Mostrando entradas con la etiqueta Emilio Gutiérrez Caba. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Emilio Gutiérrez Caba. Mostrar todas las entradas

Fuente: Fernando Díaz de Quijano (elcultural.com)

Julio César y Cleopatra. Menuda historia. Roma y Egipto. Pasión, sexo, ambición, poder, geopolítica. Dos personajes rematadamente clásicos y trágicos. Por eso se justifica su presencia, desde esta noche, en el Festival de Teatro Clásico de Mérida, aunque el texto que los devuelve a la vida sea contemporáneo. Los responsables son la pareja formada por Emilio Hernández y Magüi Mira. Él lo ha escrito y ella lo dirige.

La obra enfrenta a los Julio César y Cleopatra reales, enmarcados en su tiempo histórico, con los personajes inmortales que son hoy y que, dos mil años después, vuelven la vista atrás y se asombran (se indignan) del devenir, decepcionante para ellos, de la Historia.

Este "combate a cuatro" cuenta con la veteranía de Emilio Gutiérrez Caba y Ángela Molina, que encarnan las versiones "inmortales" de los personajes, mientras que los jóvenes e históricos Julio César y Cleopatra son interpretados por Marcial Álvarez y Lucía Jiménez, que han trabajado anteriormente a las órdenes de Magüi Mira. De hecho, Álvarez lo hizo el año pasado en Pluto, también en el Festival de Mérida.

La directora ha vuelto este año al mismo teatro romano por deseo del responsable del festival y productor Jesús Cimarro. Para Mira, es el empresario teatral perfecto: "En nuestra obra, Julio César cree que las abreviaturas a. de J.C. y d. de J.C. significan antes y después de Julio César, en vez de Jesucristo. Yo digo que en el panorama teatral significan antes y después de Jesús Cimarro".

La relación del general y dictador romano con la última reina del Antiguo Egipto se inició en medio de la disputa que ésta mantenía con su hermano y esposo Ptolomeo XIII por el gobierno del país. En aquellos años, el Imperio Romano tenía mucho interés en convertir Egipto en una provincia romana más y solía intervenir en su política interior. Según las crónicas de la época, Cleopatra enamoró a Julio César, que se convirtió en su amante y protector y se estableció con ella en Alejandría, donde la pareja venció a las tropas de Ptolomeo. Poco después tuvieron un hijo, Ptolomeo XV, apodado Cesarión, y se trasladaron a Roma. Tras el asesinato de Julio César en los idus de marzo del año 44 a.C., Cleopatra, que nunca fue aceptada por el pueblo romano, regresó a Egipto.

En César y Cleopatra, "como nos pasa a todos cuando miramos atrás", los personajes evalúan sus aciertos y sus errores, sus méritos y sus culpas. Pasados dos milenios, el dolor se disipa y algunos recuerdos trágicos se vuelven cómicos. Otros conservan intacto todo el dramatismo, incluso en "el limbo de la eternidad", explica la directora. "Hay mucho humor y también momentos de gran crudeza. Y, sobre todo, una reflexión muy interesante sobre la condición perecedera del poder". Cleopatra y César construyeron un capítulo de la Historia, pero todos sus logros se desvanecieron con el tiempo.

Con la puesta en escena, Mira ha querido plasmar todas esas reflexiones "de la manera más física posible", explica. Para eso ha contado con la música original de David San José, coreografías de Emilio Castejón y "cuatro actores en estado de gracia". La directora nos asegura que el resultado de todo ello es "un espectáculo muy minimalista pero con mucha potencia, en la que todos los medios están al servicio del texto y los actores".

Aunque la cultura popular está llena de obras en las que aparecen Cleopatra y Julio César, asegura Mira que el romance entre ellos "ha sido poco contado desde la ficción", a pesar de su enorme atractivo. "Es una historia de fusión total, de pasión física y objetivos comunes como líderes políticos", afirma la directora. Una de las obras más conocidas que han tratado la relación entre ambos líderes fascinantes es César y Cleopatra, de George Bernard Shaw, estrenada por primera vez en Newcastle en 1899. No obstante, la directora asegura que ellos han partido de cero para levantar la suya, salvo algunas influencias inevitables como la ópera Julio César en Egipto, de Händel, y mucha documentación que garantiza el rigor histórico.

Magüi Mira interpretó a Cleopatra en 1997 a la dirección de José Carlos Plaza y el personaje ya nunca abandonó su pensamiento. "Es uno de esos personajes femeninos que marcan la involución posterior de la mujer. Ahora las mujeres libramos una intifada silenciosa hasta recuperar poco a poco nuestro lugar en el mundo, pero Cleopatra demuestra que en un pasado lejano, en algunos lugares como el Egipto antiguo, la situación de la mujer fue infinitamente mejor de como fue en los siglos posteriores. Cleopatra fue una mujer culta, instruida en las artes y las ciencias, que hablaba 9 idiomas a los 20 años, preparadísima para gobernar, y fíjate dónde está hoy Egipto".


Fuente: Marta Caballero (elcultural.es)

Tras pasar por Barcelona, Valencia, Alicante y Zaragoza, la obra Poder absoluto recala hoy en el Teatro Bellas Artes de Madrid. Emilio Gutiérrez Caba, metido aquí a político veterano, celebra que al fin llegue a la capital, porque como los acontecimientos son tan céleres de un tiempo a esta parte,mejor que se vea antes en escena que en los vecinos salones de la democracia. "Espero que tenga la acogida que merece, porque el planteamiento y el texto son muy interesantes y el montaje es sólido", promete este veterano actor. Para él, esta pieza, como otras que recientemente se han unido a la cartelera, reflejan una escena de calidad, comprometida con los tiempos y "seria", en el mejor sentido de la palabra. Esto a pesar de lo poco serios que son los recortes en el sector, un tajo que le obliga a seguir apareciendo en televisión y a escribir y escribir: "No paro, y es que no queda otra". 

En los últimos meses la política se ha subido a las tablas. ¿Cree que ejemplos como SubprimeRecortes y ahora Poder absoluto hablan de que hay un interés por escenificar y ver en el teatro lo que está pasando? 
Lo hay. Poder absoluto es, además, una obra de rabiosa actualidad. El teatro político tiene que existir y los problemas de la sociedad deben subirse al escenario. Pero este es un thriller en el que se expone la petición de un político maduro a uno joven sobre un encargo que el primero quiere hacerle. Esto sirve para abordar cuestiones como la financiación de los partidos y la clase moral de algunos hombres que pertenecen a la clase política. La actitud ética, la catadura de estos personajes, es el tema; la corrupción, en cambio, es un asunto que cuenta de lado.

En esa catadura moral también puede encontrar el público parecidos evidentes, aunque esté inspirada en un político europeo.
Claro, porque los políticos europeos no tienen nada que envidiar a los españoles en ese asunto ni en otros, la corrupción es una práctica generalizada. La conclusión que puede sacar el público es que la política no debe tener que ver con quien la ejerce. Tiene que ejercerse de la mejor manera posible, no con esta impunidad en la que el poder político está acabando con todo. Hay otras formas. Yo, que interpreto al político veterano, le expongo al joven que el capital privado no puede entrar en la política, y esto es algo que hoy en España se asume como normal . 

¿Apocalíptico o integrado respecto al futuro próximo?
No tengo demasiada confianza en que mejore a corto plazo... Asistimos al hundimiento de la izquierda en Europa y el terrible funcionamiento de los partidos tampoco es una buena señal. Todo dependerá de lo que se plantee en esta guerra económica, de ahí saldrá el avance o el retroceso social. En esta situación, la mayoría absoluta es lo peor que nos puede pasar, porque genera una impunidad. El problema tenemos que resolverlo entre todos. 

Ese "entre todos" es relativo, hay quien condena que la democracia no es perfecta. 
No pienso así, el modelo democrático no está fallando, fallan los hombres. Hace unos años deberíamos haber tenido una reforma constitucional que no se produjo y ahora cuesta que se dé una institucional. Pero deben ser los hombres los que la defiendan y no están cumpliendo. 

Volviendo al montaje, interpreta en él a un político sobrio, veterano, de vuelta de todo... que se enfrenta a un igual joven y ambicioso (Eduard Farelo). ¿Cómo preparó el personaje?
La obra está inspirada Kurt Waldheim, que fue secretario general de la ONU entre 1972 y 1981 y presidente federal de Austria entre 1986 y 1992, un político del que se descubrió que tenía un pasado nazi. En él se ha basado Roger Peña para escribir esta pieza excelente, y celebro que sea thrillerpolítico hecho por un autor español. Me he inspirado en el cinismo de sus diálogos pero también en el de las actitudes de nuestros políticos. Cogiendo de un lado y del otro, he hecho un buen plato combinado.

Con las decisiones de estos políticos respecto a la cultura, ¿mejor tele que teatro? ¿Qué le dará más trabajo?
El teatro ahora está sufriendo unos tremendos tajos económicos, es brutal. Tengo dos guiones de cine presentados al Ministerio y una serie de televisión que empezará dentro de poco. Además, estoy escribiendo, para el aniversario de la I Guerra Mundial, unos recitales con una forma curiosa que se celebrarán una vez a la semana o al mes recordando el conflicto desde el punto de vista literario y cronológico. Será un recorrido literario por los grandes autores, como Dos Passos, que se dedicaron a novelar la gran guerra con una precisión pasmosa. No paro. Y es que no queda otra.


Fuente: Juan Manuel Játiva (elpais.com)
Es una de las escasas piezas teatrales contemporáneas que se han escrito en España sobre la política y sus entresijos. Se llama Poder absoluto, aunque como dijo este miércoles en Valencia su autor, Roger Peña,  más allá del título no tiene nada que ver con la película homónima de Clint Eastwood. Se trata de un un thriller político protagonizado por Emilio Gutiérrez Caba y Eduard Farelo que indaga en lo que ocurre tras la foto oficial de un encuentro entre dos dirigentes, en un mano a mano que en la puesta en escena y otros aspectos de la interpretación puede recordar a La huella (un célebre duetto cinematográfico de Laurence Olivier y Michael Caine) y que este jueves se estrenará en Valencia e inaugurará la nueva etapa del Teatro Talía.
"Es una de las obras más complejas a las que me he enfrentado", dijo Emilio Gutiérrez Caba, antes de subrayar el interés que se ha comenzado a despertar en Europa por su traducción.  El veterano actor, que ya pisó el Talía hace muchos años con La mujer de negro, encarna a un político maduro, "con una larga trayectoria", explicó Eduard Farelo, que interpreta a "un político joven, iluso e incluso ingenuo".  No es una obra sobre la corrupción, pero como dijo este actor, "sería difícil hablar de política sin hablar de la corrupción".
Trata de como el sistema puede llegar a vampirizar al político, explicó el autor de la obra, que reconoce cierta inspiración en el personaje de Kurt Waldheim, un político austríaco que fue secretario general de las Naciones Unidas y posteriormente fichado por el conservador Partido Popular (ÖVP) que lo presentó a las elecciones de 1986 como candidato a la Presidencia de la República.   Los protagonistas dicen no haberse inspirado en ningún político concreto para componer sus personajes. Gutiérrez Caba dijo ver a su personaje "en las páginas de cualquier periódico", del mismo modo que Farelo ironizó diciendo que habían "tenido publicidad gratis en las páginas 2 y 3 de todos los periódicos nacionales".
"Hasta que no haya listas abiertas será difícil cambiar esto", dijo Roger Peña, transcendiendo el ámbito puramente escénico. Recordaron que en la sala Villarroel de Barcelona lo más sorprendente de la reacción del público es que ser reía, aunque Peña cree que es en parte por "repugnancia". Durante los dos meses de su presencia en la cartelera barcelonesa, apenas recuerdan haber visto a dos políticos entre el público. A uno de ellos le gustó, pero también le dolió, confesó el autor teatral. "A los políticos les interesa poco el teatro", afirmó Gutiérrez Caba.  Tal vez, en correspondencia, al teatro contemporáneo español le han interesado poco los políticos.


Font: Laura Serra (ara.cat)
Els actors Eduard Farelo i Emilio Gutiérrez Caba fan el cafè al bar de davant de la Nau Ivanow, la fàbrica de la Sagrera on assagen sovint companyies de teatre. Són les 4 de la tarda i comença la seva jornada. A la televisió hi apareix Alícia Sánchez-Camacho i una clienta la critica en veu alta. Ells li responen amb ironia. Després la dona mira a Farelo i li diu: "Em sembla que t'he vist a la tele. Parles igual".
En una sala d'assaig freda i amb una decoració ben bé de tràmit, els dos actors arrenquen Poder absoluto . Queda clar de seguida que el veterà Gutiérrez Caba -que no actuava a Barcelona des del 2005- és un candidat del PP a la presidència, carismàtic, cínic i escèptic, i que Farelo fa d'idealista vassall del partit. La trobada a casa del líder conservador, però, s'ha de situar en un context històric diferent de l'actual: a la Viena del 1996. Després de tres mandats de govern d'esquerres, el Partit Popular Austríac s'endurà el tron gràcies al suport de l'extrema dreta de Jörg Haider. El president Kurt Waldheim és en qui es va inspirar Roger Peña Carulla per escriure Poder absoluto ja fa set o vuit anys. "Volia un polític que hagués tingut connexió amb la Segona Guerra Mundial i un possible passat nazi", dóna com a pista.
L'espectacle funciona com un thriller polític. El candidat demanarà al disciplinat càrrec intermedi un favor compromès. Un secret que ha de quedar entre ells dos. "Que no sóc Gandhi!", clava el personatge de Gutiérrez Caba a Farelo per justificar-se. La clau és que el noi, ambiciós, potser tampoc és tan escrupulós com sembla i l'hi farà pagar car. "Ningú té les mans netes", diu Peña. L'autor vol ensenyar al públic els passadissos de la política, de què parlen els professionals d'aquest ofici quan es tanquen les portes dels despatxos després de la fotografia de torn: "Per a ells el tripijoc és l'essència de la política. Però la política no és dolenta, és l'home a qui, quan és al poder, li surten els ullals de llop. De gent amb voluntat de servei n'hi ha, però n'arriben pocs al govern", opina.
Poder absoluto -una coproducció de Focus amb Pentación i Entresol- començarà les funcions divendres a La Villarroel. De moment, a la Nau Ivanow han treballat just amb cinc cadires i dues taules comptades, però l'obra ocorrerà entre les quatre parets d'un menjador amb un gran finestral que dóna a un hivernacle. Sonarà Tosca de fons en aquest combat dialèctic de 80 minuts a temps real. "És una partida de pòquer: cadascú té la seva mà", diu l'autor. "És interessant que es faci un teatre polític, d'idees, no només nostres, sinó universals. Parlar de la decepció dels ciutadans em sembla important -diu Gutiérrez Caba-. Anar al teatre per passar una estona em sembla una tonteria". Ell recorda que va veure la caiguda del Mur de Berlín com la fi del "perillós" sistema socialista. "Ara veiem la caiguda del capitalisme. És com Saturn devorant els seus fills. Els mercats es carreguen la política. Però els que maneguen els fils són els mateixos d'abans. Hi ha uns poders intocables", diu pensant en la banca. "La gent que està indignada avui vindrà al teatre i no en sortirà menys indignada", apunta Farelo.


Fuente: Rosana Torres (www.elpais.com)

Puede que no compartan ningún aire de familia, pero los tres pertenecen a la misma estirpe de grandes actores españoles. Julia y Emilio Gutiérrez Caba e Irene Escolar están marcados por un oficio común, y por algo que han ido heredando y trabajándose generación tras generación: una gran coherencia, una intachable profesionalidad y un merecido prestigio.
La historia se remonta al valenciano Pascual Alba, quien en los años cincuenta del siglo XIX inicia la dinastía. Nació en Navajas (Castellón), una ciudad balneario donde su familia se refugió de la peste. Hacía teatro y zarzuelas y llegó a tener cierta fama que aumentaron sus hijas Leocadia, en el escenario desde los 11 años (debuta en 1880) e Irene Alba. Las dos formaron parte del mítico estreno de La verbena de la Paloma, en 1894, en Madrid. En aquella función también trabajaba Manuel Caba, con quien Irene Alba se terminaría casando y teniendo cinco hijos, de los cuales de nuevo dos chicas llegan a ser muy conocidas: Julia e Irene Caba Alba. Esta última se casa con el actor Emilio Gutiérrez en 1926 y tienen tres hijos: Emilio (el más pequeño), Julia e Irene (la mayor, que fallece en 1994, y cuya nieta, Irene Escolar, sigue la dinastía actoral).
En resumen, entre Pascual y la joven Irene hay toda una saga marcada por cientos de películas, obras de teatro, premios… y un rico anecdotario que rememoran estos tres actores en su primer encuentro juntos para un medio de comunicación.
Emilio y Julia señalan que para ellos su familia no era distinta a otras, pero algo les diferenciaba de otros niños: aun creyendo en los Reyes Magos, se daban cuenta de que los de las cabalgatas no eran los auténticos, porque distinguían muy bien los pelucones y barbas postizas, esos que tantas veces se ponía su padre para trabajar. “En aquella época, los actores aportaban a la función todo: ropa, un bigote o un sombrero”, comenta Julia. Emilio reseña que incluso influía, a la hora de la contratación, si se tenía un buen baúl. “En más de una ocasión se oía: ‘Fulanito es muy mal actor, pero tiene el traje del Tenorio, así que vamos a contratarle’. Y cuando se buscaba a un cómico [término que se da a todos los actores, hagan lo que hagan], como mi bisabuelo, para una compañía, el empresario le preguntaba: ‘¿Qué repertorio tiene usted?’, y en vez de decir las obras que sabía, contestaba: ‘Tengo un frac, un esmoquin, una capa…”.
Los dos hermanos cuentan, con esa mirada viva, casi excitada y divertida, del que saca el anecdotario de su vida ante un ser querido (Irene en este caso), cómo el padre de ambos tenía un hermoso baúl y se ocupaba de su caracterización. Y luego van aún más atrás. “En la época del bisabuelo”, añaden en referencia a Pascual Alba, “los actores cobraban una parte en dinero y otra en velas. Como no había luz eléctrica en los teatros, se maquillaban a la luz de las velas. Los más considerados recibían varias por función. Solo gastaban dos, guardaban las sobrantes y cuando llegaban a Madrid o Barcelona las revendían en las cererías”.
El apuntador era entonces una figura imprescindible: “¿Cómo no iba a haber uno si se representaban 10 o 12 obras distintas a la semana?”, dice Julia. “¡Y cómo no iban a hablar alto si tenían que tapar al apuntador!”, apostilla Emilio, sobre un sistema que fue desapareciendo en los años sesenta y hoy solo se encuentra en algunas óperas, nunca dentro de la concha del proscenio.
“Cuando íbamos al norte con mis padres, a sanfermines y ferias, cada día se hacía una representación diferente”, recuerda Julia. “Según qué apuntador fuera, te podía ir bien o no. Era un seguro de vida, formaba parte del espectáculo y siempre preguntabas: ‘¿Quién viene de apuntador?’, y si era uno bueno, tenías claro que era suficiente con saberse los títulos y poco más”, dice Emilio.
Luego llegó la extinción de lo que por entonces se entendía como regidor de escena: “No tenían nada que ver con los de hoy, aquel mandaba absolutamente en el escenario; de hecho, la primera frase de la representación en escena te la marcaba él, no el apuntador, porque eso hubiera sido un sacrilegio, lo recuerdo de mi primera función de teatro”, dice Emilio rememorando un 20 de agosto de hace justo 50 años. Mientras él y Julia hablan, su sobrina nieta los mira arrobada y no para de sonreír, o de reír abiertamente.
A la hora de decidirse por este oficio, Julia y Emilio han sido los más tardíos y dubitativos. Ella empezó a trabajar diseñando, y él, en un laboratorio, mientras que su hermana Irene se lanzó como actriz a los 16 años. Aún más precoz ha sido la joven Escolar que participó en Mariana Pineda, de García Lorca, con solo 10 años.
Los primeros recuerdos teatrales de Emilio están dispersos. Provienen de la compañía del Infanta Isabel, con Arturo Serrano e Isabelita Garcés, donde todo era estricto y rígido, y de la compañía de Catalina Bárcena, completamente distinta. “En el instituto de San Isidro fui alumno de Antonio Ayora, y me di cuenta de que el teatro era un crisol enorme, lleno de diversidad”, dice de una institución de la que ha salido mucha gente implicada con la escena: el dramaturgo Ignacio Amestoy, los actores Manuel Galiana, Amparo Pamplona, José Carabias y el crítico Enrique Centeno, fallecido hace unos días. “Ayora era actor de la compañía de Margarita Xirgu e importante durante la II República; tras salir de la cárcel se hizo profesor de literatura, con su pasado muy silenciado. Con él montábamos un repertorio muy republicano, lleno de textos del Siglo de Oro”.
Mientras sus hermanas Irene y Julia transitaban por clásicos contemporáneos y dramaturgos vivos, Emilio recorría el barroco. “Ayora me enseña una literatura dramática muy distinta a la que conocía, incluso por mi familia”. Julia recuerda que cuando su hermano estudiaba, ella ya estaba enfrascada en su oficio y a veces rodaba por la mañana cine o televisión, representaba por la tarde dos funciones y ensayaba por la noche un nuevo montaje.
Desde pequeñas iban siempre con sus padres de gira: “Mi madre no se podía permitir ningún lujo, pero quería que pasáramos el mayor tiempo posible con ella”. Un verano en que ya no era tan niña, y animada por los compañeros de su madre, salió por primera vez al escenario. Su debut fue recibido con un apagón y ella se dijo: “Sabía que algo saldría mal”. Más adelante tomó conciencia de que tenía que aportar algo: “Estaba en una familia que se nutría de las adversidades de la escasez, y hacer un meritoriaje suponía que te pagaran los viajes, aunque no tuvieras sueldo”. Recuerda que era normal que los actores tuvieran alhajas: “No les daban créditos y las joyas se empeñaban; no era ostentación, era un seguro en un oficio que entonces y ahora es inseguro. Y más en una familia en la que todos eran actores”.
Irene, como sus tíos abuelos, su abuela, su bisabuela, su tatarabuela…, entra en contacto con el teatro antes de saber leer, escribir, andar, hablar: “Iba a ver a mi abuela al camerino siendo muy niña y quería actuar; ella me recordaba que no podía, porque no sabía leer y no podía aprender el papel y trataba de convencerla para hacer de perro y salir con ella”. Le daba igual todo con tal de salir al escenario. Su tía abuela lo confirma: “Apenas sabía andar, pero iba a vernos al camerino, agarraba lo que pudiera para pintarrajearse y buscaba el escenario; salía, antes o después de la función, al tiempo que preguntaba todo, ‘dónde te sientas, qué dices, qué haces…’, era infatigable”.
En el laboratorio, Emilio se da cuenta de que aquello es muy monótono, todo consistía en ascender y a los cincuenta y tantos jubilarse: “Y ya habías pasado la vida… Pensé que esto de vivir es igual de complicado en todas partes. Aproveché que había un sitio donde tenía facultades, más facilidad de moverme. Siempre desde ese empeño masoquista del ser humano de hacerlo todo más difícil… Hasta que empezó a eclosionar la televisión y me arrastró”.
Los tres tienen claro que han recibido un legado familiar intangible: “No había más que ver cómo eran y cómo habían vivido”. Les dejaban muy claro que estaban en esta profesión porque les gustaba, pero había que trabajar porque necesitabas dinero: “No era nada deshonroso; lo que trabajabas era lo que ganabas y no más allá; no entiendo las primas a futbolistas, es como si me dijeran: ‘si hace hoy un mutis glorioso, le pagamos más”, apunta Emilio.
Irene tiene claro que le gustaría ser igual de comprometida que ellos: “Tener la misma disciplina; miro a Julia y me encantaría ser como ella”. Y su tía le espeta: “Te lo cambio sin ver”. También hablan entre ellos de cómo en este oficio la discriminación hacia la mujer no se ha dado. Muchas actrices eran empresarias y ecónomas. Tampoco había rechazo al homosexual y se sabía, como algo natural, quién estaba con quién, fuera del sexo que fuera. “Lo curioso es que muchas actrices llevaban las riendas y llegaban a sus casas, y allí tenían el rol de mujer tradicional. Salvo alguna excepción, se desdoblaban, como mi madre, cuyo sueldo era el más importante, pero llevaba la casa; empezaba temprano con los desayunos, no para nuestro padre, que se acostaba al alba y nuestra madre a él le decía: ‘¡Emilio, la comida!”, dice el hijo de los protagonistas de esta anécdota. A Julia también le sigue gustando la noche para hacer cosas y, como su padre, sin salir. La joven Irene alude a la clave de por qué son tan trasnochadores los teatreros: “Cuando haces una función, sales con mucha adrenalina y necesitas varias horas de desconexión para poder dormir”.
Emilio lleva casi treinta años prepa­­rando un libro sobre las mujeres de su familia. Dice que de las cuatro Irenes no todas tenían la misma inclinación por el teatro,“pero la pequeña ha salido como su abuela, con una vocación tremenda, nosotros hemos visto la profesión con más distancia, y la tía Leocadia era pesadísima, siempre quería retirarse”. Julia sale en su defensa: “Le costaba estudiar, trabajó desde jovencita, había pasado calamidades y fue popular, pero fea”, dice de esta mujer que desde 1880 fue tiple de zarzuelas y, una gran característica, retirada en los años treinta.
La cuarta Irene de la familia corrobora su inclinación por su oficio: “La pasión existe desde antes de empezar a trabajar. Aunque comencé haciendo cine, lo que quería hacer de verdad, de verdad, era teatro”, dice esta joven que está protagonizando una de las carreras más fulgurantes de la escena española. A sus 24 años ha trabajado, y con papeles importantes, bajo la dirección de Miguel del Arco, Andrés Lima, Álex Rigola y Mario Gas, entre otros. “El teatro ha cuidado de mí todos estos años y es donde he hecho los mejores personajes, quiero seguir ahí…”.
Su tío abuelo la mira y con tono de advertencia le dice: “El teatro es un amor que te puede traicionar, pero es verdad que es el eje, aunque ahora esté descacharrado con esto de los recortes”. Julia cambia de expresión y con una voz apesadumbrada dice: “Esta subida del IVA del 8% al 21% me ha producido una gran tristeza; el teatro siempre ha sido algo de minorías y no se le puede gravar con algo tan fuerte; es como si se hubieran revuelto mis ancestros, hacer esto a una cosa modesta de la que nadie se enriquece; los que hemos logrado vivir del teatro ha sido dedicando nuestra vida, horarios de trabajo brutales, nuestras no vacaciones; no digo, como Alberto Closas, que no debería tener impuestos, ni que sea más importante que la educación o la investigación, pero los del teatro no estamos enriquecidos después de trabajar sin descanso; todo esto me produce un gran dolor”.
Respecto a este tema que estos días tiene encendida a la profesión, Emilio señala: “El desprecio con el que el Gobierno de mi país trata a una actividad que en el caso de mi familia se inició en 1870 me hace pensar que quiere su desaparición, amparado en esa brutal búsqueda de rentabilidad económica neoliberal que arrambla con todo. Me avergüenzo de esta medida discuti­­ble; estoy de acuerdo con que la cultura también se sacrifique, pero no para quedar maltrecha. Dejar a las nuevas generaciones del teatro una herencia que yo, desde luego, no recibí, no es agradable en este mes de agosto en que celebraré mi 50 cumpleaños como actor. Tampoco olvido que los teatros públicos del Ministerio de Cultura están exentos de este impuesto, que el fútbol solo paga el 10%, lo que hace aún más ofensiva la medida adoptada”, y concluye: “Cultura y educación, para una sociedad cada vez más desorientada, debe ser el gran objetivo de cualquier Gobierno honesto”.
La joven de la familia, que piensa que la cultura forma parte de la identidad de un país, se emocionó con la inauguración de los Juegos Olímpicos al ver cómo Reino Unido apoya y defiende su cultura. “Me cuestiono si en un acto así, aquí recitaríamos a Calderón o a Lope, o pondríamos imágenes de películas de Berlanga. A España no solo se la reconoce fuera por sus deportistas, también por el cine de Buñuel, Almodóvar o Amenábar, la música de Paco de Lucía, las grandes interpretaciones de Bardem o los picassos. En vez de minar el camino y la evolución de nuestra cultura, habría que impulsarla, porque hay mucho talento”, señala esta joven, que dice, dolida, que su tía Julia se mataba a trabajar y su tío Emilio nació en una gira [en Valladolid] porque su madre no podía faltar a la representación. “Son anécdotas que me recuerdan lo dura que puede llegar a ser esta profesión; querría que lo que pasara en mi vida profesional fuera fruto del esfuerzo y el trabajo, escoger personajes de gran riesgo interpretativo, como han hecho las mujeres de mi familia”, dice Irene, quien siempre se ha sentido muy arropada por sus tíos. “Para mí, el día más importante después del estreno es cuando vienen y me dan su opinión”.
Es consciente de que, tal y como pintan las cosas, a lo mejor tiene que hacer lo que su abuela y su tía: compañía propia. Irene Gutiérrez Caba, con su marido, el actor Gregorio Alonso (seudónimo de Gregorio Escolar), con quien tuvo un hijo, José Luis, que se dedica a la producción cinematográfica. Su hermana Julia, con su marido, el actor y productor Manolo Collado, fallecido en 2009.
Emilio piensa que los modelos que él y sus ancestros han tenido ya no sirven: “Antes ibas a una ciudad, te aplaudían y cobrabas al terminar; ahora te dicen: ‘ya le pagaremos”. Además estaba y está el riesgo de un batacazo, algo que Irene aún no ha probado, aunque ella reivindica, casi orgullosa, que ya le ha dado algún que otro meneo la crítica. “Tu abuela”, le dice Emilio, “estuvo a punto de retirarse por una crítica que le hicieron en Barcelona, le afectó mucho, yo nunca he vuelto a saludar a ese tipo, que fue grosero e innecesario”.
Confiesan que las críticas afectan, aunque saben que no tienen tanta importancia. Irene señala que lo importante “es que te llamen”. “Eso, eso”, apunta Emilio, y recuer­­da un dicho muy popular en su profesión que se adjudicaba a algunos directores: “Dios mío, Dios mío, que no me llame, que si me llama le voy a tener que decir sí”.