Ruge la Gran Vía


Cincuenta millones de espectadores en trece países son suficiente aval para un espectáculo; y esas son las cifras que exhibe El Rey León, el musical que levantará oficialmente el telón el próximo 21 de octubre en el teatro Lope de Vega, y que está destinado a convertirse en el acontecimiento teatral de la temporada en Madrid. Basado en la película de animación estrenada por Disney en 1994, el musical cuenta con música de Elton John y letras de Tim Rice, además de añadidos musicales de Lebo M., Mark Mancina, Jay Rifkin, Hans Zimmer y Julie Taymor.

Es precisamente esta mujer, que hasta el momento de crear este espectáculo sólo había dirigido una producción en Broadway, Juan Darien –su experiencia era mayor en el campo de la ópera y en el off Broadway–, quien con su imaginación y sus diseños convirtió este espectáculo en una de las mayores y más fascinantes experiencias que pueden vivirse dentro de un teatro.

Todo empezó en la calle 42

La calle 42 es el corazón de Broadway, una avenida mítica para el mundo del espectáculo, especialmente en su intersección con Times Square, en las primeras décadas del siglo XX. A partir de los años sesenta, sin embargo, los teatros fueron sustituyéndose por locales de strip-tease o cine X y al glamour le sucedió la sordidez y la inseguridad. A mediados de los noventa, el alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, emprendió una campaña para devolver su brillantez a Times Square y sus inmediaciones, entre ellas un tramo de la calle 42, y limpiar la zona de prostitutas y delincuentes. Para lograrlo involucró a varias empresas; una de ellas fue Disney, que adquirió y restauró el Amsterdam Theatre, un mítico local art noveau donde Zigfield presentó muchos de sus espectáculos. Y allí, en el renovado teatro, se ofreció el 15 de octubre de 1997 la primera función previa de The Lion King. Casi un mes después, el 13 de noviembre, se llevaba a cabo el estreno oficial del musical, cuyas entradas se habían convertido ya en las más buscadas por el público neoyorquino. En junio de 2006 la producción dejó el New Amsterdam Theatre y se mudó hasta el Minskoff Theatre, en pleno Times Square. Hasta el pasado 25 de septiembre, se habían ofrecido 5.754 representaciones, y es el séptimo musical más longevo de la historia de Broadway. De su éxito continuo dan fe las cifras de la semana del 19 al 25 de septiembre: cien por cien de ocupación, 13.422 espectadores y una recaudación de 1.352 millones de dólares (algo más de un millón de euros). También triunfó en los Tony, los premios más importantes de Broadway, donde obtuvo seis galardones: mejor musical, mejor escenografía, mejor diseño de vestuario, mejor diseño de luces, mejor coreografía y mejor dirección de un musical.
También la crítica aplaudió el espectáculo. Ben Brantley, el influyente y temido crítico del New York Times, que puede sentenciar a cualquier espectáculo con un comentario negativo, escribió: «Un paraíso esencial... Belleza que quita el aliento e ingenuidad escénica. Una y otra vez sorprende la inventiva visual y la majestuosidad del espectáculo... Taymor ha introducido un nuevo vocabulario de imágenes a este gran montaje de Broadway… Sencillamente, no hay nada igual». También el juicio del veterano y respetado Clive Barnes fue entusiasta: «El Rey León es enorme y fantástico, una diversión desenfrenada... Es extraordinario de ver y experimentar… Lo que es más extraordinario es el maravilloso y deslumbrante musical que se ha creado, un trabajo que está a la altura del original, no como copia sino como un brillante desarrollo... Que recordaréis, atesoraréis y (si no está aún en cartel) contaréis a vuestros nietos. Guardaréis para siempre la impresión de que este “Rey León” es la alegría del reencuentro con la maravilla del milagro del teatro».

Éxito internacional

El éxito se ha repetido en los trece países donde se ha representado; actualmente se puede ver en Nueva York, Las Vegas, Londres, Hamburgo, Tokio, Sapporo, Singapur y está en gira por Estados Unidos. A Madrid llega, en buena medida, gracias al empeño de Julia Gómez Cora, directora de la productora Stage, que en los últimos años se había tomado casi como un reto personal lograr que este musical se presentara en Madrid. Para ello ha hecho falta remozar el patio de butacas del teatro Lope de Vega y redistribuir los asientos de modo que pueda acoger la espectacular y asombrosa primera escena, en la que los animales acuden a rendir pleitesía a Mufasa, el Rey León, y a su hijo Simba.

Han sido necesarios varios meses de audiciones y ver a más de cinco mil candidatos para lograr el elenco que estrenará el musical. Lo integran más de medio centenar de artistas (entre ellos, once niños), que estos días ensayan a las órdenes de Julie Taymor, la creadora del espectáculo. Es, probablemente, uno de los elencos más internacionales que se han presentado en la escena española. Hay artistas de España, Panamá, Suráfrica, México, Brasil, Estados Unidos, República Dominicana, Cuba y Filipinas.
Carlos Rivera, un joven mexicano que ganó un concurso similar a Operación Triunfo en aquel país, interpreta a Simba, el joven león en torno al que se vertebra la historia, que no es, dice Julie Taymor, sino una vuelta de tuerca de la parábola del hijo pródigo. El panameño David Comrie, que ha desarrollado su carrera en Estados Unidos y Canadá, encarna a Mufasa, el padre de Simba. A Scar, el envidioso y conspirador hermano del rey león, lo encarna el barcelonés Sergi Albert, bien conocido por los aficionados al teatro musical en España. La leona Nala es interpretada por Daniela Pobega, una brasileña que ha desarrollado su carrera en Italia. La surafricana Brenda Mhlongo encarna a Rafiki, un papel que ya ha interpretado en Alemania, Suráfrica y Estados Unidos. Esteban Oliver es Zazú, el patoso mayordomo real, y otros dos intérpretes españoles, David Ávila y Albert Gracia, son Timón y Pumbaa, los dos compañeros de aventuras de Simba. Las tres hienas, cómplices y esbirros de Scar, están interpretadas por Damaris Martínez, Jorge Ahijado y Álex de los Santos. A Sarabi, la reina leona, madre de Simba, la interpreta Yelena Lafargue.
El 14 de septiembre pasado, en una de las salas de ensayos de los teatros del Canal, el elenco esperaba nervioso la aparición de Julie Taymor. Sentados en el suelo, se levantaron para ovacionarla cuando entró en la sala, teatralmente anunciada por su asistente. Estaba previsto que la directora estadounidense –que ha querido trabajar ella misma durante varias semanas con el reparto español– dijera unas breves palabras de saludo y se reanudara el trabajo. Pero ella sacó a la narradora que lleva dentro y brindó a los intérpretes un inspirado discurso casi filosófico sobre el significado de la obra y sobre el oficio de actor. Lo hizo con reveladores ejemplos –como el de una familia para la que la representación de El Rey León había supuesto un alivio tras la repentina muerte de una de las hijas– y a través de historias vividas por ella misma.
Y es que Julie Taymor sigue llevando, catorce años después de su estreno, este espectáculo en la sangre y en las entrañas. Escuchándola, es difícil no contagiarse de su entusiasmo; son muchas las horas que ha dedicado a pensar y concebir el espectáculo. Máscaras africanas, técnica bunraku (una antigua forma teatral japonesa), teatro de sombras balinés, recursos teatrales ancestrales, música que mezcla el pop con los sonidos africanos, distintos lenguajes de este continente... Son varios de los ingredientes de un espectáculo que derrocha fantasía, imaginación, magia y alegría.
«Los personajes animados de Disney –explica Julie Taymor– tienen mucha expresividad, son animales, pero animales muy humanos. Tuve que conservar algunas características de los personajes de Disney porque son muy reconocibles. Pero también me inspiraron mucho las máscaras africanas, que son mucho más abstractas, estilizadas, más esenciales y menos suaves y redondeadas. Porque hacemos teatro tridimensional, no quería que los rostros se vieran planos, quería que tuvieran profundidad, como la tiene la madera. Así que utilicé la textura y materiales orgánicos como fibras, madera; cosas que harían que se viera menos como dibujos animados. Como contraste al continuo cambio de expresión facial de la película de animación, una máscara proyecta una sola actitud fija. El escultor tiene solo una oportunidad para incorporar la ira, el humor y la pasión de un personaje para contar toda la historia. Pensé, ¿qué tal si creo unas máscaras gigantes que realmente sean Scar y Mufasa, pero que el rostro humano se revelara debajo, para así no perder la expresión facial humana y no esconder al actor?»
«En El Rey León –contó Taymor a ABC–, los espectadores pueden ver la manipulación de los muñecos, las máscaras, pero llega un momento en que ven más allá y se sienten en África, y ven un león, una hiena... O ven el sol donde en realidad solo hay un trozo de tela y unas maderas. Se entregan al juego que les proponemos. Y esa es la magia, la raíz del teatro, que no ha cambiado desde que nació en una cueva».
Fuente: Julio Bravo (www.abc.es)

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