La Fura del Baus deconstruye Babylon


Fuente: Maricel Chavarría (lavanguardia.com)

En la era de la Europa múltiple, en la que conviven la Europa de la crisis, la de la crisis salvaje... y la que se apeó del monopoly con antelación y ahora puede destinar sus buenos dineros a la ópera, es interesante observar hacia dónde enfocan artistas y pensadores sus cavilaciones. E incluso los propios directores de las casas de ópera. La Estatal de Baviera -la Bayerische Staatsoper de Munich-, la de mayor personalidad dentro de la nutrida geografía alemana, optó anoche por inaugurar excepcionalmente la temporada con un estreno mundial, es decir, con una ópera de nuevo cuño: Babylon. Un cuento de máquinas. una reflexión musical y filosófica sobre el inicio de nuestra civilización que levantó de sus asientos al público durante 17 minutos. Lo nunca visto en una ópera contemporánea.

Nikolaus Bachler, director general de la Bayerische, enroló en la idea al entusiasta compositor muniqués Jörg Widmann, el chico de moda de la ciudad a cuya obra dedican las tiendas de discos escaparates enteros. Contó además para el libreto con la lucidez del filósofo Peter Sloterdijk, que hasta hace poco tenía un programa en prime time televisivo..., y contó, en fin, con la imaginación plástica y conceptual de Carlus Padrissa, de La Fura del Baus, que ya había triunfado el año pasado en esta plaza con Zubin Mehta en Turandot. Juntos reinterpretan la mil veces analizada civilización babilónica deconstruyendo el mito de ciudad del pecado, víctima del castigo divino.

Esta mélange cinco estrellas, que debe tener muerto de envidia a Gerard Mortier -de Widmann es también la ópera Am Amfang con la que el actual director del Teatro Real se despedía en 2009 de la Bastille, causando revuelo al entregar el montaje a Anselm Kiefer- va más allá del capricho bávaro de regalarse una ópera excepcional. La historia es un complejo y barroquista homenaje a una cultura moderna, seno de invenciones definitivas, como la escritura, la astronomía, los días de la semana, el amor libre, el ladrillo, los edificios, las ciudades..., y las leyes que acabaron con el ojo por ojo del judaísmo, inventaron la presunción de inocencia y favorecieron el respeto entre etnias. 

¿Qué castigo divino ni que ocho cuartos?, viene a decir Sloterdijk. ¿Cómo iba a enviar Dios un diluvio para castigar a la humanidad y salvar las especies en un arca, pudiendo acabar con ella con un simple sarampión? ¡Si las catástrofes naturales tenían tan acojonados a los dioses y a los semidioses como a los seres humanos! 

Tres mil años antes de Cristo, judíos y babilonios se enriquecían mutuamente. Los primeros influían en los segundos para poner fin a los sacrificios humanos; los segundos rendían culto al sexo para compensar la elevada mortalidad infantil, construyendo templos del amor, en los que la gente se iniciaba a lo swinging antes del matrimonio. El judaísmo les acusó al final del gran pecado, tergiversando dos mil años después sus mitos, en las primeras escrituras. 

"Babilonia es la base de nuestra cultura. Y el culto al sexo, entendido como sexo libre, no ha llegado todavía pero ya llegará, está en camino", comentaba ayer justo antes del estreno Carlus Padrissa, frente a un suculento codillo bávaro. En escena, siete penes y siete vulvas hechas de termoplástico albergan a actores que simulan estar desnudos. 

La bacanal no tenía sentido de ninguna otra manera, pero ¿cómo pedirle al coro de la Bayerische que se desnude? "Optamos por buscar a cuatro personas que no tuvieran inconveniente en fotografiarse el cuerpo desnudo y de esa imagen hicimos un plotter, una impresora de tela, que es lo que llevan puesto, diseño de Chu Uroz, de manera que parece que las partes desnudas que les ven sean las suyas propias".

Carlus Padrissa ha jugado a construir y destruir su decorado -unas 400 piezas móviles de lego sobre otras tantas fijas, la escenografía más grande de La Fura tras la muñeca del Le Grand Macabre-, para lo que al final tuvo que procurarse una red protectora, pues peligraban los stradivarius del foso. El montaje de vídeo no lo firma esta vez Franc Aleu, sino Welovecode/Tigrelab, más alejados de lo estrictamente digital. 

Todo ello al servicio de la idea de Jörg Widmann: componer una ópera sobre la antigua ciudad como una metrópoli multicultural, cosmopolita, efervescente. Y cuya destrucción final hay que leer como metáfora del amor entre la legendaria Innana, diosa/prostituta, y Tamur -la soprano Anna Prohaska, gran triunfadora de la noche, y el tenor Jussi Myllys-, que se derrumban y funden en un abrazo como inicio de algo nuevo. Toda creación conlleva una destrucción. Y el público de la Bayerische no pudo estar más de acuerdo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario