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AUTOR: MARIO GAS y ALBERTO IGLESIAS
DIRECCIÓN: MARIO GAS
INTÉRPRETES: JOSEP MARIA POU, CARLES CANUT, AMPARO PAMPLONA, PEP MOLINA, BORJA ESPINOSA, RAMON PUJOL y GUILLEM MOTOS
DURACIÓN: 90min
FOTO: JERO MORALES
PRODUCCIÓN: GREC 2015 FESTIVAL DE BARCELONA, TEATRE ROMEA y FESTIVAL INTERNACIONAL DE TEATRO CLÁSICO DE MÉRIDA
TEATRE ROMEA

Por poco que sepas, algo sabes de Sócrates, aunque sólo sea por lo que es mundialmente famoso: "Sólo sé que no sé nada". Para los que estudiamos en otras épocas aprendimos su cuidado por la palabra, por la libertad, por la justicia, por la honradez, por el conocimiento. Hoy en día son palabras desgastadas y algunos van a oírlas como parte de su postureo. El individuo, ciudadano o no, que tenía a mi lado soltó antes de empezar: "Somos intelectuales por venir a ver una obra sobre Sócrates". Ahí queda eso, al medio minuto de empezar la función le sonó el móvil, la intelectualidad quedó en entredicho.

Sócrates es Josep Maria Pou o Josep Maria Pou es Sócrates, no me ha quedado muy claro donde empieza el actor y acaba el personaje. Le va como anillo al dedo. Un hombre de palabras, una entonación poderosa, una manera de explicar la historia amigable, sincera. Pou hace que Sócrates sea interesante incluso para aquellos a los que le cueste la filosofía.

El Teatre Romea se queda pequeño, no sólo por las entradas agotadas, sino porque la escenografía de Paco Azorín más bien pensada para la magnanimidad del Teatro de Mérida queda encerrada en el escenario del Romea. Falta visibilidad, no sé como se verá desde platea, desde el segundo anfiteatro se pierden algunas réplicas y se intenta inútilmente presenciar el monólogo a pie de platea de Amparo Pamplona, uno de los momentos más cómicos de la noche. Le hubiera quedado mejor el traje del Anfiteatro del Grec, si hablamos de Atenas que mejor paisaje.

Pero Josep Maria Pou no está solo, aunque lleve el peso de la función, le acompaña un coro de voces de entre los que destaca Pep Molina y Carles Canut, a lo que la experiencia gana a la hora de explicar la tragedia de Sócrates, que se niega a salvarse de la muerte, comprando su libertad. Honestidad hasta el final. Hora y media de alimentación para el intelecto, un tanto adormecido debido al calor excesivo de la sala. Ahora ya sabemos algo más.

SÓCRATES

by on 18:31
AUTOR: MARIO GAS y ALBERTO IGLESIAS DIRECCIÓN: MARIO GAS INTÉRPRETES: JOSEP MARIA POU, CARLES CANUT, AMPARO PAMPLONA, PEP MOLINA, BO...


Fuente: Alberto Ojeda (elcultural.com) | Foto: Juan Echanove

Juan Echanove lo que le tira es la comedia y la carcajada incisiva. Buena prueba es cómo se gestó su versión de La asamblea de mujeres. Jesús Cimarro tenía ganas ya de que se doctorase en el Teatro Romano de Mérida como director. En la edición anterior del festival le propuso hacer el Calígula de Camus, retrato humanísimo de la enajenación del tirano. Echanove se aplicó. Le buscó las vueltas al texto pero algo no funcionaba. "No tenía el cuerpo para adentrarme en la densidad del drama. No me excitaba y no encontraba nada que me permitiera comunicarme con el presente", confiesa a El Cultural.

Buscó entonces un 'plan b' que desembocase en sensaciones más lúdicas y hedonistas. Esa era la premisa exigida por Echanove para arremangarse. Rastreó decenas de comedias: griegas, romanas, de nuestro Siglo de Oro, del periodo de esplendor en la Comédie Française, de la Commedia dell'Arte italiana... Un ejercicio que le permitió constatar “la ilación histórica y artística” de un género muchas veces mirado por el encima del hombro.

La bombilla se le encendió cuando llegó a Aristófanes. La asamblea de mujereses una de las 11 comedias que han sobrevivido de las 40 que escribió, un corpus dramatúrgico pleno de beligerante ironía que se cobró muchas víctimas, entre ellas Sócrates, al que satirizó sin piedad en Las nubes. La pieza se orquesta en torno a lo que aparentemente es una broma: las mujeres toman el control de la política ateniense a través de un sibilino 'golpe de Estado' dado en el parlamento. Una manera de rebelarse contra la incompetencia de sus representantes varones, que han hundido la Liga de Delos en la desolación (Aristófanes la remató en el 392 a.C, poco después de que Atenas sucumbiera al empuje espartano).

Es ese estado crítico el que le da coartada a Echanove para arrimar su versión a nuestros convulsos días. "Aristófanes no escribe esta obra para reivindicar a las mujeres. Él era un machista y un reaccionario, como casi todos sus coetáneos. Escribe para mofarse y lacerar a los gobernantes", advierte. Sobreentiende Echanove que el comediógrafo heleno venía a decirles algo así: hasta las mujeres son capaces de hacerlo mejor que vosotros, inútiles.

Y por ahí va armando el paralelismo entre ambas épocas: "Vivimos bajo un trauma similar. Nuestra Guerra del Peloponeso es la crisis financiera, el recorte de la soberanía de los Estados y la saturación informativa, que hace imposible formarse una idea clara de lo que sucede. Aristófanes, si viviera, estaría metiendo el aguijón en asuntos tan desconcertantes como que la economía de Europa dependa de unos fondos de inversión controlados por cuatro jubilados de Iowa. Hoy día a mí me cuesta mucho explicarle a mi hijo qué significa la palabra democracia".

Pero no es una monserga contestataria lo que quiere endosar al público emeritense. Lo cierto es que La asamblea de mujeres daría pie para excursos politológicos: algunos identifican este título como un precedente del ideal socialista, ya que las mujeres, cuando toman el mando, abogan por una colectivización de los bienes. Aunque Echanove no renuncia a ese trasfondo crítico y -digamos- trascendente, su intención es que la gente pase un buen rato. Sin más. "Estamos en verano, al aire libre. Toca disfrutar y yo lo que quiero es organizar una fiesta. Siempre que leía este texto creía que podía representarse como una juerga".

Esa premonición la ratificó Echanove durante una madrugada insomne, ya cuando el proyecto de montar La asamblea estaba en marcha. En el duermevela vislumbró a unos actores que "hacían cosas muy raras sobre el escenario", moviéndose en aparente anarquía festiva. Cuando se acercó al proscenio, se dio cuenta que estaban en el carnaval de Cádiz y que tales presencias histriónicas conformaban una chirigota. Ese es el código y el tono que le ha estampado al montaje, en cuyo reparto encontramos a Pastora Vega, María Galiana, Pedro Mari Sánchez, Sergio Pazos... Y a Lolita Flores, elevada a las alturas por su conmovedora encarnación de la Colometa en La plaza del diamante firmada por Joan Ollé. Aquí abandera la revuelta femenina en la piel de Práxagora, la lideresa ateniense con la que la actriz y cantante se ha mimetizado desde el principio: "Es una mujer como yo, inquieta, que quiere cambiar las cosas, que lucha por la igualdad, con mucho temperamento, muy decidida, muy enérgica y muy capaz".

Son también cualidades esenciales para afianzarse sobre el intimidante escenario del Teatro Romano, convertido por Echanove en una gran elipse con forma de moneda de diez céntimos. Él lo conoce bien como actor. Allí se ha subido ya cuatro veces. "Es curioso: cuando asistes como espectador te parece un espacio gigante pero como actor, concentrado en las tablas, te parece pequeño". En su reválida como director, tras Visitando al señor Green y Conversaciones con mamá, intenta conjugar ambas perspectivas y afilar el bisturí de Aristófanes, para clavarlo, con la anestesia del humor y la música de Javier Ruibal, sobre el caos contemporáneo. "Siendo absolutamente fieles al texto podemos contar la realidad de ahora. Eso es lo que me motiva al trabajar con los clásicos. No creo en el teatro como museo ni en los espectáculos-vitrina".

Fuente: Fernando Díaz de Quijano (elcultural.com)

Julio César y Cleopatra. Menuda historia. Roma y Egipto. Pasión, sexo, ambición, poder, geopolítica. Dos personajes rematadamente clásicos y trágicos. Por eso se justifica su presencia, desde esta noche, en el Festival de Teatro Clásico de Mérida, aunque el texto que los devuelve a la vida sea contemporáneo. Los responsables son la pareja formada por Emilio Hernández y Magüi Mira. Él lo ha escrito y ella lo dirige.

La obra enfrenta a los Julio César y Cleopatra reales, enmarcados en su tiempo histórico, con los personajes inmortales que son hoy y que, dos mil años después, vuelven la vista atrás y se asombran (se indignan) del devenir, decepcionante para ellos, de la Historia.

Este "combate a cuatro" cuenta con la veteranía de Emilio Gutiérrez Caba y Ángela Molina, que encarnan las versiones "inmortales" de los personajes, mientras que los jóvenes e históricos Julio César y Cleopatra son interpretados por Marcial Álvarez y Lucía Jiménez, que han trabajado anteriormente a las órdenes de Magüi Mira. De hecho, Álvarez lo hizo el año pasado en Pluto, también en el Festival de Mérida.

La directora ha vuelto este año al mismo teatro romano por deseo del responsable del festival y productor Jesús Cimarro. Para Mira, es el empresario teatral perfecto: "En nuestra obra, Julio César cree que las abreviaturas a. de J.C. y d. de J.C. significan antes y después de Julio César, en vez de Jesucristo. Yo digo que en el panorama teatral significan antes y después de Jesús Cimarro".

La relación del general y dictador romano con la última reina del Antiguo Egipto se inició en medio de la disputa que ésta mantenía con su hermano y esposo Ptolomeo XIII por el gobierno del país. En aquellos años, el Imperio Romano tenía mucho interés en convertir Egipto en una provincia romana más y solía intervenir en su política interior. Según las crónicas de la época, Cleopatra enamoró a Julio César, que se convirtió en su amante y protector y se estableció con ella en Alejandría, donde la pareja venció a las tropas de Ptolomeo. Poco después tuvieron un hijo, Ptolomeo XV, apodado Cesarión, y se trasladaron a Roma. Tras el asesinato de Julio César en los idus de marzo del año 44 a.C., Cleopatra, que nunca fue aceptada por el pueblo romano, regresó a Egipto.

En César y Cleopatra, "como nos pasa a todos cuando miramos atrás", los personajes evalúan sus aciertos y sus errores, sus méritos y sus culpas. Pasados dos milenios, el dolor se disipa y algunos recuerdos trágicos se vuelven cómicos. Otros conservan intacto todo el dramatismo, incluso en "el limbo de la eternidad", explica la directora. "Hay mucho humor y también momentos de gran crudeza. Y, sobre todo, una reflexión muy interesante sobre la condición perecedera del poder". Cleopatra y César construyeron un capítulo de la Historia, pero todos sus logros se desvanecieron con el tiempo.

Con la puesta en escena, Mira ha querido plasmar todas esas reflexiones "de la manera más física posible", explica. Para eso ha contado con la música original de David San José, coreografías de Emilio Castejón y "cuatro actores en estado de gracia". La directora nos asegura que el resultado de todo ello es "un espectáculo muy minimalista pero con mucha potencia, en la que todos los medios están al servicio del texto y los actores".

Aunque la cultura popular está llena de obras en las que aparecen Cleopatra y Julio César, asegura Mira que el romance entre ellos "ha sido poco contado desde la ficción", a pesar de su enorme atractivo. "Es una historia de fusión total, de pasión física y objetivos comunes como líderes políticos", afirma la directora. Una de las obras más conocidas que han tratado la relación entre ambos líderes fascinantes es César y Cleopatra, de George Bernard Shaw, estrenada por primera vez en Newcastle en 1899. No obstante, la directora asegura que ellos han partido de cero para levantar la suya, salvo algunas influencias inevitables como la ópera Julio César en Egipto, de Händel, y mucha documentación que garantiza el rigor histórico.

Magüi Mira interpretó a Cleopatra en 1997 a la dirección de José Carlos Plaza y el personaje ya nunca abandonó su pensamiento. "Es uno de esos personajes femeninos que marcan la involución posterior de la mujer. Ahora las mujeres libramos una intifada silenciosa hasta recuperar poco a poco nuestro lugar en el mundo, pero Cleopatra demuestra que en un pasado lejano, en algunos lugares como el Egipto antiguo, la situación de la mujer fue infinitamente mejor de como fue en los siglos posteriores. Cleopatra fue una mujer culta, instruida en las artes y las ciencias, que hablaba 9 idiomas a los 20 años, preparadísima para gobernar, y fíjate dónde está hoy Egipto".
Fuente: Rocío García (elpais.com) | Foto: Gianluca Battista 
"Os vamos a contar lo que Atenas hizo conmigo”. El oráculo dijo de él que era el más sabio de todos los hombres. Sócrates, el maestro de Platón, que combatió como pocos la ignorancia, el primer filósofo que habló de la moral y fue condenado a muerte por la misma democracia que contribuyó a crear y en la que creyó. Un hombre olvidadizo, vago y un tanto desastrado que denunció la corrupción y las libertades pisoteadas por aquellos que ostentan el poder y sus círculos clientelares. Sócrates, acusado de burlarse de los dioses de Atenas y de corromper a la juventud, se dispone a tomar la cicuta que acabará con su vida. “Os vamos a contar lo que Atenas hizo conmigo”. Clara y poderosa, la voz de José María Pou inunda el escenario. “Se han dicho muchas cosas de mí. No soy nadie. La historia me atribuye una frase que no fue cierta: ‘Solo sé que no sé nada’. Soy un minúsculo guijarro pensante al que le invade el placer de hurgar en todo lo que hay que aclarar”. De blanco y con una túnica neutra, austera, casi monacal, Pou advierte al público que van a asistir a una representación del ciudadano Sócrates, de su juicio, de la sentencia y de la muerte por cicuta. Es entonces cuando José María Pou se retira al fondo del escenario, un círculo con dos pequeñas gradas donde aguardan sus fieles amigos y su mujer, pero también sus enemigos, y empieza la función: Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano.
El director Mario Gas y el actor José María Pou han unido sus fuerzas y su talento para llevar por primera vez al Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida la tragedia de este filósofo que se vio obligado a morir en el año 399 antes de Cristo, después de haberlo puesto todo en duda, hablando, razonando, especulando y descubriendo. Este Sócrates, una coproducción del teatro Romea, el Festival de Mérida y el Grec e interpretado, junto a Pou, por Carles Canut, Amparo Pamplona, Borja Espinosa, Guillem Motos, Pep Molina y Ramon Pujol, se vislumbra como uno de los grandes espectáculos del verano, del que ya se anuncia amplia gira para la próxima temporada teatral. En la retina, aquel Sócrates que levantó Adolfo Marsillach, en 1972, en versión de Enrique Llovet. “Es mejor sufrir la injusticia que cometerla”. Marsillach reflexionaba años después de esta puesta en escena tan polémica, todavía bajo la dictadura franquista, cómo la frase de Sócrates le había perseguido de por vida. Algo parecido a lo que está experimentando esta pareja de teatreros que recibieron a Babelia la semana pasada después de un ensayo de la obra en Barcelona.
¿Por qué tantos años sin Sócrates? “No entiendo”, comienza Mario Gas, “por qué desde Marsillach no se había vuelto a abordar el tema. Sócrates es siempre un personaje interesante. Un demócrata que es masacrado por la propia democracia, y más en los tiempos que vivimos me parece un tema muy atractivo. Es un texto necesario hoy en día, no el texto en sí mismo, sino el hecho de abordar la verdad de Sócrates. Es una reflexión necesaria que clarifica mucho todo lo que está ocurriendo”. José María Pou se ha calzado (toda la función la realiza con los pies desnudos) y se ha quitado ya la túnica de Sócrates. “A mí me parece importantísimo el subtítulo de esta obra: ‘Juicio y muerte de un ciudadano’. Es el enganche completo con la actualidad. El público va a ser consciente en el espectáculo de estar viendo a un ciudadano, no sé si víctima o mártir, pero en cualquier caso sí una víctima de la democracia. Sócrates es el primer ciudadano condenado a muerte en la democracia. Esto no va a ser una lección de filosofía, sino que vamos a centrarnos en la vida del personaje, que es un señor que lo pone todo en duda, esa es la base de la filosofía socrática. Sócrates fue indiscutiblemente un personaje incómodo, alguien a eliminar. Sus dudas, sus preguntas, su empeño en encontrar respuestas, su continuo cuestionamiento de todo es lo que le hace actual, y más en este momento histórico de este país nuestro”.
Basándose en textos del discípulo Platón (Fedón y Critón) y del historiador Diógenes Laercio —ya se sabe que Sócrates no dejó escrito ningún pensamiento—, Mario Gas y Alberto Iglesias, los autores de la dramaturgia, se han centrado en el juicio que sufrió el filósofo tras haber denunciado la corrupción de Atenas y haber advertido sobre el papel supersticioso y manipulador de la religión oficial. “En Sócrates hay muchos asuntos, pero a mí me parecía que el tema principal estaba en el enfrentamiento con la propia democracia y el porqué le sometieron a ese juicio. Alrededor de ello, van apareciendo fragmentos de su relación con los amigos, sus reflexiones sobre la amistad, la ética y la moral, la vida y la muerte”, advierte Mario Gas, que ha llegado al ensayo alegre cantando “Flor de té, flor de té…”. “¿Estamos todos contentos, tranquilos, concentrados para hacer un ensayo completo?”, les pregunta cantarín el dramaturgo a los actores que ya esperan en el escenario.
Comienza la función, con esa primera advertencia de Pou-Sócrates sobre lo que el público va a ver, en la que no falta un guiño a las molestas toses, los sonidos de los móviles y las lucecitas de los mensajes telefónicos, y el escenario se inunda de palabras sobre la democracia, las leyes, la honestidad y la amistad. “Aparte de los textos sobre los que hemos trabajado, nosotros hemos modificado y añadido otros donde especulamos, pensamos y nos preguntamos”, añade Gas, que ha dirigido el ensayo como si de un director de orquesta se tratara, moviendo una supuesta batuta, señalando los ritmos y las entradas —“es una obra musical y rítmica, en la que hay que marcar las pausas, los tempos…”—. “El texto lanza flechas para que la gente lea y se enganche a cosas que a lo mejor nosotros hemos tocado solo tangencialmente o has dejado ahí para que se expanda. No quiero ser pedante, pero creo que hemos planteado una multiplicidad de visiones”.
José María Pou está disfrutando como actor y como ciudadano. Este Sócrates le ha unido de nuevo en la escena a su gran amigo Mario Gas, con el que trabajó hace ya años, precisamente en Mérida y con Golfus de Roma —“fue una experiencia alucinante”, recuerda el actor—, pero también le abre la posibilidad de proclamar a viva voz este texto tan cercano a la realidad actual y más con lo que está pasando estos días en Grecia. “Poder decir estas cosas ante las 3.000 personas de Mérida o ante las 800 de cualquier otro teatro me hace inmensamente feliz. Tuve la suerte de poder inaugurar Mérida hace tres años con Hélade, que fue todo un homenaje a la Grecia de aquel momento que creíamos se merecía un acto de solidaridad del mundo entero. Entonces no llegamos a vislumbrar lo que se está viviendo ahora. Nos creímos que iba a ser fácil salir de aquello”, se lamenta. “A mí el hecho de que en el teatro de Mérida se estrene un espectáculo que se llama Sócrates es una manera de hacer justicia, de convertir a Sócrates en un gran personaje dramático que tiene su lugar de ser y su razón de ser en esas piedras del teatro romano, aunque él fuera griego. Aunque a algunos les pueda parecer un sacrilegio, es convertir a Sócrates en figura dramática a la altura de Edipo, Agamenón, Orestes”, explica Pou mientras Gas procede a terminar el pensamiento: “Además de todo, la resolución de su vida, su muerte, le convierte en un personaje trágico, un ciudadano frente a su destino. Acepta el destino que le es dado como ciudadano. Que la tragedia de Sócrates aterrice en las piedras de Mérida me parece estupendo y que lo haga corporeizado y personalizado por Pou es doblemente feliz”.
¿Siempre la razón triunfó en Sócrates sobre la emoción?
Mario Gas. Hay todo un mundo que no vemos. Creo que Sócrates es un hombre profundamente emotivo dentro de su razonamiento, como cuando le dice a su amigo: “Nunca me he dejado llevar por las pasiones”. Pero esa razón es muy humanística, llena de bondad y de humanidad. Dentro de este proceso civil de ciudadano, hemos intentado dibujar un personaje con resortes humanos, al modo de reconstrucción exterior. Definimos la humanidad de Sócrates a través de sí mismo, pero también de los otros personajes y de las mismas leyes. Unas leyes a las que el filósofo les lanza, a modo de monólogo, un bellísimo texto de respeto por ellas.
José María Pou. Se lo dice Sócrates en la cárcel a su amigo Critón: “Ir en contra de las leyes es destruir la ciudad, ¿cómo voy a destruir yo la ciudad y la sociedad que he creado?”. Es un razonamiento precioso, de una honestidad por encima de toda duda. Además hay que decir que Sócrates, siendo un filósofo, palabra que puede asustar mucho a un gran público, era un filósofo que caminaba por la calle, andaba a pie, se sentaba en la plaza, hablaba con la gente en los mercados. Ese monólogo final que ha escrito Mario en el que Sócrates se dirige a las leyes me parece bellísimo. Un monólogo en el que el ciudadano Sócrates lanza un alegato de respeto profundo a las leyes, a pesar de que con esas mismas leyes le han condenado a muerte y acepta morir en beneficio de esa coherencia.
Y llega la hora de la muerte. “Un hombre que ha dedicado su vida a la filosofía debe mostrarse animoso ante la muerte”, decía Sócrates. Encadenado con grilletes, sus amigos le visitaban a diario para hablar de la belleza, del alma y de la muerte. Esa mañana, su amigo Critón ha llegado temprano a la cárcel. “¿Por qué vienes tan pronto?”, le pregunta extrañado Sócrates. “Mañana es el día, mañana tienes que poner fin a tu vida”, le contesta Critón desolado, mientras le intenta convencer para que huya, para que escape a ese trágico final. Sócrates se muestra inflexible: “Convenimos que la vida había que vivirla con coherencia, honestidad y justicia. Por eso mismo hay que ser coherente hasta el final”. El ciudadano-filósofo apura de un trago la copa con cicuta. Hasta el guardia llora al despedirse. “He oído que hay que morir en un silencio ritual”. Sócrates lanza el último alegato: “Sé que siempre habrá alguien para pasear a mi lado y denunciar a los corruptos, a aquellos que se llenan los bolsillos… Nunca he dejado de creer en los hombres. Sed felices y respetuosos…”. Le comenzaron a pesar las piernas y, tal y como le habían recomendado, se tumbó boca arriba para esperar la muerte. Se hizo un silencio, que era un grito, un lamento que inundó la ciudad de Atenas.
Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano. Texto: Mario Gas y Alberto Iglesias. Dirección: Mario Gas. Intérpretes: José María Pou, Carles Canut, Amparo Pamplona, Borja Espinosa, Guillem Motos, Pep Molina y Ramon Pujol. Teatro de Mérida, del 8 al 12 de julio. Teatro Romea, Barcelona, del 16 de julio al 2 de agosto.


Fuente: Javier López Rejas (elcultural.com) | Foto: Antonio Moreno

Atenas. Año 399 a. C. Sócrates, famoso filósofo y veterano de guerra, comparece ante un tribunal de justicia al borde de los 70 años. Detrás, una vida pródiga en proezas dialéticas (recogidas por Platón, Jenofonte y Diógenes Laercio, entre otros) que elevaron su nombre por todas las plazas de la Hélade. Sus soberbias dotes oratorias, al servicio de un insobornable código ético, le proporcionaron tantos seguidores como detractores. Es el caso de Aristófanes, que en Las Nubes perfiló un personaje ridículo, más deforme y feo de lo que ya era, y un desastrado intelectual. Nada le ayudó a evadir su destino final.

Ánito, el instigador de la denuncia, acusa, junto a Meleto y Licón, a un orgulloso e imbatible anciano de no reconocer a los dioses, de introducir cultos nuevos y de corromper a la juventud. Las tres acusaciones fueron rebatidas por Sócrates con su proverbial verbo ante el pueblo ateniense, que contempló cómo ejerció su defensa utilizando sus afilados e incontestables argumentos. La ignorancia, la política y, por qué no, la envidia, fueron las auténticas causas de su muerte. No la cicuta final. “Si me condenáis a muerte, siendo tal y como digo que soy, no me vais a hacer más daño a mí que a vosotros mismos”, recoge Platón en su Apología de Sócrates. Y añade: “Me absolváis o no me absolváis no me comportaré de modo diferente, ni aunque hubiera de sufrir mil veces la muerte”.

Leyes, poder y diálogo

Mérida. Julio de 2015. Mario Gas reconstruirá en el Festival de Teatro Clásico, del 8 al 12, el juicio del que fuera el primer gran filósofo de la historia. Al tiempo, reflexionará sobre la utilidad de las leyes, el poder de la palabra y la fuerza del diálogo para interrogarnos finalmente sobre lo relativo del conocimiento. Gas recoge así el guante escénico en medio de una España convulsa, arrasada política, social y culturalmente por la impostura y la corrupción. Ningún mensaje es más oportuno en estos momentos que el que declamará en la palestra de la localidad extremeña José María Pou. “Cualquier persona que tenga ojos, oídos y cerebro, y haga uso de la capacidad de sentir se da cuenta de que estamos en una época de gran confusión en la que todo es especulación -explica el director y autor a El Cultural-. Creo que en el teatro se pueden explicar cosas sin que ello signifique caer en el panfleto. El teatro tiene una relación metafórica con la realidad, de la que absorbe todo cuanto ocurre. Pienso en todas esas personas que se llenan la boca de democracia para luego utilizarla a su favor o en favor de una minoría... Sócrates fue un hombre que trabajó con las leyes y que creía en un orden marcado por la verdad y la honestidad y lo llevó hasta sus últimas consecuencias. Hoy se habría topado con el poder y estaría aniquilado o en un psiquiátrico”.

El texto, elaborado entre Gas y el actor Alberto Iglesias, está basado en los escritos de filósofos e historiadores griegos que se hicieron eco de la aventura existencial de Sócrates pero también hay “cosecha propia” inspirada en ensayos contemporáneos. Pese a que la idea de subirlo a un escenario surge de la lectura del Sócrates de Enrique Llovet -llevado a escena a principios de los setenta por la compañía de Adolfo Marsillach- nada hay en esta propuesta de lo ideado por el dramaturgo malagueño. “Es evidente que habrá algunas coincidencias pero nuestro trabajo es distinto -aclara Mario Gas-. Si en algo puede parecerse es en la presentación de los personajes (en el hecho de que algunos actores interpreten varios roles) pero ahí se acaban las comparaciones. Queríamos darle un enfoque más personal, más centrado en el juicio y más conectado con el público. Es un espectáculo dramático-narrativo y por eso pienso que hasta que no se confronte con él no puede decirse que la obra está completada”. El público juega en este Sócrates un papel fundamental. Es el interlocutor necesario y la pieza que hace vibrar la escena. Desde su posición pivotan las interpretaciones. De principio a fin, asistimos a una celebración colectiva, a un aquelarre en el que todo está dispuesto para interpelar y ser interpelado, para mostrar, como recoge Platón, que “de la riqueza no deriva la virtud sino que es de la virtud de donde deriva la riqueza y todas aquellas cosas que para el hombre, tanto en el ámbito público como en el privado, constituyen un bien”.

A estas reflexiones de Sócrates no es ajeno José María Pou, estos días perdido por las calles de Barcelona estudiando el papel. Vive la experiencia de forma obsesiva, como si recitara su texto, paso a paso, por los rincones del ágora. Le gusta el aire libre para prepararse la interpretación de un hombre libre. Por eso parte de la famosa sentencia del ateniense “sólo sé que no sé nada” (contradiciendo a la pitonisa de Delfos que lo entronizó como el hombre más sabio de Grecia) para interiorizarlo y mostrarlo como un ciudadano “que se hace preguntas para provocar nuevas preguntas”.

Pou quiere empezar desde cero. Olvidarse de los personajes “muy reales” que acaba de interpretar, al genial Orson Welles y al director de orquesta Wilhem Furtwängler, para meterse de lleno en quien es, según su opinión, “el primer condenado a muerte por la democracia”.

Mario Gas califica el trabajo de su actor estrella de versátil. “Posee eso que José Luis Gómez llama el ‘logos'. Y lo tiene muy bien aposentado. Dialoga sobre el escenario de una manera magistral. Pone todo su cuerpo, su inteligencia y su sensibilidad al servicio del personaje”. La misma entrega que utilizaron los actores de referencia que ambos han utilizado para levantar este Sócrates: Charles Laughton (en especial su interpretación en Tempestad sobre Washington) y Michel Simon.

Un oratorio laico

“Creo que va a ser un espectáculo muy vivo -explica Pou a El Cultural-. Hay un gran paralelismo con el hombre de hoy, especialmente en lo que se refiere a la conexión con la injusticia que vivimos. Me gusta el planteamiento de Mario Gas, que lo aborda como si se tratara de un oratorio laico. Veremos un espectáculo desnudo, sin grandes elementos escenográficos, pero sin embargo extraordinariamente interactivo”.

Pou parece angustiado pocos días antes del estreno en Mérida. La fase de ensayos pone en evidencia la cantidad enorme de palabras que ha de memorizar. Cerca del 80 por ciento del texto es suyo y los parlamentos dirigidos al público ahora le parecen interminables. “En esta fase estás acojonado”, reconoce, pero le puede la dimensión del personaje y del mensaje que nos ha llegado: “No hace falta ser actor para querer reproducir sus palabras, pronunciadas cara a cara tanto a los poderosos como a los más humildes”. Es la misma dinamita verbal que encontramos en algunos pasajes de Recuerdos de Sócrates, de Jenofonte: “No necesitar nada es algo divino, y necesitar lo menos posible es estar cerquísima de la divinidad; como la divinidad es la perfección, lo que está más cerca de la divinidad está también más cerca de la perfección”.

El regreso de Paco Azorín

El texto transparente y la manera rigurosa y veraz de llevar a las tablas el juicio y la condena de Sócrates es lo que animó a Paco Azorín a firmar la escenografía. El año pasado abrió el festival que dirige Jesús Cimarro siendo director de Salomé, una audaz revisión de la ópera de Strauss, protagonizada por Ángeles Blancas, que le consolidó como una de las figuras más ubicuas de nuestro teatro. “Siempre que trabajo en Mérida intento encontrar un vínculo con esa arquitectura milenaria. Hemos creado un senado o hemiciclo en el que se debate sobre la vida de Sócrates. El punto de partida de mi propuesta es continuar el graderío del teatro romano en el escenario con una zona central de actuación. Los espectadores serán público pero también jueces, testigos y acusadores”.

Mario Gas destaca en esta puesta en escena la creación de unos asientos que están destinados a los actores, “pero dando a entender en todo momento que también podrían ir destinados al público asistente”. Un vestuario atemporal, abrigos en forma de túnicas y actores con camisa y pantalón completan un planteamiento sin referencias historicistas en el que, según el director, “el público tiene que entender que no estamos haciendo historias ejemplares de la humanidad”.

Para Azorín, Sócrates debe ser reivindicado siempre pero estos días de manera especial: “Fue un pensador que luchó, y murió, en la defensa de la verdad. En un momento como el que estamos atravesando, en el que la verdad se ve cuestionada, escondida, disimulada, maquillada y retorcida por los políticos, los medios y las redes sociales, la conveniencia de reivindicar su figura y su discurso se convierte casi en una obligación”.

Inasequible al desaliento, Sócrates dejó dicho, si Platón fue fiel a sus palabras, que mientras le quedara una gota de aliento seguiría filosofando. De ahí que Mario Gas haya abordado el personaje que veremos en Mérida desde la perspectiva de un hombre que entiende la moral como algo superior, tanto para el individuo como para la colectividad, y que elige la ética frente a la política: “Por eso tuvo muchos enfrentamientos con la política del momento. Fue un hombre de una gran resistencia pasiva”. Con todo, Gas y su equipo (completado por Carles Canut, Amparo Pamplona, Borja Espinosa, Guillem Motos, Pep Molina y Ramón Pujol) no han querido convertir el espectáculo en un tratado filosófico, apostándolo todo al imaginario teatral. “Pero ya es hora de marchar, yo a morir, vosotros a vivir”, dice Sócrates en la Apología de Platón. Sentencia que culmina en el Fedón ante Simmias y Cebes: “Los hombres ignoran que los verdaderos filósofos sólo laboran durante la vida para prepararse ante la muerte: siendo así, sería ridículo que después de haber estado persiguiendo sin descanso este único fin comenzara a retroceder y a tener miedo cuando la muerte se les presenta”.