Sócrates, cara a cara con la muerte en Mérida



Fuente: Javier López Rejas (elcultural.com) | Foto: Antonio Moreno

Atenas. Año 399 a. C. Sócrates, famoso filósofo y veterano de guerra, comparece ante un tribunal de justicia al borde de los 70 años. Detrás, una vida pródiga en proezas dialéticas (recogidas por Platón, Jenofonte y Diógenes Laercio, entre otros) que elevaron su nombre por todas las plazas de la Hélade. Sus soberbias dotes oratorias, al servicio de un insobornable código ético, le proporcionaron tantos seguidores como detractores. Es el caso de Aristófanes, que en Las Nubes perfiló un personaje ridículo, más deforme y feo de lo que ya era, y un desastrado intelectual. Nada le ayudó a evadir su destino final.

Ánito, el instigador de la denuncia, acusa, junto a Meleto y Licón, a un orgulloso e imbatible anciano de no reconocer a los dioses, de introducir cultos nuevos y de corromper a la juventud. Las tres acusaciones fueron rebatidas por Sócrates con su proverbial verbo ante el pueblo ateniense, que contempló cómo ejerció su defensa utilizando sus afilados e incontestables argumentos. La ignorancia, la política y, por qué no, la envidia, fueron las auténticas causas de su muerte. No la cicuta final. “Si me condenáis a muerte, siendo tal y como digo que soy, no me vais a hacer más daño a mí que a vosotros mismos”, recoge Platón en su Apología de Sócrates. Y añade: “Me absolváis o no me absolváis no me comportaré de modo diferente, ni aunque hubiera de sufrir mil veces la muerte”.

Leyes, poder y diálogo

Mérida. Julio de 2015. Mario Gas reconstruirá en el Festival de Teatro Clásico, del 8 al 12, el juicio del que fuera el primer gran filósofo de la historia. Al tiempo, reflexionará sobre la utilidad de las leyes, el poder de la palabra y la fuerza del diálogo para interrogarnos finalmente sobre lo relativo del conocimiento. Gas recoge así el guante escénico en medio de una España convulsa, arrasada política, social y culturalmente por la impostura y la corrupción. Ningún mensaje es más oportuno en estos momentos que el que declamará en la palestra de la localidad extremeña José María Pou. “Cualquier persona que tenga ojos, oídos y cerebro, y haga uso de la capacidad de sentir se da cuenta de que estamos en una época de gran confusión en la que todo es especulación -explica el director y autor a El Cultural-. Creo que en el teatro se pueden explicar cosas sin que ello signifique caer en el panfleto. El teatro tiene una relación metafórica con la realidad, de la que absorbe todo cuanto ocurre. Pienso en todas esas personas que se llenan la boca de democracia para luego utilizarla a su favor o en favor de una minoría... Sócrates fue un hombre que trabajó con las leyes y que creía en un orden marcado por la verdad y la honestidad y lo llevó hasta sus últimas consecuencias. Hoy se habría topado con el poder y estaría aniquilado o en un psiquiátrico”.

El texto, elaborado entre Gas y el actor Alberto Iglesias, está basado en los escritos de filósofos e historiadores griegos que se hicieron eco de la aventura existencial de Sócrates pero también hay “cosecha propia” inspirada en ensayos contemporáneos. Pese a que la idea de subirlo a un escenario surge de la lectura del Sócrates de Enrique Llovet -llevado a escena a principios de los setenta por la compañía de Adolfo Marsillach- nada hay en esta propuesta de lo ideado por el dramaturgo malagueño. “Es evidente que habrá algunas coincidencias pero nuestro trabajo es distinto -aclara Mario Gas-. Si en algo puede parecerse es en la presentación de los personajes (en el hecho de que algunos actores interpreten varios roles) pero ahí se acaban las comparaciones. Queríamos darle un enfoque más personal, más centrado en el juicio y más conectado con el público. Es un espectáculo dramático-narrativo y por eso pienso que hasta que no se confronte con él no puede decirse que la obra está completada”. El público juega en este Sócrates un papel fundamental. Es el interlocutor necesario y la pieza que hace vibrar la escena. Desde su posición pivotan las interpretaciones. De principio a fin, asistimos a una celebración colectiva, a un aquelarre en el que todo está dispuesto para interpelar y ser interpelado, para mostrar, como recoge Platón, que “de la riqueza no deriva la virtud sino que es de la virtud de donde deriva la riqueza y todas aquellas cosas que para el hombre, tanto en el ámbito público como en el privado, constituyen un bien”.

A estas reflexiones de Sócrates no es ajeno José María Pou, estos días perdido por las calles de Barcelona estudiando el papel. Vive la experiencia de forma obsesiva, como si recitara su texto, paso a paso, por los rincones del ágora. Le gusta el aire libre para prepararse la interpretación de un hombre libre. Por eso parte de la famosa sentencia del ateniense “sólo sé que no sé nada” (contradiciendo a la pitonisa de Delfos que lo entronizó como el hombre más sabio de Grecia) para interiorizarlo y mostrarlo como un ciudadano “que se hace preguntas para provocar nuevas preguntas”.

Pou quiere empezar desde cero. Olvidarse de los personajes “muy reales” que acaba de interpretar, al genial Orson Welles y al director de orquesta Wilhem Furtwängler, para meterse de lleno en quien es, según su opinión, “el primer condenado a muerte por la democracia”.

Mario Gas califica el trabajo de su actor estrella de versátil. “Posee eso que José Luis Gómez llama el ‘logos'. Y lo tiene muy bien aposentado. Dialoga sobre el escenario de una manera magistral. Pone todo su cuerpo, su inteligencia y su sensibilidad al servicio del personaje”. La misma entrega que utilizaron los actores de referencia que ambos han utilizado para levantar este Sócrates: Charles Laughton (en especial su interpretación en Tempestad sobre Washington) y Michel Simon.

Un oratorio laico

“Creo que va a ser un espectáculo muy vivo -explica Pou a El Cultural-. Hay un gran paralelismo con el hombre de hoy, especialmente en lo que se refiere a la conexión con la injusticia que vivimos. Me gusta el planteamiento de Mario Gas, que lo aborda como si se tratara de un oratorio laico. Veremos un espectáculo desnudo, sin grandes elementos escenográficos, pero sin embargo extraordinariamente interactivo”.

Pou parece angustiado pocos días antes del estreno en Mérida. La fase de ensayos pone en evidencia la cantidad enorme de palabras que ha de memorizar. Cerca del 80 por ciento del texto es suyo y los parlamentos dirigidos al público ahora le parecen interminables. “En esta fase estás acojonado”, reconoce, pero le puede la dimensión del personaje y del mensaje que nos ha llegado: “No hace falta ser actor para querer reproducir sus palabras, pronunciadas cara a cara tanto a los poderosos como a los más humildes”. Es la misma dinamita verbal que encontramos en algunos pasajes de Recuerdos de Sócrates, de Jenofonte: “No necesitar nada es algo divino, y necesitar lo menos posible es estar cerquísima de la divinidad; como la divinidad es la perfección, lo que está más cerca de la divinidad está también más cerca de la perfección”.

El regreso de Paco Azorín

El texto transparente y la manera rigurosa y veraz de llevar a las tablas el juicio y la condena de Sócrates es lo que animó a Paco Azorín a firmar la escenografía. El año pasado abrió el festival que dirige Jesús Cimarro siendo director de Salomé, una audaz revisión de la ópera de Strauss, protagonizada por Ángeles Blancas, que le consolidó como una de las figuras más ubicuas de nuestro teatro. “Siempre que trabajo en Mérida intento encontrar un vínculo con esa arquitectura milenaria. Hemos creado un senado o hemiciclo en el que se debate sobre la vida de Sócrates. El punto de partida de mi propuesta es continuar el graderío del teatro romano en el escenario con una zona central de actuación. Los espectadores serán público pero también jueces, testigos y acusadores”.

Mario Gas destaca en esta puesta en escena la creación de unos asientos que están destinados a los actores, “pero dando a entender en todo momento que también podrían ir destinados al público asistente”. Un vestuario atemporal, abrigos en forma de túnicas y actores con camisa y pantalón completan un planteamiento sin referencias historicistas en el que, según el director, “el público tiene que entender que no estamos haciendo historias ejemplares de la humanidad”.

Para Azorín, Sócrates debe ser reivindicado siempre pero estos días de manera especial: “Fue un pensador que luchó, y murió, en la defensa de la verdad. En un momento como el que estamos atravesando, en el que la verdad se ve cuestionada, escondida, disimulada, maquillada y retorcida por los políticos, los medios y las redes sociales, la conveniencia de reivindicar su figura y su discurso se convierte casi en una obligación”.

Inasequible al desaliento, Sócrates dejó dicho, si Platón fue fiel a sus palabras, que mientras le quedara una gota de aliento seguiría filosofando. De ahí que Mario Gas haya abordado el personaje que veremos en Mérida desde la perspectiva de un hombre que entiende la moral como algo superior, tanto para el individuo como para la colectividad, y que elige la ética frente a la política: “Por eso tuvo muchos enfrentamientos con la política del momento. Fue un hombre de una gran resistencia pasiva”. Con todo, Gas y su equipo (completado por Carles Canut, Amparo Pamplona, Borja Espinosa, Guillem Motos, Pep Molina y Ramón Pujol) no han querido convertir el espectáculo en un tratado filosófico, apostándolo todo al imaginario teatral. “Pero ya es hora de marchar, yo a morir, vosotros a vivir”, dice Sócrates en la Apología de Platón. Sentencia que culmina en el Fedón ante Simmias y Cebes: “Los hombres ignoran que los verdaderos filósofos sólo laboran durante la vida para prepararse ante la muerte: siendo así, sería ridículo que después de haber estado persiguiendo sin descanso este único fin comenzara a retroceder y a tener miedo cuando la muerte se les presenta”. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario