La Fura transforma en ópera 'El amor brujo'
Fuente: Alberto Ojeda (elcultural.com) | Foto: La Fura dels Baus
María Lejárraga le propuso un juego a Manuel de Falla en Granada. La escritora, ferviente feminista, lo recuerda en sus memorias Gregorio y yo (Pre-Textos). Le cubrió los ojos al compositor con un pañuelo y lo pastoreó por los jardines de la Alhambra. El sonido de los chorros de las fuentes, el canto de los pájaros, las fragancias de la flora tenían ya a Falla en plena sugestión sensorial. Pero fue al ser destapado cuando sobrevino el embeleso absoluto. Carlus Padrissa, de la Fura dels Baus, evoca esta escena en el arranque de su versión extendida de El amor brujo, de cuyo estreno en el Teatro Lara se cumplió un siglo en abril.
El director furero plantea ahora una curiosa dramaturgia, que dota de empaque operístico al entremés del músico gaditano y homenajea de paso a la ninguneada Lejárraga, hasta hace poco desposeída de la autoría del libreto, publicado con la firma de su marido, Gregorio Martínez Sierra. “El problema es que El amor brujo, en la versión original de 1915, dura 37 minutos. Es difícil programarlo como espectáculo único porque se queda corto. Hay que revestirlo con otros trabajos y los acompañamientos elegidos muchas veces chirrían. Esa brevedad le ha perjudicado: los reconocimientos que merece todavía no están a la altura de su magistral factura”, explica Padrissa a El Cultural.
El inventivo regista catalán no quería adulterar el libreto con aditamentos incrustados con calzador. Su solución ambiciona crear una progresión narrativa lineal, dentro de un montaje compacto e hilvanado, con la dimensión de una ópera. Para ello acude a otras partituras de Falla, que coloca por delante de El amor brujo. Son tres. Abre con el Generalife, primer movimiento de las Noches en los jardines de España. Candela (trasunto de Lejárraga) guía por el complejo nazarí a su novio, Carmelo. Es un guiño directo a aquel juego-flirteo de la autora riojana con Falla, que habían hecho escala en Granada de camino a Cádiz, donde el músico iba a recibir un homenaje.
Ese cuadro irradia la felicidad de una pareja encendida por el nuevo amor. Pero los turbios augurios pronto empiezan a acecharles. Saltamos así a la Introducciónde El sombrero de tres picos: Candela intenta mantener bajo la férula de su vestido de novia al amante, propenso a dispersar la mirada sobre el talle de otras mujeres. El riesgo de infidelidad se consuma mientras resuena el taconeo de la Danza española de La vida breve, coreografiada por Pol Jiménez. Carmelo huye tras otras faldas y la gitana se hunde en la desesperación, que expresa el quejío abisal de Marina Heredia con la única pieza ajena a Falla del espectáculo, Amor gitano: “Ayer te vi pasar con otra bajo el brazo...”. La cantaora aflamenca este bolero de origen mexicano, popularizado en su día por José Feliciano. Candela se rasga el traje de novia con furia y se envuelve en un mantón tan oscuro como su ánimo.
“Es entonces cuando alcanzamos el punto exacto en el que emerge El amor brujo”, advierte Padrissa. Y ahí empieza a discurrir la historia de sobra conocida: Candela echa mano de la magia y la brujería para recuperar a Carmelo y liberarse del influjo atenazante de su antiguo marido, con el que se casó por conveniencia. Este itinerario dramático trazado por Padrissa requiere un cómplice convencido en el foso. Lo ha encontrado en Manuel Hernández Silva, que comandará a la Orquesta Joven de Andalucía, de la que es titular junto con la Filarmónica de Málaga.
El maestro venezolano aclara a El Cultural el sonido que ha de acompañar los sobresaltos sentimentales del drama: “La historia construida por Padrissa tiene mucha fuerza semántica. Y pide ser fiel a Falla, que utilizaba habitualmente en sus canciones ritmos amalgamados. Hay que poner énfasis sobre todo en los acentos, para que sean muy penetrantes, muy directos. La orquesta en conjunto suena como una guitarra de acompañamiento para el cante, incluso se sienten los golpes de pulgar sobre la madera del instrumento”. Y añade una reflexión musicológica sobre El amor brujo que matiza el lugar común: “Su grandeza no es tanto que funda el flamenco con la música culta o escrita. Eso en Falla no es deliberado, le sale natural porque lo ha mamado. Lo esencial es que sublima las seguiriyas, las soleas, los garrotines... Y le otorga al flamenco esa gallardía, esa elegancia de los gitanos de traje y pañuelo que muchas veces se pierde”.
En el plano visual, Padrissa recurre a una figura de culto: el cineasta granadino José Val del Omar, anticipador de algunas técnicas fílmicas (como el “desbordamiento apanorámico de la imagen” o el “sonido diafónico”). Esos adelantos le valieron incluso algún galardón en Cannes pero hoy engrosa el selecto club de los heterodoxos españoles casi olvidados. El director de la Fura proyecta fragmentos de su Tríptico elemental de España. Un hallazgo que multiplica el impacto dramático y atmosférico: digamos que el costumbrismo andalusí (español por extensión) es potenciado por los códigos de la vanguardia.
Todo por el espectáculo. Es el lema al que la Fura no renuncia, menos todavía cuando se adentra en el universo lírico, que Padrissa ve en fase terminal: “Es que el ambiente de la ópera, de verdad, es un coñazo. Al final la van a terminar matando”. Saben que necesita nuevos reclamos para competir con tantos rivales en este mundo del entretenimiento digital. Con urgencia. Apenas quedan demiurgos operísticos capaces de arrastrar a las masas y generar expectación. Ellos están entre esos pocos. Lo prueba que ya han vendido las 6.000 entradasde la Plaza de Toros granadina. Allí desplegarán de nuevo sus grúas y sus efectos especiales. Le tenían ganas a El amor brujo desde que, tras su triunfo en los Juegos Olímpicos de Barcelona, levantaron Atlántida también en la ciudad andaluza. “Es otra maravillosa obra de Falla pero El amor brujo es sencillamente perfecta”.
Un siglo, tres versiones
Estreno. El 15 de abril de 1915 Falla estrena en el Teatro Lara de Madrid la versión escénica primigenia de El amor brujo. La subtituló: Gitanería en un acto y dos cuadros.
‘Obra rara'. Falla declaró en una entrevista antes del estreno: “Hemos hecho una obra rara, nueva, que desconocemos el efecto que pueda producir en el público, pero que hemos ‘sentido'”.
Autoría ‘usurpada'. La obra la impulsó y dirigió Gregorio Martínez Sierra. También firmó el libreto pero la verdadera autora era su mujer, María Lejárraga. Hoy las dudas sobre la maternidad literaria de El amor brujo están despejadas.
Versión de cámara. El 29 de abril de 1917 Enrique Fernández Arbós dirige la versión camerística. Fue en el Teatro Real.
Ballet. En 1924 Falla terminó sus trabajos para transformar la pieza en un ballet de un único acto. El estreno se celebró en el Théâtre du Trianon-Lyrique el 22 de mayo de 1925.
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