Stathis Livathinos "La Ilíada es un animal salvaje que puede devorarte"
Fuente: Alberto Ojeda (elcultural.es)
Antes de salir al escenario Stathis Livathinos preparó a sus actores para lo peor: “No os preocupéis si después del descanso nos encontramos con las butacas vacías. Hemos hecho un gran trabajo”. Esa advertencia piadosa a su equipo la pronunció el año pasado en el Festival de Atenas, donde presentó una osadía escénica sin precedentes: montar la Ilíada de cabo a rabo, sin sortear ni uno solo de sus 24 cantos. ¿La duración? Casi cinco horas. Los peores augurios no se cumplieron. Más bien sucedió lo contrario: la impaciencia mordisqueaba al público, deseoso de ver qué sucedía tras el parón. “Ahí comprobé por qué Homero es Homero, la piedra filosofal de la narrativa occidental, y de quien Eurípides, Sófocles y Esquilo aprendieron a moldear tragedias y las técnicas para mantener en vilo al espectador”, sentencia Livathinos, que, al otro lado del teléfono, se demora desde Chipre en apasionadas explicaciones sobre los mil desvelos que le ha ocasionado este proyecto.
Tras conquistar Atenas, fueron al Festival de Epidauro. Después recalaron en el Teatro Nacional de Ámsterdam, agotando hasta el último milímetro de papel en la taquilla y cosechando elogios de la crítica: por su energía desmedida, por su precisión quirúrgica, por su potencia poética, por sus conexiones con la deriva contemporánea... En España podremos degustarla por partida doble: el viernes y el sábado (18 y 19) estará en el Festival de Mérida y, ya en octubre, en el Valle-Inclán de Madrid.
Livathinos llevaba toda la vida rumiando asaltar el texto homérico con las armas del teatro. Era una vaga intención que empezó a perfilarse con más nitidez en los tiempos en que este inquieto director, formado en la histórica Russian Academy of Theatre Arts, se hizo cargo del Experimental Stage of the Greek National Theater, en 2001. Estuvo al frente siete años, suficiente para muscular su coraje escénico (alumbró, por ejemplo, una adaptación de 6 horas de El idiota de Dostoievski) y establecer un clima de familiaridad con una serie de actores que luego le han acompañado todo este tiempo, hasta desembocar en la Ilíada. El elenco lo componen 15 intépretes, que afrontan diversos papeles en un montaje asentado en una especie de fábrica mugrienta, en la que una escalera de caracol dorada divide el Olimpo divino del arrabal mundano. “Si no hubiera contado con este grupo, jamás me hubiera metido en esta locura. El texto de Homero intimida, por eso creo que hasta ahora nadie se había arremangado con él para mostrarlo al completo sobre las tablas”.
Lo cierto es que sí existe una diversidad más o menos amplia de versiones recitadas por monologuistas pero no parece haber rastro de producciones levantadas por una compañía, movilizando una pluralidad de actores. Livathinos pone la mano en el fuego: “Es la primera vez que se representa en Europa y diría que en el mundo”. Su salto, en cualquier caso, no ha sido al vacío. Contaba con una red de seguridad en su travesía sobre el alambre. Esa función la ha cumplido la traducción de la Ilíada firmada por el eminente profesor D.N. Maronitis, que tras varios años de trabajo trasvasó al griego moderno la escritura original de Homero. “Para nosotros ha sido crucial. Es un trabajo complicadísimo conseguir que la palabra de Homero suene como el habla de la calle, de las casas, de la vida cotidiana..., sin arañarle la sustancia ancestral y la carga poética. El éxito y el fracaso en una tarea así los separa una delgadísima línea. Él consiguió el equilibrio perfecto; nos dio un gran impulso disponer de un texto que posibilitaba una expresión oral natural, nada estilizada o poetizada artificialmente”.
Otro empujón determinante para Livathinos y sus huestes (aqueas y troyanas) fue el tormento socioeconómico que atraviesa Grecia. En la Ilíada veía muchas de las claves que explican el devenir convulso de su país, especialmente marcado en estos últimos años: “No hay que olvidar que la Ilíada se abre refiriendo la palabra cólera, la que separa a Aquiles de Agamenón. La patria que están construyendo estos personajes permanecerá ya para siempre marcada por esa propensión al clima de guerra civil. Ese es el material humano del que estamos hecho los griegos de hoy”. Livathinos, al escenificar la epopeya, no ha hecho más que colocar frente a un espejo a sus compatriotas, cada vez más sedientos de teatro: “La crisis, paradójicamente, ha arrastrado más gente a las salas. Es la prueba de que necesitan explicarse lo que están viviendo y que el teatro les ofrece respuestas, o al menos lo intenta. Es un periodo de fervor teatral, con cientos de estrenos cada temporada. Falta dinero pero no talento ni entusiasmo. En Suiza es difícil encontrar buen teatro, al contrario de lo que ocurre en los países que las pasan canutas”.
A Livathinos ese fervor se le ha atenuado tras la maratón de la Ilíada, que ha incluido una inmersión filológica en la antigua Grecia y lecciones de Kung-fu con monjes shaolin para coreografiar las batallas. Desfondado, reconoce que en absoluto planea completar el ciclo troyano. La Odisea la deja para otros: “Creo que la Ilíada es suficiente en una vida. Sólo si volviera a nacer, me lo podría pensar. Maronitis siempre dice algo que yo creo que es muy cierto: la Ilíada es un animal salvaje, lo contrario de un perro domesticado al que puedes darle instrucciones y obedece dócilmente. Uno tiene que convertirse en un salvaje también para medirse con ella sin acabar devorado”.
La cólera perpetua, sin embargo, cesa al final con la tregua de Príamo y Aquiles, ambos consternados por los seres queridos aniquilados. Pero es sólo un remanso efímero, una ilusión de paz que Livathinos, además, perturba añadiendo los versos pesimistas de Los troyanos, de Cavafis: Desventurados son nuestros esfuerzos; / inútiles como aquellos de los troyanos. Casi 3.000 años después, toda esperanza se ha disipado.
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