Concha Velasco: "Estoy viva y me siento querida: tengo que ser ejemplo de alegría"


Fuente: Julio Bravo (abc.es)
Al cruzar el portal de su casa, Concha Velasco se encuentra con un vecino. «¿Qué tal estamos?», le pregunta él. «Muy bien, estupendamente», contesta la actriz. «¡Así me gusta! ¡Siempre adelante! ¡Tú eres una mujer muy vitalista!» Y es que, aunque no pueda ocultar una inevitable sombra de cansancio en el rostro y en el gesto, Concha Velasco tiene la mirada luminosamente positiva y la voz optimista. «Tengo que ser ejemplo de alegría», se apresura a decir después de confirmar que se encuentra bien de salud. «Estoy muy bien, muy bien. Tengo que hacerme revisiones y analíticas mensuales hasta enero, pero estoy muy bien». Son las huellas de la enfermedad que la obligó a pasar cuatro veces por el quirófano -«la operación más grave fue la peritonitis, estuve a punto de morirme»-.
Lo ha pasado mal, confiesa, pero asegura que lo que le dolió, sobre todo, fue tener que dejar de trabajar: «tuvimos que parar la gira de Hécuba y se interrumpió una serie que iba a grabar». Pero ella prefiere fijarse en lo positivo, que es mucho: «He estado muy bien cuidada y he recibido mucho cariño; no solo por parte de mi familia y mis compañeros de profesión, sino por todo el mundo. No puedo estar triste de ninguna de las maneras, aunque es verdad que la enfermedad, y su tratamiento, dejan su huella anímica. Pero es natural, todo lo que me pasa es natural».

La vuelta al escenario

«Estoy viva, me siento muy querida, tengo trabajo», repite Concha como un estribillo, antes de hablar de Olivia y Eugenio, la obra con la que el viernes 26, la próxima semana, volverá a los escenarios en elteatro Principal de Zaragoza. Escrita por el autor peruano Herbert Morote, es la confesión de una mujer a la que se le ha diagnosticado un cáncer terminal y la relación con su hijo, que tiene síndrome de down. «Yo había pensado en esta obra antes de la enfermedad; después, en los ensayos, fui encontrando paralelismos que me hacían muy difícil interpretar el papel. Gracias a José Carlos Plaza, el director, que me conoce tan bien, he podido ir superando las dificultades. Mi situación es diferente de la de Olivia, pero el texto me removía. Hay frases que no puedo decir todavía sin echarme a llorar. Todos los seres humanos, con enfermedad o sin ella, echamos la vista atrás cuando llegamos a una edad como la mía -voy a cumplir 75 años-, y culpamos a los demás de nuestros propios errores. Eso es lo que hace Olivia, mi personaje, y yo no quiero hacerlo». La obra, añade, «es una historia de amor entrañable y muy esperanzada, en la que Eugenio consigue transformar a su madre».
Ya tenía previsto estrenar esta obra antes de caer enferma, ¿pero no pensó en dejarla para más adelante, en que no era la obra que más le convenía en este momento?
Sí, claro. Cuando empecé a estudiar el texto con José Carlos en casa. Le dije a él y a Jesús Cimarro, el productor, que no podía, que no me sentía capaz. Y pensé en una comedia. Pero eso fue hace tres meses, después de la última operación; me encontraba mal. Ellos me dijeron que esperara, que me tomara mi tiempo. Y la verdad es que me he ido enamorando del personaje, de los dos chicos que se alternan en el papel de Eugenio -Rodrigo Raimondi y Hugo Aritmendiz-; son totalmente diferentes, pero igual de adorables y cariñosos. ¡Y les quiero tanto...! ¡Son tan inteligentes y están tan preparados! Al principio fue complicado, porque Olivia entra en escena amargada y lo paga con Eugenio. La reacción de los chicos era de rechazo hacia mí, y había que explicarles que en ese momento no era Concha, sino el personaje. Pero el trabajo con ellos es maravilloso. Podía haber hecho el papel un actor, pero no sería igual. Hay un momento en que Olivia le dice a Eugenio: “Ya no puedo más. No tengo otra salida”. Y él responde: “Haz un esfuerzo”. Lloro al acordarme. Nadie podría decir esa frase como ellos la dicen.
Y usted lo está haciendo.
Todos lo hacemos. El martes fue el primer día que llegué contenta a casa y dormí bien. He pasado noches muy difíciles, porque yo sé que no puedo fallar. Todos los días me levanto muy temprano a estudiar, porque esta obra es prácticamente un monólogo.
¿Cómo se sintió la primera vez que volvió a entrar en un teatro, aunque fuera como espectadora?
Fui a ver En el estanque dorado, con Lola Herrera y Héctor Alterio, que me encantó. Y sentí varias cosas. Me dio la sensación, en primer lugar, de que había elegido muy bien; a mí se me había pasado la cabeza dejarlo, no volver a actuar, pero salí de ese espectáculo reconfortada. «Yo quiero ser como ellos dos», me dije. Fui después a ver El nombre, con Amparito Larrañaga, y hace poco vi True west, de Sam Sheppard...¡ Se está haciendo muy buen teatro en España! Y creo que estamos incurriendo en un error, porque una cosa es protestar por la subida del IVA, que es muy injusta, pero no tenemos que dar la sensación de que eso nos lleva a hacer mal las cosas; no es así, y eso hay que resaltarlo. Yo voy al teatro y veo que se están haciendo cosas muy buenas.

El teatro

La conversación deriva hacia la cartelera teatral. Pregunta Concha por El loco de los balcones, de Vargas Llosa, que ha estrenado su amigo José Sacristán en el Teatro Español. «¡Qué historia más bonita!», exclama al conocer la aventura de un profesor italiano que, como un Quijote moderno, se empeñó en salvar de la piqueta todos los balcones coloniales de Lima. «¡Me encanta Vargas Llosa! ¡Escribe tan bien, igual que García Márquez! Tienen un lenguaje tan poderoso, que nuestra imaginación se vuelve también poderosa, gracias a ellos!» Se le abren los ojos al mencionarle La señorita de Tacná, otra obra de Vargas Llosa que, tal vez, podría protagonizar un día. «Ahora -asienta los pies en el suelo- me centro en Olivia. Yo no creo que pueda hacer otra cosa... Ya me gustaría... Siempre me hubiera gustado tener una compañía de repertorio, como tuvieron muchas grandes actrices. Pero ahora soy consciente... Ahora no puedo hacer más que una función diaria. Mis hijos me recuerdan que debo ir poco a poco. Sé que hay gente que comenta que por qué no lo dejo, con lo mayor que soy y lo que he debido ganar en la vida. ¡Ésta es mi pasión! No solo es mi medio de vida, que también lo es. Yo en este momento renunciaría a todo, salvo a mi familia, para hacer bien Olivia y EugenioHacerlo bien significa vivirlo, sentirlo, emocionarme... Es mi pasión.
¿En qué le ha cambiado la enfermedad?
Me ha cambiado las prioridades. Yo soy más cigarra que hormiga, soy de las de «carpe diem»... Y me he dado cuenta de que eso es muy bonito para decirlo como frase, pero que hay que cuidar no solamente los bienes materiales para no terminar en la calle, sino que hay que cuidar la salud. No quiero más «carpe diem», quiero cuidarme un poco más. He renunciado a tantas cosas por ir deprisa y querer hacer tanto a la vez... No he descuidado, creo, a mi familia, pero sí he depositado mis prioridades en otros. Y ahora no... Tengo ganas de estrenar, de estar más tranquila, para disfrutar de esas pequeñas cosas de las que no he podido disfrutar. Hay una frase en la obra que todavía no puedo decir sin ponerme a llorar: «Nunca he tenido tiempo de hacer lo que me hubiera gustado hacer». Se para y continúa. «¿Y qué es lo que me hubiera gustado hacer?» Y yo me pregunto lo mismo. He hecho lo que quería: trabajo en la profesión que me gusta, siempre he tenido éxito, estoy muy considerada por el público y por mis compañeros de profesión... ¿Pero realmente era eso lo que quería hacer? No lo sé...
Con los ojos humedecidos, Concha aprieta la mano de su entrevistador. Suspira antes de seguir. «Cuando estrene la función y salga bien, porque el que hayan vuelto a confiar en mí después de todo lo que ha pasado me tiene un poco... tensa. Tengo un gran sentido de la responsabilidad; como estrictamente lo que me dicen, no tomo nada que me pueda perjudicar, y no me puedo permitir ponerme mala, acatarrarme, toser. Me han prohibido tomar ningún medicamento. Se me están rompiendo las uñas, y ahora sí que se me está cayendo el pelo, porque no puedo tomar ninguna pastilla hasta el día 29. Ni aspirinas. Creo que la preocupación la estoy llevando a un límite excesivo. Pero yo me automedicaba mucho, y eso se acabó.
La vida es un aprendizaje contínuo.
¿No cree que ya es un poquito tarde para aprender?
¿Y usted? ¿De verdad lo cree?
No. Nunca es tarde, esa es la verdad... Yo soy muy protagonista de la vida. Me encanta que me traten como una estrella, claro, pero quiero ser un poco menos protagonista para ayudarme a mí.
Siempre se ha confesado religiosa. ¿Ha sido la fe un refugio para usted?
Siempre ayuda, y con esto no quiero molestar a nadie... Para mí ha sido una ayuda fundamental. Pero no solo ahora; siempre. Yo tuve una educación estupenda por parte de mi madre: ella me inculcó la idea de Dios como consuelo. Yo entro en mi casa todos los días y me santiguo dando gracias a Dios por todo lo que tengo: mi casa, que no la he perdido; mis hijos, que me quieren; tengo trabajo. Doy gracias por eso. Habrá gente que piense que soy tonta; pues no lo soy. No lo soy. Me han educado en el respeto y yo respeto a todo el mundo, pero a mí me ha ayudado muchísimo; entraba en el quirófano rezando, y lo primero que hacía al despertarme era rezar. A mí me ayuda, y se lo recomiendo a los demás como consuelo. Hay gente que me reprocha que, con mis ideas socialistas, crea en Dios. Pero pido respeto. Cada uno es como es.
Y usted es optimista.
A veces. No tanto como a mí me gustaría. Lo que pasa es que mis vecinos, mis amigos, mis compañeros... Me ven como «la optimista por naturaleza». Es la imagen que yo doy. Pero me ha costado, creí que iba a reaccionar mejor, y me da rabia. Yo me he roto en el escenario un pie, un dedo, una mano. Aguanto el dolor... Pero cuando te dicen que tienes que vas a pasar por el quirófano y vamos a ver qué encontramos. Reaccioné muy mal... Pero estoy contagiándome del espíritu de la obra, que, insisto, es un canto de amor, de alegría y esperanza. Lo repito: tengo que ser ejemplo de alegría.

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