Viaje a las entrañas de "Los Miserables"


Fuente: David Moran (abc.es)
En la platea no hay ni un alma, pero el escenario y la caja escénica del Gran Teatro del Liceo es un ir y venir constante de cajas con ruedines, telones, operarios con cables y pesadas piezas de escenografía. En un rincón, justo frente a la boca del escenario, unos cuantos fusilesdescansan a la espera de que alguien se anime a empuñarlos. Un poco más allá, detrás de la inmensa caja negra que sustituye al escenario rotatorio de anteriores montajes, se amontonan carromatos, tramos de escaleras, barriles de explosivos con amenazantes calaveras garabateadas en blanco y, en fin, todas y cada una de las 90 toneladas de material que «Los Miserables» moviliza cada vez que sale de gira y aterriza en una nueva ciudad con sus once trailers y su aún más voluminosa historia de récords y aplausos a cuestas.
No en vano se trata de uno de los grandes musicales que ha dado el género, una pieza que han visto más de sesenta y cinco millones de personas de cuarenta y dos países desde su estreno en Londres en 1985 y que mañana desembarca a lo grande en Barcelona con casi todas las localidades vendidas para seguir haciendo lo que mejor sabe hacer. Esto es: historia. Sobre el escenario, el clásico de Víctor Hugo y la trágica epopeya de Jean Valjean, un exconvicto encerrado durante veinte años por robar un pedazo de pan, volverán a sumergir a los espectadores en este fresco musicado de la Francia de la primera mitad del siglo XIX. Una historia inmortal y universal repleta de venganza, redención, traición y amor cuya puesta en escena requiere decuatro días de montaje así como de un centenar de operarios que se turnan para cubrir jornadas que se alargan durante 24 horas.
Unos números que, sumados los 34 actores-cantantes que desfilan sobre el escenario y a los catorce músicos que dirige desde el foso el malagueño Arturo Díez, hacen de la versión española de «Los miserables» la producción de mayor envergadura que ha girado por la península, como señala el responsable técnico del montaje, Francisco Grande. Y no solo eso: con su estreno en el Liceo, la obra se convertirá en el primer musical en hacerse un hueco entre las magnas paredes del coso operístico barcelonés. «Que ahora “Los Miserables” llegue al Liceo, un espacio propio de la música culta, es como un reconocimiento que tiene este musical, del nivel de su música, de su producción y de la historia que explica; en suma, de la capacidad de emocionar que tiene», señalaba el director de la versión española,Daniel Anglés, en una entrevista reciente.

Espacio ideal

Normal que los responsables del montaje consideren el Liceo como un espacio inmejorable —no hay más que ver la gigantesca caja escénica, con espacio suficiente como para que los trailers descarguen directamente todo el material a pie de escenario— para un espectáculo que, entre bambalinas, combina los elementos de telar por contrapesada y de suelo con cambios automatizados. «“Los miserables” es una producción que donde mejor luce es un teatro a la italiana. Gana vistosidad y proximidad», reconoce Grande, responsable de que todo esté perfectamente engrasado y no haya ningún contratiempo durante los sesenta cambios de escena que se suceden durante las dos horas y media que dura la obra. Un auténtico maratón escénico tras el que se esconde el trabajo de una treintena de técnicos que no pierden detalle de lo que ocurre sobre el escenario.«Nuestra misión es facilitar el trabajo de los actores», reconoce Grande, quien, pese a no estar del todo seguro, cree que ya ha escuchado la obra completa en cerca de 200 ocasiones.
La precisión, asegura, es clave. También uno de los rasgos distintivos de una obra que, como le gusta subrayar al productor inglés de la obra, Cameron Mackintosh, se ha convertido en uno de los hitos del teatro musical porque el montaje es exactamente el mismo allá donde se represente. Da igual que sea en Londres, Nueva York, Toronto o, como es el caso, Barcelona. Los decorados, las coreografías y, cómo no, los números musicales, tienen que ser idénticos. Podrá cambiar el espacio y la manera de trabajar —hay pocos recintos, reconoce Grande, en los que uno pueda disponer de 15 toneladas de paneles y decorados sujetos al telar—, pero la ejecución siempre es la misma.
En este caso, la versión de «Los Miserables» que llega a Barcelona —después de bajar el telón el 3 de agosto, seguirá girando por Bilbao, Salamanca, Logroño y Valencia— es la que se ideó con motivo del XXV aniversario de la obra y que incorporó, como parte del decorado, la proyección de dibujos creados por el propio Víctor Hugo y que, a fuerza de combinarlas con la iluminación, crean imágenes cercanas al 3D.
Una novedad que sobre el escenario compartirá protagonismo con Felipe Forastieri (Jean Valjean), Ignasi Vidal (Javert), Elena Medina (Fantine), Carlos Díaz (Enjol Ras), caras visibles de un reparto ligeramente diferente al que pudo verse cuando el montaje pasó por el Barcelona Teatre Musical en 2013 pero que siguen apuntalando un musical de récord que actualmente se representa de manera simultánea en Londres, Broadway, Melbourne, Corea, Japón y, claro, España, donde el Liceo es la gran conquista.

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