos de una interpretación superficial es simple: el detalle. Tratar la Historia desde un punto de vista detectivesco, como en una novela de Agatha Christie, basándose en el método del semiólogo ruso Yuri Lotman, que recreaba el universo de los grandes clásicos a través de una reconstrucción minuciosa de los usos y costumbres de sus contemporáneos. “La higiene personal era totalmente distinta, por ejemplo. El perfume no existía. Pero cuando Onegin dice que pasa cada día tres horas delante del espejo, no es una exageración. Para los jóvenes de la época era lo normal”, aclara el director. “Sin este conocimiento, estás perdido. Puedes entender el argumento de la obra, pero no la motivación profunda de los personajes”.
El universo del Onegin de Hermanis sigue la tónica de los últimos trabajos del director. Los óleos proyectados sobre la escenografía que reproduce una mansión de la alta sociedad de San Petersburgo recuerdan al aparataje escénico utilizado por el letón en sus últimas incursiones en la ópera. Su Jenůfa, estrenada el mes pasado en La Monnaie de Bruselas, utilizaba también esa puesta en escena a dos niveles. El comentario visual al libreto del checo Leoš Janáček se componía de un gran panel giratorio y un vestuario vistosísimo que mezclaban el folclore de la región checa de Moravia (el espacio donde se desarrolla la obra) con el modernismo de principios del siglo XX (fecha de estreno de la ópera). De la misma forma, su versión de Il trovatore, de Verdi, que se estrenará en verano en el festival de Salzburgo y para la que contará con Plácido Domingo, estaba pensada originalmente para ser representada en una pinacoteca.
Una interpretación de la puesta en escena que el letón califica, con orgullo, de “pasada de moda”. Aun llevando a cabo una renovada versión de los clásicos (en su currículo figuran Chéjov, Gorki o Ibsen), el director se aleja voluntariamente de la contemporaneidad: “Esta concepción de que el teatro tiene que ser avantgardiste no existe en otras sociedades ni en otras épocas. No es posible inventar nada nuevo. Y si piensas que lo has hecho, es que tienes la memoria muy corta”. Para no perderla, Hermanis mira a la Historia.

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