La CND se rinde a los pies de Kylián



Se cumplirá un año de la incorporación de José Carlos Martínez a la dirección artística de la Compañía Nacional de Danza (CND) y este programa monográfico dedicado al coreógrafo checo Jiri Kylián (Praga, 1947) puede entender como su primera apuesta pasada una decisoria etapa de transición, que en cierto sentido, aún continuará algunas temporadas. Es la lógica propia del ballet en todos los géneros. El ballet, siendo en esencia también político, no puede ser tratado como la política llana, merece una evaluación más sutil. Un año de balance debe ser valorado con la condescendencia y la objetividad de un panorama complejo y variopinto, al que se añade la nube oscura de la crisis, los recortes y las pocas perspectivas que se abren en el futuro inmediato del conjunto, que ya se sabe, no podrá incrementar su plantilla. Pero Kylián es un valor seguro allí donde viaja el potente corpus de su obra, y este programa es, en principio, una medida de inteligencia no exenta de cierta tristeza: muchos de los magníficos artistas que veremos en el Teatro de La Zarzuela se despiden así de la CND. Martínez acoge un título nuevo: Sleepless, y repone dos piezas: Petite mort y Sinfonía de los salmos, estas dos últimas en repertorio de la CND desde 1995 y 1999 respectivamente, y que responden a dos temporadas positivas de la etapa Duato.
De Sleepless se dice que “sería un ejercicio interesante aquel en el que localizáramos y documentáramos todas aquellas noches y horas sin dormir a las que nosotros, los creadores, intérpretes y demás personas implicadas, tenemos que hacer frente en el curso de la creación de un nuevo producto, de la llamada Obra de Arte. Probablemente esas horas y noches serían incontables…”
Nacida como un experimento para la segunda compañía de los jóvenes del Nederlands Dans Theater (NDT II)Sleepless es en palabras de su creador, “un reto y algo gratificante a partes iguales, tanto para mí como para los bailarines, básicamente por el simple hecho de que enseñar y aprender son las dos caras de la misma moneda. El diálogo intergeneracional es siempre fascinante, ofrece cierta sensación de madurez a los jóvenes y de rejuvenecimiento a los mayores”.

Está presente la inspiración de Fontana, para lo que Kylián agrega: “La obra del artista argentino Lucio Fontana tuvo una influencia indirecta para mí en la creación de Sleepless; las “incisiones” que infligía a sus pinturas crearon una “nueva dimensión” en el mundo “bidimensional” de la pintura:

La acción de cortar el lienzo, dejando claro que el lienzo no es necesariamente lo único a contemplar, sino que puede haber algo más importante que subyace tras él o más allá, fue una revelación y un logro que dejó una cicatriz muy profunda en mi mente. La danza es una forma de arte que se basa por completo en nuestra consciencia física, emocional, mental y espiritual. Lucio Fontana cogió un cuchillo con el que destruyó la superficie monocromática de sus pinturas, pero con esa matanza insufló una nueva vida a sus pinturas, otorgó una tercera dimensión a la bidimensionalidad de la pintura, abrió una puerta secreta a lo desconocido, pero eso fue solo el principio. Nosotros buscaremos otras “dimensiones”, físicas, emocionales, filosóficas o espirituales, mientras tengamos un ápice de energía para hacerlo”.

Jiri Kylián creó Petite mort especialmente para el Festival de Salzburgo con motivo del segundo centenario de la muerte de Mozart. Para este trabajo eligió los fragmentos lentos de dos de los más bellos y populares conciertos de piano de este compositor. La coreografía presenta seis hombres, seis mujeres y seis floretes. Los floretes cumplen la función de parejas de baile, y en algunas ocasiones parecen más rebeldes y obstinados que una pareja de carne y hueso. Visualizan un simbolismo que está más presente que una línea argumental. Agresión, sexualidad, energía, silencio, insensatez y vulnerabilidad. Todos estos elementos juegan un importante papel. Petite mort, que literalmente significa muerte pequeña, es también, en francés, paráfrasis de orgasmo.

Cierra el programa “Sinfonía de los salmos” una gran obra. Redonda, intensa, de calado filosófico y estético. Christian Harvey ha escrito sobre ella: “Ya que la obra de Stravinsky nunca se realizó con el fin de ser bailada, constituye una importante declaración musical en la que una de las principales aseveraciones, la de alabar con la danza, no se cumple. Por lo tanto, esta coreografía se ha realizado simplemente con el fin de completar el concepto original del texto: para alabar al Señor con la danza. Pero, ¿qué es lo que debe alabarse con esta oración física? Se trata más bien de un lamento por un mundo imperfecto y desunido, en el que el sufrimiento y la inseguridad de cada individuo se enfrentan en un diálogo irónico con la música de Stravinsky. La danza está estructurada como un cuerpo en constante movimiento, sin descanso. La danza les arrastra, con frecuencia, hacia al suelo, con sus tristezas y fracasos, pero se incorporan de nuevo, y sus líneas se reagrupan y vuelven a moldearse con una austeridad geométrica”.
Fuente: Roger Salas (www.elpais.com)

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