Memoria histórica del teatro español de hoy



Fuente: Alberto Ojeda (elcultural.es)

La literatura dramática tiene un grave problema en España. Casi se ha dejado de editar textos teatrales en nuestro país. Es la pescadilla que se muerde la cola. Nadie lee teatro porque no hay en circulación, fácilmente accesibles, libros que recojan nuestra dramaturgia autóctona. O no están accesibles ni en circulación porque, más allá de estudiantes, profesionales del sector y académicos, prácticamente nadie tiene interés en leer este género. No es sencillo delimitar la causa de la consecuencia; la consecuencia de la causa. El caso es que los autores de aquí lo tienen muy complicado para que su trabajo se publique en unas condiciones dignas. 


La Fundación Coca-Cola, que en sus estatutos se impone la obligación de ayudar a los sectores culturales más necesitados, está intentando echar un capote a esos autores ninguneados por las editoriales tradicionales. Y podría decirse que también por buena parte de las librerías: es común encontrar la sección de teatro, si la hay, en un rincón mezclada con la de poesía u otras materias con las que la convivencia es mucho más forzada. Con la colección El Teatro Puede, en la que además colaboran la Unesco y la editorial Huerga&Fierro, viene lanzando de 2010 una selección obras contemporáneas escritas por escritores de aquí. No es la única iniciativa en la que esta institución se ha embarcado para reflotar la escena nacional: desde hace cinco años patrocina el Premio Valle-Inclán de Teatro, organizado por El Cultural (en cuya nómina de ganadores se encuentran Nieva, Mayorga, Espert...), y el Buero Vallejo de Teatro Joven. 



En su faceta como editora, la fundación ha editado diez títulos (a un ritmo de cuatro cada año), firmados por Lluïsa Cunillé, Francisco Nieva, Diana de Paco, José Luis Alonso de Santos, José Sanchis Sinisterra, Paloma Pedrero, Antonio Álamo y Laila Ripoll. Todos, incluidos las dos últimas incorporaciones, Jerónimo López Mozo y Eduardo Galán, conforman una heterogénea panorámica de nuestra creación escénica. El primero con Cúpula Fortuny, donde recrea el proyecto teatral que Rivas Cherif (director de escena y del Teatro Español durante la República) desarrolló en las cárceles franquistas. El segundo con Maniobras, un retrato del abuso de poder a partir del caso concreto (y real) de una mujer soldado víctima del acoso de un superior. 


"Es algo deliberado", explica a El Cultural Juana Escabias, responsable de la colección, presidenta del Comité de Teatro de Unesco Comunidad de Madrid, novelista y también autora teatral. "Estamos intentando combinar todos los estilos, todas las generaciones y registros, para dar una visión lo más completa posible. Y todos son textos inéditos". La intención es que la selección siga engordando con más obras de dramaturgos nacionales vivos. Son ya más de 15.000 los que circulan por todo el mundo gracias a esta iniciativa. Y es que la Fundación se preocupa de que lleguen a todos los Institutos Cervantes radicados en el exterior, así como a las bibliotecas de la Asociación Española de Cooperación Internacional (AECI)."Estamos en los seis continentes", advierte Escabias, plena de satifación por el logro. 


De cada obra se hacen tiradas de alrededor de 2.000 ejemplares. Unos 1.800 se distribuyen gratuitamente, en los centros citados, y entre los medios de comunicación, escuelas de teatro, facultades... El resto se distribuye por el cauce tradicional, a través de librerías y con un fin comercial. Este sistema es uno de los aspectos más positivos de esta colección en opinión de Jerónimo López Mozo, premio Nacional de Literatura Dramática en 1988: "Es su punto fuerte, porque permite que tu trabajo llegue a muchos sitios dispares, algo que abre la posibilidad de que el texto acabe montándose sobre un escenario". En su larga experiencia en el mundo del teatro, López Mozo ha vivido como testigo directo el paulatino desinterés por la lectura del género al que se viene entregando desde hace tantos años. "Antes sí se leía. Había colecciones específicas, como la Alfil, que tenían muchos seguidores, pero esa época se ha terminado". 



Ahora también pasó la época del pelotazo en que instituciones públicas (ayuntamientos, en particular) concedían premios teatrales, con dotaciones nada desdeñables y luego editaban tiradas de las obras ganadoras que se quedaban cogiendo polvo en almacenes municipales. Es un fenómeno lamentable que ya ni siquiera se da. En la actualidad no dan premios, ni dinero, ni publican libros. 



En este contexto resulta indispensable que alguien ofrezca una tabla de salvación a los autores dramáticos. Puede pensarse, con cierta lógica, que una obra de teatro, más que leerse, lo que interesa es verla representada. Claro. Pero para que llegue a encarnarse sobre las tablas los textos originales, que son la primera piedra en la construcción de ese objetivo, deben pasar de mano en mano, deambular arbitrariamente por los lugares y en las compañías más dispares, para que se incrementen sus oportunidades de cristalizar en un espectáculo. 



Hay, de todos modos, una razón más importante para la escritura dramática quede fijada (impresa) que apunta a este suplemento Eduardo Galán: "Una colección así mantiene la memoria histórica teatral de principios del siglo XXI. La dramaturgia de hoy, si no, podría diluirse en el tiempo". 

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