Josep Maria Miró: "Hemos asumido como natural investigar al otro"



Fuente: Albert Lladó (lavanguardia.com)

Josep Maria Miró (Prats de Lluçanès, 1977) es uno de los dramaturgos catalanes más representados, y uno de los más galardonados (ha obtenido los premios Born, Boira o el Quim Masó). Autor de obras como El Principi d’Arquimedes, Fum o Nerium Park (que se podrá ver en el Festival Grec), acaba de estrenar en La Seca Estripar la terra. ¿Hay un lugar donde escapar del pasado? ¿Cómo vivir bajo sospecha? ¿La precariedad laboral es una explicación o una excusa? Estos y otros interrogantes son los que el también director aborda en una propuesta que supone el debut de La Padrina, la compañía integrada por los actores Ricard Farré, David Marcé y Arnau Puig.

La expresión Estripar la terra, utilizada por los payeses cuando remueven sin profundidad el campo, da título a la obra. Es toda una metáfora de lo que veremos en escena.

Cómo llegan los títulos es un proceso muy extraño. A veces lo tienes desde el inicio, a veces viene luego… A veces te lo regalan. Como en el caso de El Principi d'Arquimedes, que fue una propuesta de Xavier Albertí. Eso sí, tengo que tener claro previamente qué quiero explicar y cómo. Por eso, cuando tengo la primera réplica quiere decir que ya puedo comenzar a escribir. Rara vez cambio una primera frase. La expresión Estripar la terra la tengo muy asimilada porque soy de pueblo. Significa la acción de airear la tierra para que se pueda cultivar y sea fértil. Pero al estripar no todo lo que aparece es necesariamente positivo.

La acción transcurre en la Casa de Cultura de un pueblo rural. Parece que la cultura tenga que representar siempre una especie de oasis, pero encontramos las mismas miserias que en otros ambientes.

La agresividad, la puñalada, no sólo está en el ADN del yuppie. Hay un poco de cliché en esto. Tenía ganas de hablar de algo que me preocupa, que son los ámbitos de trabajo que por naturaleza deberían ser comprometidos y que no siempre lo son. Hay algo salvaje en el capitalismo, y en las crisis, cuando el individualismo pasa por encima de nuestros propios principios. Lo he querido explicar desde un lugar humano. Entendible.

Los personajes están organizando un festival al que acudirá todo el pueblo. Pero la idea de comunidad es muy frágil…

Nos hemos vuelto muy políticamente correctos. Tener contento a todo el mundo es muy complicado, y hemos de encontrar puntos en común en el que se respeten las diferencias. Hay que mojarse. Le moleste a quien le moleste. Somos muy hipócritas cuando sólo queremos mostrar las ideas ya consensuadas.

Desde el sector cultural somos muy críticos. Normalmente, con los demás.

Lanzamos ideas para convencidos. Todos sabemos que algunas políticas culturales son terribles, como el aumento del IVA, pero de repente hay otros aspectos que no abordamos. La precariedad, la falta de compromiso al hacer teatro… De esto no se habla tanto.

Usted también ha trabajado como periodista. Un sector que puede caer en la misma inercia.

Nosotros éramos los primeros en denunciar un ERO, o causas injustas, pero las propias situaciones... Éramos capaces, incluso, de silenciarlas.

Los dos personajes principales, Lluís y Raül, se han salvado de los despidos.

Y eso ha hecho que se conviertan en piezas de un sistema perverso. Han dejado de ser amigos para convertirse en rivales.

Entonces, además, aparece un elemento externo, un voluntario que les ayuda a organizar el espectáculo.

El elemento externo siempre es visto como un peligro. Miquel representa esa figura tan contemporánea que, de forma altruista, pone en evidencia el modelo.

Aunque de manera distinta, vuelve a utilizar el flashback como en El Principi d'Arquimedes.

Allí, los saltos al pasado funcionaban como una especie de puzle a través del cual el espectador tenía la oportunidad de ver la misma situación varias veces. En Estripar la terra hay una conversación central para mostrar otras conversaciones, como si fueran muñecas rusas, que se abren y se cierran. Lo que sí había en El Principi d'Arquimedes era un gesto de ternura de un niño hacia un adulto, y aquí lo que hay es un gesto de violencia. Es un guiño.

También hay una interrogación sobre la formación. El educador puede tanto “salvar” a un adolescente problemático como acabar de hundirlo si le estigmatiza.

El tema me inquieta. La figura del educador es clave, y políticamente la están desmantelando. Ya sea en la escuela o en el entorno social. El magisterio, por ejemplo, es una carrera devaluada, y es una profesión tan importante como la de un médico.

El ser humano es conservador por naturaleza. La obra muestra cómo la crisis, además de causar la precariedad que hay que combatir, fomenta un cierto victimismo. Y lo que es aún peor: la pérdida de entusiasmo.

La precariedad no legitima trabajar mal. Ni actuar desde un lugar deshonesto. Como todo está hecho una mierda, mi grado de individuo político se reduce. La precariedad laboral también nos ha precarizado como individuos. Nos hemos quitado la energía aceptando unas reglas del juego determinadas. Es muy triste ver chavales de 30 años, agotados, que tienen la sensación de haber fracasado… Es muy difícil no erosionarse.

En el Grec presenta Nerium Park, donde de alguna manera también aborda la crisis.

Aunque la temática es muy diferente, con una escena por cada mes del año, hablamos de cómo la crisis afecta a un núcleo tan pequeño como lo es una pareja.

Cuando escribió Estripar la terra no había aparecido la resolución de la Unión Europea sobre el llamado “derecho al olvido”. Pero la obra se pregunta exactamente por estas cuestiones.

No era consciente del todo. Apareció la noticia justo cuando estábamos ensayando. Pero el teatro, como el periodismo, tiene una voluntad de mirar el mundo para describirlo, aunque no tengas respuestas cerradas. Me costaría mucho escribir teatro sin abrir interrogantes sobre el mundo que me ha tocado vivir. De lo que sí era consciente es de la exposición de nuestra privacidad a través de las redes sociales. Dejamos una cantidad enorme de rastros. Una información que debería caducar no lo hace en internet, y puede causar mucho daño.

Es una obra, pues, sobre las segundas oportunidades.

Todos deberíamos poder comenzar de nuevo. La gente tiene derecho a tener secretos, y a no ser juzgado por ello.

No perdonamos los errores del pasado.

Hemos asumido como natural investigar al otro. Los nuevos mecanismos hacen que nosotros mismos seamos los que nos exponemos. Supongo que de aquí a una década los utilizaremos mejor. Es un tema nuevo y apasionante.

A veces usamos el conocimiento como chantaje.

La información es un arma. Y los protagonistas, en un momento complicado, se amenazan.

Ha realizado estudios de doctorado en Literatura Catalana. ¿El teatro se ha alejado demasiado de lo poético para acercarse al lenguaje televisivo?

Los creadores tenemos influencias diversas. Pueden ser la televisión, la novela, el cine… Todas son positivas, pero creo que no deberíamos olvidar que el teatro es teatro, y que tiene unas posibilidades que no tienen otras disciplinas. Lo que es preocupante es la utilización de la lengua. A veces la situación parece estar por encima. Y la lengua genera pensamiento. Pero hay espacio para todo tipo de teatro. Lo importante es la heterogeneidad.

La Comédie Française ha programado una lectura dramatizada de El Principi d'Arquimedes, y durante los últimos dos años no ha parado de estrenar por todo el mundo.

He tenido la suerte de ver muchos montajes. Yo tengo dos espacios de trabajo: el íntimo, como autor, y el externo, que hago como director con los actores. Lo emocionante ha sido ver la obra, por ejemplo, en México. Y darse cuenta de cómo otros creadores pueden levantar el material desde miradas distintas. Compruebas cómo un público con una tradición teatral diferente a la nuestra, con una situación vital también diferente, conecta profundamente con la obra. Ahí está el milagro.

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