Asunción Balaguer: "Todo lo que soñé se ha cumplido"


Fuente: Julio Bravo (abc.es)

Asunción Balaguer es apacible y afectuosa. Habla con confianza, con sinceridad, siempre con su marido, Paco Rabal, en la punta de los labios, y se adivina en ella a una mujer en paz consigo misma y feliz. Hasta el 18 de noviembre estará en la sala pequeña del teatro Español para interpretar el monólogo El tiempo es un sueño, escrito y dirigido por Rafael Álvarez «El brujo» a partir de las propias vivencias de la actriz. «Yo le pedí que me llevara, como empresario, unos recitales que yo hacía con mi nieto al poco de morir Paco. Y me propuso que fuera a su casa para contarle mis experiencias como actriz y mi vida junto a Paco, al que él quería mucho. Y así surgió. Mucha gente me pregunta si no me da pudor contar mi vida. Yo respondo que no, porque no tengo nada de qué avergonzarme; al contrario, he sido muy feliz, me han pasado muchas cosas, pero de todo he salido... Y me gusta, soy un poco romántica, y si mi experiencia puede servir para algo, me sentiré muy complacida.

¿Qué tiene de catarsis el espectáculo?
Un poco tiene. Yo iba a casa de Rafael un par de veces por semana, y mientras él me preguntaba, su mujer me grababa. A veces salían riendo y otras llorando. Y sí, yo creo que fue una terapia, sí. Yo le contaba muchas cosas y él luego le daba forma. Me preguntó qué obra de teatro había hecho en el Instituto del Teatro cuando era jovencita. Me ha salido todo lo que soñaba. Y recordé que hice una obra -yo no me enteraba de lo que hacía- que se titulaba El tiempo es un sueño, de Henri Lenormand, que era una muchacha que soñó todo lo que iba a pasar. Me preguntó si podía conseguir la obra; llamé al Instituto del Teatro de Barcelona, y me la consiguieron. A partir de ella trabajó Rafael con mis recuerdos. Y concluimos que la vida es un sueño; si tenemos la suerte de haber vivido nuestros sueños...
A veces puede ser una pesadilla.
Lo que sucedía en esta obra, donde la chica soñó que su novio se suicidaba. Era una obra un poco oscura, es un tanto depresiva. En aquella época el Instituto del Teatro hacía obras muy avanzadas, junto a clásicos como La discreta enamorada, que hice con catorce años. Hacía una patarrangona de esas, una mujer... libre. Yo no sabía entonces nada de nada. Hicimos obras muy interesantes, muy modernas.
Pero este monólogo no es oscuro, sino luminoso...
Sí, lo es. Y hay un momento, el final... Yo les conté una historia mía con Paco, pero no quería que lo grabaran. Rafael me dijo sin embargo que ése tenía que ser el final del monólogo, porque ahí se veía que yo había sido una mujer muy libre y que había tomado mis decisiones libremente. Y es verdad, lo he sido. También Paco fue de una gran verdad y generosidad. No escondía nada. Yo fui su compañera, y se lo agradecí toda la vida, porque si tienes amistad las cosas funcionan mejor. A mí me dolía que me engañaran. Le dije a Paco que yo era su compañera, su hermana, su amiga... Y me daba rabia que mucha gente supiera cosas de él que yo no sabía. Eso fue en un viaje. Él me dijo que tenía razón y entonces empezó a contarme aventuras y peripecias... Sus amigas le llamaban «picaflor», pero fue un picaflor bueno.
¿Cómo se relaciona con el público en el monólogo?
Trato a los espectadores como amigos. Cuando hago teatro no me gusta saber quién está en el público, porque entonces interpreto a otra persona, pero aquí me gusta contárselo como una amiga. Yo me he vuelto muy contadora, los viejos ya se sabe... Lo paso muy bien. Esta salita del Español es muy íntima, los tienes muy cerca. Es como un pequeño concierto: música y sentimientos. He coincidido mucho con la pianista, Anna Fernández, que me ha comprendido muy bien. Y hemos elegido juntas las piezas; algunas me las tocaba mi madre de niña, y yo bailaba. Hay valses de Chopin, piezas de Albéniz, entre ellas una canción antigua catalana, que me trae muchos recuerdos, y para el momento en que recuerdo cuándo nos enamoramos Paco y yo, toca 'Córdoba', de Albéniz, porque fue en aquella ciudad. La música le da al espectáculo otros sonidos. Cuento, por ejemplo, cómo era el Paralelo barcelonés en aquella época, y ella toca un cuplé; a mí me anima, me lleva a ese momento, a los teatros: el Talía, el Arnau, el Molino, las Variedades... La música es especial. Cuando yo empezaba en el teatro, me gustaba mucho ir a los conciertos, porque me inspiraban mucho. A veces había personajes que no los veías, y la música me ayudaba. Yo creo que trabajo un poco musicalmente.
La palabra es música...
Claro. Si a veces me falta una palabra, me desconcierta. Creo que, en el fondo, me aprendo los textos musicalmente, tratando de darle verdad, naturalmente.
¿Y siendo su vida lo que cuenta, hay espacio para la improvisación?
Yo me he criado en un teatro en el que teníamos que decir lo que teníamos que decir. A mí me cuesta improvisar, a lo mejor me despista. Y aquí, como son mis propias palabras, no me hace falta.

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