Sobrevivir sin papá Estado



En la carta que envió el espectador al teatro puede leerse: “Estimado Ángel: quiero que sepas que salgo del teatro amando más la vida. Salgo con deseos de ser mejor, y acaso esa sea la más hermosa misión del teatro, y del arte, en general. Mi agradecimiento es extensible a toda la compañía. Que os sirva de estímulo el saber que nos hacéis bien a muchos. Un afectuoso saludo con mi amistad y simpatía. Pedro”. Y, como esa misiva, hay cientos. Todas manuscritas.
Ángel, es Ángel Gutiérrez, director del Teatro de Cámara de Chejov (Calle San Cosme y San Damián, 3), la misma sala madrileña que ha estado a punto de cerrarse hasta ayer, ahogada por las deudas, después de que la Comunidad de Madrid le retirara de un plumazo la subvención anual de 44.000 euros que le permitía sobrevivir. Un milagrola ha salvado.
Con las arcas de las administraciones secas, el teatro, y la cultura en general (esa gran subvencionada desde los modelos creados en los años setenta y ochenta), a duras penas sobrevive. Y aquel empeño por democratizar ese bien espiritual, haciéndolo asequible a todo el mundo, en estos tiempos de crisis ha terminado por ponerlo al borde de la extinción: nadie tiene un euro y, los que tienen alguno, no están dispuestos a pagar por lo que antes era gratis o casi gratis. Mal asunto.
Pero el cataclismo escénico ha generado un movimiento subterráneo, una lucha desesperada por salvar la vida y sacar la cabeza por entre los escombros del ladrillazo. Son multitud de iniciativas que corren en paralelo a los máximos históricos de la prima de riesgo y al hundimiento de Bankia. Y que crecen sobre conceptos casi olvidados: comunidad frente a individuo, colaboración frente a competitividad, felicidad frente a éxito, crecimiento personal frente a crecimiento económico, disfrute laboral frente al sacrificio del trabajo... Es el 15-M del teatro, pero sin pancartas ni caceroladas.
Y, por ejemplo, en lugar de asambleas en las plazas, hacen Networkingsobre las tablas de la sala Pradillo de Madrid (Pradillo, 12) e intercambian, además de tarjetas de visita, ideas y experiencias. O sortean funciones para localizar y contactar a potenciales programadores que se interesen por su trabajo, como la compañía granadina Remiendo Teatro (Santa Clotilde, 20). O colocan huchas a la salida de los espectáculos para que el espectador calcule el valor de lo que ha visto, como en el último certamen de danza del espacio madrileño de Microteatro por dinero (Loreto y Chicote, 9). O convierten en socios a los vecinos del barrio para implicarles en el proyecto teatral, como la también madrileña sala Guindalera (Martínez Izquierdo, 20). O se asocian con otra empresa para presentarse conjuntamente al concurso para la gestión de un teatro público (cerrado), como las compañías Teatro del Temple y Cheymoche en el Teatro de las Esquinas de Zaragoza. O se apuntan al crowdfunding buscando mecenas particulares, como ha hecho la revista Primer Acto (editada desde 1957 y a punto de cerrar) en la plataforma on line La Tahona Cultural. O se asocian con una universidad digital interesada en potenciar un máster de interpretación y dirección, como el teatro de Cámara de Chéjov que ayer dio a conocer la firma de un contrato con la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR) que le ha salvado la vida…

Un modelo obsoleto

Desde FAETEDA, la Federación Estatal de Asociaciones de Empresas de Teatro y Danza, se ha venido advirtiendo de que el modelo de negocio (basado en que el principal cliente era la Administración) estaba en crisis desde hace un par de años. “Se habló de prescindir del intermediario, es decir, de las administraciones y ser nosotros los que buscáramos directamente al público”, recuerda María López, presidenta de la Asociación de Empresas de Artes Escénicas de Aragón, partidaria de que sean las empresas escénicas las que gestionen los teatros públicos: “Como cualquier subcontrata supervisada por la Administración, con criterios estrictamente culturales, con límite de precios y con la confianza de que quien lo gestione sabría lo que se trae entre manos”.
“De las 250 empresas de artes escénicas que están censadas en Andalucía, la mitad están en paro técnico”, se arranca Carlos Gil, productor de la compañía granadina Remiendo Teatro y vicepresidente hasta el pasado mes de enero de la Asociación de Empresas Andaluzas de Artes Escénicas, que aglutinan el 80% de la facturación de Andalucía. “El 95% del sector estaba sostenido por “lo público”, aunque las ayudas a la producción no suponían más de un 15% de la financiación de las empresas”, se explica. Y agrega: “Ahora hay dos bandos: los que no tienen ni capacidad ni energía y están avocados a desaparecer y los que tenían una pequeña cuota de mercado estable o han tenido la capacidad de reinventarse para subsistir”. Y recuerda un refrán: “Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor sale por la ventana”.
Sin embargo, son muchos los que están dispuestos a pelear por conservar ese amor y aferrarse a la pasión por un trabajo que les hace sentirse vivos. Quizá fue eso lo que les reunió el lunes pasado en el escenario de la sala Pradillo de Madrid, donde se celebraba la primera de las reuniones de networking, con asistencia de más de 60 agentes teatrales (desde el exdirector del Festival de Otoño, José Manuel Gorospe, o la productora del Teatro de la Zarzuela, Margarita Jiménez, hasta subtituladores como Rubén Delgado o actrices como Amalia Hornero).
Fue un encuentro promovido por la agencia de comunicación Cultproyect, dedicada a la difusión de eventos escénicos. Y bastaron unas tortillas y unos vinos para que la gente comenzara a hablar y se oyeran cosas como: “He llegado a ganar 57 euros por un mes de trabajo” (Merche Segura, 31 años, actriz); “La cultura está devaluada, qué sería hoy de un pintor como Picasso… Las subvenciones deben existir para que emerjan proyectos nuevos, pero deberían ser devueltas cuando se obtiene un beneficio, ¿cómo es posible que se subvencionara a Almodóvar?” (Jorge, actor); “Abrir un teatro público cuesta mucho dinero, por lo que a veces es “mejor” mantenerlo cerrado, porque con el precio de las entradas no amortizas el gasto nunca.
El problema es que los gestores de lo público se han olvidado de que tenían un dinero público para programar esos espacios, no para alquilaros para bodas y bautizos” (Margarita Jiménez, productora del Teatro de la Zarzuela); “La ley de mecenazgo se carga todo el tejido cultural, primero nos obligaron a ser empresas mercantiles y ahora, con la nueva normativa, nos dejan fuera porque está dirigida a asociaciones y fundaciones” (Getsemani de San Marcos, directora de la sala Pradillo); “Nos pasamos la vida en la carretera para al final llevarnos lo comido por lo servido, y me costó mucho convencer a mis padres de que éste era un trabajo de verdad” (Adriana Vázquez, 32 años, productora); “Todavía podemos unirnos para inventarnos cosas, una economía paralela a la de Bankia, nos podemos ayudar los unos a los otros” (José Manuel Gorospe, ex director gerente del Festival de Otoño).
En esta gigantesco backstage de la escena, no faltan tampoco administraciones dispuestas a mantener la programación de sus espacios culturales a toda costa, contratando a grupos de aficionados, que aterrizan con lo puesto en “furgonetas de colegas”, para trabajar a precios irrisorios. “Se están cargando el tejido profesional que hay y están favoreciendo la economía sumergida, porque esa gente trabaja sin contrato y sin nada”, asegura Ricardo del Castillo, presidente de Replica, la Asociación de empresas escénicas de Canarias.
No solo pasa en Canarias: “Nosotros hemos viajado recientemente a Bilbao en coches y furgonetas y dormimos en la residencia de estudiantes porque teníamos dos bolos. Nuestro sueldo no llegaba a 50 euros”, comenta una actriz madrileña que tiene su propia compañía y que dirige espectáculos infantiles. “Nos falta compartir las esquinas de la calle Montera”, bromea.
Y, entretanto, el público sigue dejando mensajes y cartas a la salida del Teatro de Cámara de Chéjov: “Poderosa historia que nos recuerda que los sueños nunca se deben de olvidar. ¡Enhorabuena!”, “Gracias por hacernos vibrar”, “Uff! ¡Qué maravilla!”…
Fuente: Patricia Ortega Dolz (www.elpais.com)

No hay comentarios:

Publicar un comentario