En el principio era el verbo, y el verbo se hizo obra



Fuente: Silvia Hernando (elpais.com)
Un hipotético mundo en el que fuerzas externas impusieran la disposición del alfabeto o de la sintaxis, o en el que las cosas, en vez de ser llamadas por su nombre, se refirieran a partir de eufemismos, sería un mundo tal cual lo vemos hoy: un entorno hostil hacia el individuo en el que a una recesión se le denomina “crecimiento negativo”; a los recortes, “reformas”, o a la subida de impuestos, “cambio fiscal”. “Estamos en un momento en que los mercados han dicho que quién es la gramática para decirnos qué orden tienen que tener las letras en las palabras o las palabras en las frases”, defiende Juan José Millás. De esa comprensión de que las dobleces no solo esconden mugre en economía o en política, sino en el propio lenguaje, escultor a fin de cuentas de las formas de la realidad, surgió La lengua madre, un monólogo teatral desarrollado por el escritor e interpretado por Juan Diego, que se representará en Madrid entre el 9 de enero y el 3 de febrero en el teatro Bellas Artes para después ir de gira por distintas provincias.
Reunidos en una luminosa terraza cubierta en la casa de Diego, un reducido y acogedor espacio donde han pasado innumerables horas de tomas y dacas, puliendo el texto y perfilando el personaje, creador y hacedor resumen las claves de una pieza con vocación de sentar tesis. “Toda obra literaria buena, si es buena, lo quiera el autor o no, busca ese objetivo”, asegura su autor. El germen radica en una popular conferencia impartida por Millás (Valencia, 1946), también periodista y columnista de EL PAÍS, que ha metamorfoseado en obra de teatro con la ayuda del intérprete y el director, Emilio Hernández. Sobre un escenario prácticamente desnudo, donde lo primordial reside en su presencia física y su alocución, Diego encarna a un erudito de provincias, un maestro o profesor, no se sabe, que “empieza a mirar a su alrededor, a lo que ocurre en esta sociedad, y entonces comienza a hacerse preguntas porque siente la necesidad de hablar de la palabra”.
Remontándose aún más atrás, La lengua madre nace de la extrañeza que siempre han provocado en el autor esos entes etéreos y al tiempo de fuerza demoledora llamados palabras. “En todas las lenguas tienen una doble condición”, explica. “En el diccionario significan una cosa y en la calle otra”. Atónito ante esa dualidad, el personaje declama un soliloquio en el que el público se imbuye progresivamente y sin remisión. “Es una función en la que la gente se ríe, pero la risa es un daño colateral, porque no está buscada”, apunta Millás, “y el personaje se queda perplejo, porque él está diciendo cosas gravísimas”.
Por boca de Juan Diego (Sevilla, 1942), ese mensaje se transmite a través de un protagonista al que define como un “secundario”, un humilde portavoz de la expresión popular. “Es lo que más se acerca a lo que debe ser ese personaje y lo que más se aleja de mí en lo que puedo representar como actor”. Madurada en un periodo de dos años, la obra es fruto de un trabajo calmado, sin presiones externas, que Diego se ha tomado como un “homenaje” profesional: “Estoy haciendo lo que quiero hacer y como lo quiero hacer”. Función tras función (ya han representado una quincena, en ciudades como Toledo o Sevilla), ambos continúan dándole vueltas al texto, en permanente evolución para pulir las aristas y alejarlos, como dice Diego, a tanta distancia como sea humanamente posible de ser “voceros de los infectos telediarios”.
La retórica de la que se vale el poder —el que ostenta el PP de Mariano Rajoy, subraya Millás evitando cualquier ambigüedad— y que los medios replican para construir el relato de la evolución de una época aciaga es un arma para el engaño y la perpetuación de la situación. “Vivimos en una sociedad desmovilizada pese a que está gobernando alguien que ha incumplido de pe a pa su programa, y que ha confesado que las órdenes le llegan de fuera”, arguye. “No hay democracia porque nuestros gobernantes no nos obedecen a nosotros. La democracia en estos momentos no existe, es solo una manera de hablar”. Y para curtirse como sociedad moderna, se hace necesario un discurso sin rodeos ni verdades a medias: “Si la gente se da cuenta de que esto no es una crisis, sino una estafa, e interioriza que le han robado, literalmente, la movilización será mayor”.

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