Russafa ultima su cuarta “bofetada de realidad” a las artes escénicas
Fuente: Guillermo Hildebrant (elpais.com)
Si resulta que la industria cultural ya no volverá a recibir las subvenciones de antaño, se buscan nuevos medios que hagan viable seguir culturizando al personal. Si el formato de escenificación teatral a la italiana —el convencional, con una clara diferenciación espacial entre tarima y platea— se queda pequeño para las inquietudes de público y artistas, o grande para el presupuesto, se representa en una oficina o una peluquería. Así es el espíritu del festival Russafa Escènica, que llega por cuarto año al popular barrio valenciano "a pegarle una bofetada de realidad a las artes escénicas", en palabras de su director artístico, Jerónimo Cornelles. "Los modelos han cambiado. Quejarse está bien, pero no podemos estancarnos ahí. Hay que pasar a la acción", arreció este martes en la presentación a los medios.
30 propuestas de teatro fusionadas con artes plásticas —una de las señas de identidad del Escènica— serán interpretadas hasta el 28 de septiembre en diferentes espacios, que irán desde un domicilio privado a la piscina del barrio, pasando por una discoteca o una tienda de segunda mano. Todas, sin excepción, serán rigurosos estrenos. La organización ha servido de enlace entre los atípicos escenarios y las compañías, que, además de adaptarse a los formatos propuestos —Viveros y Bosques, los primeros más cortos y abiertos a la experimentación que los segundos—, deben inspirarse en el lema de esta cuarta edición: Lo prohibido. La Premio Nadal 2014, Carmen Amoraga, ilustra el leitmotiv en este texto.
Edipo en el Cabanyal
"Me siento muy contento de poder participar en un proyecto promovido por la profesión y la ciudadanía", asegura Ximo Flores, director de uno de los seis Bosques, titulado Edipo VLC. A lo largo de su carrera, Flores ha pasado tanto por grandes producciones de iniciativa institucional como por el teatro más independiente —es el fundador y director artístico del emblemático Teatro de los Manantiales, ya extinto como sala pero cuya compañía, aún activa, firma el montaje en el Escènica—. Tiene claro que estas modalidades, a las que buena parte del sector se está viendo abocado por la crisis, son "un nuevo paradigma que ha venido a quedarse. El modelo antiguo, en el que todos pagamos, y sobrepagamos, un Palau de Les Arts que luego solo se puede permitir visitar una minoría, porque las entradas valen 80 euros, ha fracasado". Y asegura que los que menosprecian las nuevas iniciativas, lo hacen a menudo porque no las han frecuentado. "Son capaces de proporcionar sensaciones igualmente poderosas. Y, a veces, permiten preparar las obras incluso con más mimo y detalle", apunta.
En su adaptación, Flores trata el mito edípico tomando como base la obra de los ochenta Greek, de Steven Berkoff, en la que se trasladaba la trama de incesto y parricidio —"desde luego, vamos a abordar las prohibiciones"— a la Inglaterra de Margaret Thatcher. Solo que, en este caso, el desgraciado joven está en el Cabanyal de Rita Barberá. Todo regado con las proyecciones de dibujos de Elena Cadore.
Recuerdos, sueños, tortilla
Sergio Caballero, mejor actor de la Mostra de Teatre de Barcelona en 2007, dirige uno de los Viveros: La vuelta a la tortilla. El espacio elegido es el estudio Arquitécnica, que ya está completamente transformado en el escenario en que se desarrollará la trama. Araceli (Marina Gutiérrez) le comunica a su madre (Xus Gomar) que está a punto de morir. A partir de ahí, la conversación madre-hija pasea por paisajes oníricos y recuerdos —evocados por vídeoinstalaciones—, recovecos filosóficos o una cocina. Fuese antes el huevo o la gallina, la madre está dispuesta a hacer una tortilla, y luego darle una vuelta, o dos.
Para Caballero, que ya ha bregado con tiempos cortos —los Viveros duran alrededor de 25 minutos— en Microteatro, las ideas del Escènica "ayudan a abrir nuevas ventanas, conquistar nuevos espacios para el mundo escénico". Sin embargo, "el que se haga esto no es razón para que deje de existir el teatro de salas", que, en su opinión, sigue teniendo su sitio y su razón de ser. Sin ir más lejos, él está preparando un Don Juan en el Rialto.
La apuesta de un festival
Además de Bosques y Viveros, estará el Invernadero, una producción propia de Russafa Escènica. Se titula No hables de ello, y cuenta con un elenco formado por una selección once estudiantes de último curso de Arte Dramático de cuatro escuelas valencianas. El regidor, Gabi Ochoa, cuenta que se ha llevado una "grata sorpresa" con las tablas que han mostrado tener los jóvenes talentos locales. En la obra, escrita por un grupo internacional de dramaturgos —de Bolivia, Argentina, Uruguay o España, con germen en el centro bonaerense Panorama Sur—, una gran personalidad del mundo de los negocios muere (además de prohibiciones, esta obra tiene actualidad), tras lo cual los personajes van desgranando su personalidad siguiendo la estructura de los Diez Mandamientos bíblicos.
Para rematar y terminar de transformar Russafa, y si el tiempo lo permite, hay programadas una serie de actividades paralelas, la mayoría al aire libre y centradas en los cambios vertiginososque está viviendo el populoso barrio(antaño hogar de inmigrantes y bohemios y, por tanto, amenazado hoy de convertirse en un enclave chic y elitista). Y, por supuesto, con Lo prohibido como trasfondo. Grafiteros, conciertos callejeros, conferencias y talleres.
Estas actividades son gratuitas. Sin embargo, para disfrutar de las obras se donará un mínimo de cuatro euros en el caso de los Viveros y elInvernadero, y seis en el caso de los Bosques.
Russafa Escènica oferta más de 20.000 localidades. Entre lo que se colecte y los alrededor de 42.000 euros que han aportado los patrocinadores, evidentemente, no llega para pagar el trabajo de casi un año (la presentación de proyectos para este año fue en diciembre de 2013) de más de 300 personas, una vez descontados todos los gastos logísticos. Eso sí, las cuentas están claras: los artistas se llevan la mitad de la recaudación; los espacios y la organización, una cuarta parte respectivamente.
Jerónimo Cornelles lamenta que, una de los principales incógnitas que el carácter investigador y experimentador del festival intenta desentrañar, la viabilidad económica del llamado sector cultural, se quede sin resolver. Pero, como afirma orgulloso, a él y a sus compañeros de proyecto les queda un consuelo: "Damos las gracias, y muy gustosamente, por lo que tenemos. Pero nuestro talón de Aquiles sigue siendo el económico. Y nosotros lo suplimos con honestidad y transparencia".
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