Bárbara Lennie: "He perdido el pudor”



Fuente: Xavi Sancho (elpais.com) | Foto: Gorka Postigo
Uno de los más memorables chistes que contaba el gran Eugenio es aquel que diu que están unos padres que tienen un hijo que no habla. Cumple dos años, tres, cuatro… hasta los 16, y el chico sigue sin decir palabra. Va a la escuela, saca buenas notas, no consume drogas, ni escucha música indie, pero sigue sin decir nada. Hasta que una mañana, sentada la familia en la mesa durante el desayuno, el muchacho va y dice: “Falta azúcar en la tostada”. Los padres quedan patidifusos. “Hijo, ¿cómo es que no has dicho nada hasta hoy? Nos tenías preocupados”. Y el joven responde: “Es que, hasta hoy, todo estaba correcto”.
Una de las preguntas que más se han repetido en las aproximadamente 80.000 entrevistas que ha concedido Bárbara Lennie (Madrid, 1984), último Goya a la mejor actriz por su interpretación en Magical girl, ha sido al respecto de lo poco que se ha prodigado esta intérprete de padres argentinos en fiestas, eventos, saraos, entregas de premios y demás escaparates. Su respuesta siempre ha sido la misma: “Es que tampoco me invitaban a tantos”.
Sentada en la terraza de una cafetería de la calle Cuchilleros, a escasos metros de la Plaza Mayor de Madrid, Bárbara pide un café con leche de soja y un vaso de agua. Ante el aviso del camarero de que se ha instalado en el barrio una banda que se dedica a robar móviles a los más incautos, monta una barrera de protección con el vaso y la taza con la que espera defender nuestro teléfono, que, sobre la mesa, se dispone a grabar sus palabras, unas palabras que ahora todo el mundo quiere escuchar. Pero no siempre ha sido así. Bárbara estaba allí. El éxito casi sobrevenido y la exposición mediática la han traído hasta aquí.
“Creo que ahora percibo que las cosas se han nivelado”, apunta al respecto de la distancia que había entre la calidad de su trabajo y los réditos no metafísicos que sacaba de él. “Ya no me pasa tanto eso de sentir que haces las cosas bien y a nadie le interesa. Tampoco voy a ir ahora de qué mal me han tratado. El otro día, Marta Etura decía en una entrevista que era muy raro que a alguien la escojan para un papel por los seguidores que tiene en Twitter. Eso pasa, pero es lo que hay. Qué le vamos a hacer”. Sorbe el café y completa la barrera de protección del móvil con el servilletero. Y continúa. “Me he tranquilizado mucho. Es que he sido muy radical, o muy tímida. No he querido hacer ruido donde no lo había. Ese ruido se construye, y depende de tu agente, de lo mona que vayas a los sitios. Ahora lo tomo como parte del trabajo. He perdido el pudor, aunque sí es cierto que igual he hecho promo por encima de mis posibilidades”, bromea.
Bárbara ha aprendido sin duda a adaptarse a su nueva realidad y lo ha hecho con la inteligencia de quien sabe que el éxito puede ser tan efímero y voluble como el fracaso. Lo suyo no es una dulce venganza. Es, simplemente, un momento dulce. “¡Me lo debíais, cabrones, hijos de puta! Tengo una lista negra…”, exclama entre carcajadas. “A ver, me divierte que esa gente que no me recibía antes ahora me mande guiones. Pero igual el año que viene ya vuelven a no cogerme el teléfono. Es lo que hay”.
Otra cosa que es nueva y a la que la Lennie también ha tenido que acostumbrarse es a un extraño fenómeno que subvierte la relación entre moda y cine. Hasta hace poco, una modelo certificaba que había triunfado cuando lograba aparecer en una película. Ahora, una actriz confirma que lo ha logrado cuando las revistas la llaman para que haga de maniquí. “Es verdad, el camino es el inverso. Si te llaman para hacer moda es que te va bien. Vivimos en el mundo de la promoción, la estética, la imagen. Las generaciones anteriores no debían hacer todo esto. Ni Emma Suárez, ni Aitana, ni Ariadna… Ellas crecieron en otro medio. Para nosotras es implacable, debes estar ahí. Yo he aprendido a disfrutarlo”.
Aunque la distancia que media entre la forma en que se presentaron en público las actrices de la nueva generación en comparación con las de anteriores épocas de nuestro cine es considerable, siguen existiendo unos patrones que se repiten y que son inherentes a la profesión, independientemente del estado general de las cosas y los medios. Y eso es el perfil de intérprete: la respondona, la que no tiene iniciativa, la que llega con el guión aprendido, la que llega con el guión lleno de anotaciones porque es más lista que la persona que lo redactó… ¿En qué cajón metemos a Bárbara? “En el de las hijas de puta que no hacen ni puto caso. ¡La maldita diva!”, ríe de nuevo.
“A ver, en serio. En general, si me meto en una historia es porque estoy a favor de ella. Al director le entro muy suave. Me gusta poder plantear preguntas, que se me trate como algo más que un muñeco; si no, me pongo nerviosa. Y si me tratan como a un guiñol, que esté antes pactado”, explica la actriz, quien se dispone a darle un giro casi copernicano a su carrera.
Tras el éxito de Magical girl podríamos, pues, esperar verla haciendo de chalada durante la próxima década. Bien, pues eso no va a suceder. “¿Sabe que no me han ofrecido ni un papel de loca en estos meses? Igual no hay tantas chaladas… No sé. Me llegan personajes que no me habían ofrecido antes. Incluso comedia”. No se pase. “¡En serio! Me llegan otro tipo de mujeres. Es genial. ¿Se imagina tener que interpretar todo el rato a locas? Lo pensé, claro. Y casi lo asumí. La verdad es que hasta hoy he hecho personajes muy intensos. Hace unas semanas vi un tráiler en un festival con imágenes de mis películas y pensé: ‘A ver si sonrío en una peli de una vez, qué densidad de tía”.
¿Planea su carrera a medio o largo plazo?
No. ¿La planea usted?

No sé ni qué voy a cenar.
Pues yo igual.

¿Qué hará el año que viene?
Más cine, menos teatro. He tenido que renunciar a la gira de Misántropo. Quiero rodar en Argentina

¿Ve cómo miente? Lo tiene todo planeado.
Será cabrón. Ojalá le roben el móvil [y se ríe, antes de desmontar el muro de protección].

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