El emperador que volvió loco al sistema


Fuente: Esther Alvarado | Sergio Enríquez-Nistal (elmundo.es)
Hay algo en Calígula que da más pena que miedo. El emperador más loco de Roma, que nombró cónsul a su propio caballo, era un ser enfermo de la misma angustia vital que padecían los hombres del siglo XX, entre ellos también Albert Camus (Mondovi, Argelia Francesa, 1913-Villeblevin, Francia, 1960).
Fue su primera obra teatral y en ella Camus recogió los miedos que atenazaban a los europeos que habían sobrevivido a las dos guerras. Empezó a escribirla en 1938, pero no fue hasta 1944 cuando se publicó, y más tarde la sometió a varias revisiones. La última de ellas, íntegra, es la que sirvió al director Joaquín Vida para su adaptación de 'Calígula', que se representa en el escenario del Teatro Fernán Gómez de Madrid hasta el 28 de septiembre.
"Cuando escribe esta obra, Albert Camus está afectado por la angustia vital; por la conciencia de la finitud de uno mismo, de la muerte, en un contexto histórico en el que los paradigmas se han hundido. El paradigma del siglo XVIII fue la Razón en sustitución de Dios que antes lo explicaba todo; un ser inmanente todopoderoso. En el siglo XIX la ciencia le demuestra al hombre que lo puede casi todo y es cuando se dice aquello de 'Dios ha muerto'", añade el director granadino. "La explicación del ser que lo maneja todo ya no le vale al hombre, que lo sustituye por la ciencia, pero entonces vienen las guerras mundiales con las catástrofes de Hiroshima y Nagasaki demostrando que, como decía Goya, 'el sueño de la razón produce monstruos'; que el hombre, a través de la ciencia, es peor que lo anterior. En ese momento se crea un vacío impresionante que sufrió el hombre del siglo XX. Camus estaba angustiado, como mucha gente. Para ellos la existencia humana era una cosa absurda y, para ese absurdo, Camus receta rebelarse". Y la mayor rebelión que podía cometer Calígula era pedir la luna, como hace en la obra del dramaturgo argelino.
Lo del caballo es una verdad histórica, pero para Vida tiene un significado distinto al de la locura: "¿No puede ser una manera de decirle al patriciado, que tenía reservada la capacidad de ser elegido cónsul, 'lo que podéis hacer vosotros lo puede hacer también este el jumento'?", inquiere.
Dirigir 'Calígula' era tan importante para Joaquín Vida como para hacerle volver a los escenarios cinco años después de jubilarse. "Me ofrecieron esta obra los propios actores. Yo ya estaba retirado pero, ante la tentación hice lo que Oscar Wilde decía que había que hacer ante las tentaciones: caer en ellas", bromea. El auténtico motivo por el que se dejó tentar es porque 'Calígula' dice cosas que "me apetecía que se dijesen hoy sobre un escenario". "Es una obra con un contenido filosófico y político muy actual y muy de acuerdo con como yo veo la vida".
Y es que, la función «viene a decirnos que Calígula no estaba loco; lo que estaba loco era el sistema», añade Vida, que ve reflejada, como en un espejo, la situación de hoy. "En plena crisis, la agresión del capitalismo se está quedando con todo y estamos volviendo al siglo XIX. Un espectador me abordó a la salida tras la función y me dijo que, durante los primeros 40 minutos, pensó que estaba ante lo que nos cuentan los periódicos todos los días". Eso era lo que pretendía Camus y lo que ha conseguido Joaquín Vida en su faceta de adaptador del texto: que el espectador "tenga la certeza de que no hablamos de Roma, sino de aquí y de hoy".
"Cuando esta obra se estrenó en España (1963) no se pudo hacer entera. En aquella época se quitó la parte de la lucha de clases. Así que lo que me planteé era la fidelidad a lo que quería decir Albert Camus", asegura el director. En aquella primera versión que lanzó a la fama a José María Rodero, "el texto se decía de una manera abstracta, muy poética y hasta sublime, pero todo sin que se viera exactamente lo que estaba pasando según el autor. Yo, lo que me planteaba es que saliera a la luz lo que estaba diciendo el autor de lo que pasa hoy, no de Roma".
Sigue habiendo Calígulas en nuestros días. "Aunque están mejor educados y hacen las cosas más finamente, el objetivo es el mismo que el del Calígula histórico: quedarse con todo". Camus, sin embargo, cambia el arquetipo: "Para él, el emperador no es un loco, sino una persona muy inteligente que se da cuenta de lo absurdo del sistema y decide aplicarlo con toda lógica a los representantes del mismo".
Calígula había sido un emperador estupendo -asegura Joaquín Vida- que, ante la muerte de su hermana y amante, queda sumido en la angustia del hombre del siglo XX. "En medio de esa angustia viene el 'staff' palatino a decirle que se deje de llantos, que lo que tiene que hacer es ocuparse de las finanzas. Entonces él decide que eso va a ser lo importante y que las mujeres de los senadores irán a trabajar al prostíbulo y lo que recauden irá a parar a las arcas del erario público. Que hay que estafar y defraudar; pues yo voy a robar descaradamente". Más o menos como sucede hoy, pero sin lección moralizante. Hoy, de hecho, los Calígulas no son necesarios, comenta Joaquín Vida. Incluso el propio Calígula de Camus se da cuenta de que así no se debe. Por eso grita: "¡Mi libertad no es la buena!".

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