Cuando solo nos queda la risa
Fuente: Juanjo Abad (elpais.com)
Corren tiempos convulsos y el teatro no puede escapar a ellos. Día tras día, los noticiarios televisivos recogen las últimas declaraciones de quienes ostentan el poder. Discursos que a menudo esconden circunloquios y que se suelen olvidar una vez apagadas las cámaras. Para el director de teatro Alberto Castrillo-Ferrer, la actualidad política se ha convertido “en un vodevil”. Y a los ciudadanos, en ocasiones, solo les queda reír.
Con esa intención nace Feelgood, adaptación para las tablas españolas de la obra escrita originalmente por el británico Alistair Beaton en 2001: una feroz sátira sobre las relaciones de poder protagonizada por Manuela Velasco y Fran Perea, que se mete en la piel de un ambicioso asesor de comunicación de un presidente de gobierno. El propio Alberto Castrillo-Ferrer ha sido el encargado de dirigir el montaje, que se estrena el 2 de abril en la Sala 2 de las Naves del Español del Matadero de Madrid.
En medio de unas calles encendidas en protestas ciudadanas (¿les suena?), el séquito que rodea al presidente prepara una crucial alocución del gobernante ante su partido. A su alrededor, periodistas con información privilegiada, un guionista que pone palabras a los pensamientos del político y una sucesión de situaciones cómicas… En medio de este desconcierto que se esconde tras los focos de la alta política, Fran Perea, encargado de ayudar al presidente, cueste lo que cueste: “Para que todo salga bien, a veces hay que pasar por encima de algunas cabezas y de eso se encarga mi personaje”, dice el actor, que para instruirse pidió ayuda a su hermana, que, casualidades del destino, comparte oficio con Edu, su encarnación en Feelgood. “No es como en la obra, que coloca la situación al límite. Mi hermana ha vivido momentos tensos, pero no tanto. Además, es más honesta”, explica Perea refiriéndose a su personaje, tan absorbido por el poder, que es incapaz de diferenciar entre su vida personal y los ardides que esconde la política.
Aunque la obra se comenzó a representar en los escenarios británicos en 2001, sus responsables insisten en que puede entenderse en cualquier tiempo y en cualquier lugar. “Hemos hecho modificaciones, pero hay un punto de universalidad”, insiste el director Alberto Castrillo-Ferrer. “La obra no trata del Reino Unido en 2001, ni de España o Chipre en 2013. Hablamos de seres humanos, de reacciones… Cada espectador lo puede llevar a su terreno personal”. Donde hay dos personas interactuando, inciden, ya se establece una relación de poder. “Cuando un hombre está sobre otro, pueden ocurrir cosas a todos los niveles. Podemos verlo en la alta política, pero también hay relaciones de poder en la tienda del barrio”, ejemplifica el director.
El espectador que vaya a ver la obra hasta el 12 de mayo, insisten, no será bombardeado con otra dosis de pesimismo y desmoralización. Para eso están los noticiarios. “Tampoco queríamos que fuese un panfleto”, recalca Fran Perea, que fue quien dio con el libreto original y se lo pasó al resto de la compañía Entramados, que fundaron los mismos actores y el director tras coincidir en Todos eran mis hijos. “Queríamos hacer algo distinto”. Y ahí es donde entra el humor, fundamental en el montaje. “Engancha muy bien con el sentir general, y a partir de la risa, lleva a la reflexión”, comenta el actor protagonista. Lo mismo opina el director, que cree que Feelgood “es más comedia que crítica”. “Aunque quizá es más crítica justamente por eso, porque hace reír”, añade.
En los últimos meses se han multiplicado las obras con algún tipo de contenido político. Desde el drama, el thriller, la más pura denuncia o como Feelgood, desde el humor. En tiempos agitados, la conciencia del gremio está, de alguna manera, más afilada que nunca. “Creo que el teatro es una herramienta de entretenimiento, pero también sirve para tocar el alma y la conciencia”, expone Fran Perea. La sátira, dicen los autores de esta obra, es más necesaria que nunca en España. “Nos tomamos todo demasiado en serio”, cree Castrillo-Ferrer. “Y tomárnoslo demasiado en serio lleva a olvidarnos de las cosas. Si nos riésemos más de nosotros mismos, si sacásemos la sátira quevedesca que tenemos tan arraigada no nos saldrían tantas úlceras. Y a lo mejor hasta conseguimos ver la salida”.
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