Lluís Homar: “Me cuesta más hacer de nazi que de romano malo”



Font: Jacinto Antón (elpais.com)
Convenimos con Lluís Homar que no empezaremos hablando de Anna Lizaran, para que no se tiña todo de tristeza. Así que lo hacemos de Adreça desconeguda la famosa y conmovedora novela epistolar de Kressmann Taylor (RBA) que Eduard Fernández y Homar representan desde anoche miércoles (estreno oficial el martes) en el escenario de la Villarroel y que él mismo dirige. Es la vuelta a Barcelona del actor después de cinco años sin actuar.
“Es un encargo, a propuesta de Borja Sitjà, el nuevo director de la Villarroel; yo no conocía la obra, de 1938, la leí y me gustó. Es engañosamente simple: las cartas que cruzan dos amigos y que nos llevan en una dirección inesperada. Ha sido llevada al teatro otras veces, como en el montaje que protagonizaron Jordi Bosch y Ramon Madaula”. Adreça desconeguda es una gran denuncia del nazismo. La relación epistolar entre el alemán Martin y el judío Max, socios en una galería de arte en San Francisco hasta que el primero vuelve a su país y se empapa progresivamente de la ideología hitleriana.
Le pregunto a Homar qué papel hace. “¿Cuál crees tú? Pues ese. A Eduard también le pareció claro. 'Siempre podemos jugarlo a la contra', me dijo, 'pero te veo a tí como el alemán y a mí como el judío'”. La novela es una sucesión de cartas, ¿interpretan? “En cierta forma sí, estamos juntos los dos, hay todo un juego, no es una lectura de cartas con atril. Están memorizadas y dichas de manera muy determinada. Es un espectáculo con todas las de la ley. ¿Interrelación? Nos miramos, pero no hay contacto físico”.
Ese personaje, Martin, ¿cómo lo vive Homar? “¡Jo!, es un nazi. Hay papeles... Trato de buscar una conexión, todos tenemos una parte oscura, unos prejuicios. Pero yo tengo mucho rechazo a ese comportamiento. Me resulta muy difícil sumergirme en el nazi. En fin, al menos no es una historia convencional, naturalista, y el proceso de deriva hacia la maldad es paulatino, eso es muy interesante. En las seis cartas que me corresponden, la transformación total en bestia parda, el ¡Heil Hitler! solo aparece en la quinta”. Le habrá ayudado a ponerse en esa tesitura el romano malvado de Hispania e Imperium. “Sí, claro”, ríe con ganas Homar, “pero una cosa es ser malo y otra ser nazi”.
Homar explica que, pese a conocerse ambos desde hace mucho tiempo, esta es solo la segunda vez que coincide en el escenario con Fernández. “Él actuó en el Lliure cuando yo estaba de director, pero juntos, que recuerde, solo hemos estado en Lear o el somni d'una actriu, en 1996, con Anna, precisamente. Y en el cine en Los Pelayos (2011). En el Roberto Zucco de Pasqual yo no actuaba” ¿Y qué tal con él, con Eduard? “Me encanta, es un actorazo, mi carta a los Reyes incluía hacer la obra con él. Personalmente además nos tenemos mucho cariño”.
De dirigir dice que es algo que siempre la ha interesado, pero recalca que no es su oficio —”mi oficio es el de actor”—. “Soy un director punto de encuentro, horizontal, de equipo, lo contrario del director omnímodo”. Está muy satisfecho de Luces de bohemia, su primera dirección, el año pasado, después de Hamlet (2000). “Adreça desconeguda parece algo menos difícil, de pequeño formato, más manejable, pero no hay nada en realidad que lo sea, siempre es complicado”.
Habrá quien se pregunte porqué no ha hecho el espectáculo en el Teatre Lliure. “No sé, no estoy cerrado a nada, pero fue una propuesta de Sitjà y Focus. Me gusta pensar en el Lliure como algo que es un teatro más. Aunque siempre será especial, y lo siento más ahora con lo de Anna. Pero una parte de mi implicación en el Lliure ha terminado. Me he desvinculado del todo”. ¿De patrono también?, pensaba que era vitalicio. “Me he dado de baja, es la necesidad de pasar página”. Bueno, eso es muy legítimo. “He terminado una etapa, pero estoy abierto a todo con el Lliure. Pero insisto Adreça desconeguda no es un proyecto mío”. ¿No le hubiera gustado hacerlo en el Lliure de Gràcia?, parece un sitio a propósito. “Ese teatro... sí, sí, sí. Significa mucho para mí. Estuve hace poco viendo a la Machi”. Ya que estamos, ¿qué opina de todo el lío con Toni Albà? “Hay que hacer un llamamiento a la cordura, que no se nos vaya la pinza. Lo del boicot me pareció una locura; ¡que no, que no!, y menos entre compañeros del oficio, hay que respetar la diversidad”.
Ya que estamos, ¿qué opina de la independencia? “Joder, lo dejas caer así, como si nada. Mira, me gusta cuando Vicente del Bosque habla de respeto a todos. Es un momento muy delicado. Estoy a favor del derecho a decidir. Y luego hay que pensar muy bien lo que se quiere. Hay que ponerle cordura. No vayamos a un lugar sin salida. Me da miedo la escalada, la confrontación. En fin, que me dejen votar y me lo pensaré. A día de hoy no soy independentista. Hoy votaría que no”.
¿Qué hay de los romanos? Bueno, se ha acabado. Imperium no cuajó. Ahora estoy en otra serie, en Gran Hotel, seré el maître”. ¿Dónde ha dejado a Servio Sulpicio Galba? Se hace raro pensar que estará con Jordi Dandin, con Gaveston, con Hamlet. “Era un gran personaje, me ha dado mucho, la televisión tiene eso, tu trabajo tiene una difusión muy grande e inmediata. Me decían por la calle '¡qué malo!', pero con cariño. Es parte de mi trabajo. Hago teatro, películas —el cine me encanta—, y televisión. No me avergüenzo. La tvmovie del 23-F tuvo 7 millones de espectadores”. Le digo que me emocionó verlo de Rey en ese zafarrancho. “Aquella noche lo que hice de verdad fue llevar a Boadella a esconderse, en mi moto de entonces, una estupenda Benelli 750”.
Recalca Homar que el cine le gusta muchísimo, pero que hace dos años que no le ofrecen nada. “Será por el Goya”, bromea. “En realidad lo que pasa es que la situación de la industria es terrible”. Así que ahora “es el momento de reencontrame con el teatro; hace seis años que no hacía de actor en el escenario y tenía ganas de cargar las pilas de mi oficio”. Avanza que tienen dos o tres cosas este año, y está en conversaciones para “hacer algo” en el Teatre Nacional de Catalunya (TNC). Va a ser un año de teatro”.
Hablamos por fin de Anna Lizaran. “Me siento muy tocado por su muerte. Creo que no nos damos cuenta en general de lo frágil y fugaz que es la vida. Nos equivocamos”. ¿Cuál es su recuerdo de la Lizaran en el Lliure? “El día a día, aquel compartirlo todo. Aquella familia. Las pequeñas cosas, la cervecita en el bar del Lliure, estar allí, y por la noche el teatro”.
La tristeza no impide a Homar sentirse en un buen momento personal. “Tengo la sensación de haber recorrido mucho y de tener camino por delante. De estarme convirtiendo en lo que soy. De asumirme y aceptarme. De entender lo que decía el gran Walter Vidarte: “Soy lo mejor que tengo, a pesar de mí mismo”.

Hamlet y la flauta

Lluís Homar nació en Barcelona en 1957. Le recuerdo que es el mismo año de nacimiento de Bin Laden. “Pues él parecía mayor”. Homar nació el 20 de abril, “sí, el mismo día que Hitler, no es muy animoso”. Le pido que seleccione tres momentos de su carrera. No escoge los evidentes (como la fundación del Lliure, 1976; La plaça del Diamant, 1982; Los abrazos rotos, 2009, con Almodóvar; o Eva, 2011, con la que ganó un Goya como el robot Max). Ahí va su selección:
-La flauta magica (1984), dirigida por Fabià Puigserver. “Porque si volviera a nacer me pido la música”.
-Hamlet (2000), donde hacía el papel principal y dirigía. “Por lo que tuvo de puesta de largo, de empezar a hacerme cargo de mí mismo”.
-L'homme de teatre (2008), de Bernhardt, con dirección de Xavier Albertí. “Nunca me lo he pasado tan bien en un escenario”.

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