Bernardo Atxaga: "No podemos echar el fardo de nuestra vida a los jóvenes"


Fuente: Marta Caballero (elcultural.es)

Frente a una de las gigantes cristaleras del teatro Valle Inclán, que muestra al fondo los tejados del viejo Lavapiés, diserta Bernardo Atxaga (Guipúzcoa, 1951), recién llegado a Madrid. Al hilo del montaje teatral de su novela El hijo del acordeonista, que desde hoy se representa en este escenario, el escritor expone varias ideas. La primera, que si una versión de una obra mantiene el núcleo de la original, esa versión será buena. Por eso le dejó hacer a Paxto Telleria en esta ambiciosa adaptación. La segunda, que en un contexto en el que es imposible hablar, en el que la mayoría de los temas son inabordables, el teatro se descubre como un espacio idóneo para el diálogo y la descarga emocional. Como la que a él le produjo ver a sus protagonistas, dos amigos en torno a una traición política y vital, por primera vez de carne y hueso. Estos días estará presentándola en Madrid, donde también se celebra un ciclo de actividades relacionadas con su obra organizado por el CDN. La pieza también se representará en euskera por primera vez en el CDN.

Era un reto llevar esta novela al teatro. ¿Se mantuvo al margen a la hora de adaptarla?
En estas cosas siempre me digo lo de zapatero a tus zapatos. Conocía los trabajos de Patxo Telleria, que se ha encargado de la estructura narrativa. Él ha dirigido películas y se lleva bien con la narración. Ha ganado en narratividad, se puede ver como una historia que empieza, sigue, sigue y acaba. Tiene también un juego de espacios impecable. Cuando adaptan una obra mía, los personajes son nuevos para mí, a veces para mejor. Al final acabo olvidando lo que había pensado sobre ellos. La obra aborda una realidad que es fuerte, que es densa. Habrá gente que se asuste un poco con algunas escenas pero es un teatro que se va a seguir muy bien. Para mí todo esto es multiplicación de los panes y los peces. Es un poco como las canciones, si escuchas Summertime interpretada por Billie Holiday, por Todd Watson y por Janis Joplin, todo ayuda y enriquece, es lo mismo pero no es lo mismo. 

¿Por qué dice que habrá quien se asuste?
Porque hay una muerte y no es lo mismo leerlo uno que verlo. Cuando uno lee, compone la escena en función de su imaginación pero no en su detallada realidad. Leí un texto hace poco sobre qué voz tendría Don Quijote. Todo el mundo se imagina algo parecido a una voz, pero el teatro tiene algo insuperable, la fisicidad, te permite ver cómo suda un actor. Lo físico tiene mucha fuerza. La muerte afecta mucho más que cuando lo lees.

La obra se presenta como el primer gran clásico del teatro vasco. ¿No ha habido una dramaturgia solvente en su tierra?
Supongo que lo dicen porque la existencia social de las cosas no depende sólo de lo creativo. Para que un libro se publique tiene que haber una base material. Cualquier cultura puede poner en circulación pequeños libros de poesía pero no todas las culturas pueden publicar mil libros al año. El gran defecto del teatro es lo caro que es. En el País Vasco durante mucho tiempo ha habido cosas muy bonitas pero muy pequeñas, nunca una obra con todo un elenco de 20 personas. Por eso se ha recibido tan bien, ha ido muchísima gente con una sensación de ver un poco una obra grande, como algo inaugural. 

El momento también es bueno, hoy hay un mayor sosiego para abordar en escena la traición y los temas que planteaba la novela.
Indudable, así pasa. Antes era prácticamente imposible. Durante la guerra civil, por ejemplo, sí se escribieron poemas sobre el conflicto pero no novelas. La literatura siempre va un paso después. En el País Vasco, la situación por la que ha pasado mi generación no permitía recursos como el humor, que no ha sido posible hasta que no ha parado ETA. El humor es una forma de entrar en los temas poco a poco y en el caso de esta obra a ver si el drama también lo consigue. A ver si sacamos conclusiones en ese aprendizaje reflejo. En el reflejo te reconoceré.

¿Si hubiera escrito 'El hijo del acordeonista' en 2013, habría llegado más lejos?
No estoy seguro. También debe haber un momento para recordar y otro para olvidar. No es una cuestión que tenga clara del todo pero siempre pienso que respecto a la gente joven la cinta se tiene que cortar, no puedes echar el fardo de tu vida a las espaldas de otras generaciones. Todo esto que ha pasado lo debemos resolver nosotros, nuestra generación. Debemos hacer la catarsis y liberarnos de ello, no hablarle de los mismo temas a la gente de 14, 16, 20 años, porque ellos van a tener su mundo y sus asuntos, su propio fardo. Leí que Todorov había escrito en el mismo sentido, decía que la memoria es necesaria pero también lo es el olvido. 

En cambio en literatura sucede a menudo lo contrario, que nos empeñamos en volver al pasado. Hay pocas novelas sobre el presente.
El presente es siempre lo más duro y problemático pero es lo más interesante desde mi punto de vista. Es verdad que hay cosas que siempre son presentes, temas que atraviesan las generaciones, pero la crónica sobre el pasado sólo tiene sentido si hablas de tu existencia, de tus propios asuntos en el presente. Por ejemplo, entiendo y leo a alguien que estuvo en los campos de concentración y que escribe sobre ello, como Primo Levi, pero no comprendo que en 2013 se hagan películas sobre este tema. No me interesa, estoy casi en contra, es como una franquicia y no estoy seguro de que aporte algo. Volver a ese pasado sin razón, esa vuelta desde fuera, no me gusta. 

¿Y cómo ve este presente también lleno de odios, de traiciones...?
Como tanta gente trato de entender todo lo que pasa y tengo la sensación de que la reflexión básica no es sobre economía ni sobre sociología sino sobre democracia, de cómo hacemos para mejorarla. La mejor trampa capciosa e inaceptable es la de que tenemos que defender la democracia. Y no, porque no es perfecta, lo fundamental es pensar sobre ella. En Vitoria, a pesar de que hemos dicho que no a la central nuclear de Garoña, deciden de pronto en una reunión que la ponen en marcha. Es algo que afecta a todo el mundo. Si en el Parlamento vasco se dijo que no, ¿por qué se abrió? ¿Los poderes fácticos pueden saltar sobre una voluntad general? Para mí es una pesadilla esa central. Si la ves... es tan siniestra. 

Veinticinco años de 'Obabakoak'...
Sí... ¡Jo! Estoy encantado de que todavía esté ahí, de que haya tenido una vida. Por otra parte, es tan asombroso que hayan pasado 25 años. Es mi libro más traducido y tengo esa satisfacción, es como cuando aprobabas un examen en el que te jugabas el verano. Te da una cierta tranquilidad, un cierto ánimo. 

¿Qué escribe ahora?
Estoy escribiendo el que puede ser mi Obabakoak de los 60 años. Se llama Días de Nevada y es un libro hecho de muchísimas piezas. Así como en Obabakoak esas piezas eran eran ficción, aquí también las hay autobiográficas y biográficas. Me gustaría acabarlo para primavera del año próximo. Va a ser una alfombra y ahora estoy rematando esos hilos. Se habla de coches, de vaqueros, de serpientes...

Muy pop ¿Cuál será el tema de fondo?
En Nevada o eres pop, o eres pop, aunque yo siempre lo he sido. El foco es la aparición del monstruo. En la cuarta pieza ya cuento cómo al segundo día de llegar dan King Kong en la televisión y cuento las reacciones de mi hija pequeña. Aparece el monstruo en diferentes formas. No tenía previsto pero también hablo de mi madre, porque vas por el desierto y, como decía Galdós de La Mancha, estás ante un paisaje que es un tormento para la imaginación. El desierto allí es un alucine.

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