¡Milagro!: más de medio siglo en escena



Fuente: Marcos Ordoñez (elpais.com)
Las longevidades teatrales son misteriosas. El pasado día 18 se cumplieron en Londres los 60 años en cartel de La ratonera (The Mousetrap), a la que su autora, Agatha Christie, había vaticinado una duración de “a lo sumo seis u ocho meses” cuando se estrenó en el Ambassadors, para pasar luego a la sala vecina, el St. Martin’s Theater, donde sigue y sigue como los conejitos de Duracel. Como ni la obra ni la puesta fueron nunca nada del otro jueves, sus 20.900 funciones se atribuyen a una mezcla de tradición popular y atracción turística. Es, sin duda, el espectáculo decano del West End, pero tampoco hay que olvidar que Los Miserables, Cats y El fantasma de la ópera han rebasado ya el cuarto de siglo en escena, y que hará un par de semanas Blood Brothers, el musical de Willy Russell, abandonó el Albery con 24 primaveras a sus espaldas.
También se ha cumplido esta temporada el 55 aniversario de La cantante calva en el parisino y diminuto Théâtre de la Huchette: la comedia de Ionesco sigue atrayendo a un renovado público, entre el que se cuentan varias generaciones de bachilleres franceses, ya que el texto forma parte de los programas escolares desde los años setenta.
Si El fantasma de la ópera se vanagloria también de batir records en Broadway (el pasado 11 de febrero celebró 10.000 funciones en el Majestic), el long-runner por excelencia del off-Broadway es The Fantasticks, el minimusical de Harvey Schmidt y Tom Jones, que contabilizaba 42 años y 17.000 noches en el Sullivan St. Playhouse de Greenwich Village al bajar el telón en 2002. Pero no acabó ahí su reinado: cuatro años más tarde, el Snaple Theater Center, otra pequeña sala del off Broadway, acogió un revival que sigue tan pimpante. Y cada año tienen lugar, según las estadísticas, 250 nuevos montajes de The Fantasticks en todo el mundo, es decir, que no se trata de un fenómeno exclusivamente neoyorquino.
¿Tenemos algo parecido en nuestro país? Me temo que no. Los turistas, baza esencial para las largas permanencias de Broadway y el West End, rara vez pisan los teatros españoles, salvo para ver algún concierto o alguna ópera. También es cierto que a veces la suerte no ha acompañado a producciones llamadas a una mejor fortuna. Porque, por ejemplo, The Fantasticks se dio en España, en 1969, bajo el título casi literal (grafía incluida) de Los Fantástikos. La sala era óptima (el madrileño Reina Victoria), el reparto estaba encabezado por Elsa Baeza, Eusebio Poncela, José María Pou y Francisco Balcells, y firmaban la puesta Francisco Nieva y Antonio Malonda. Se comprende que mucha gente desconozca la existencia de este espectáculo: el estreno tuvo lugar en pleno verano y, pese a sus notables mimbres, no llegó a septiembre.
En el otro platillo de la balanza hay que decir que durante el pasado siglo nuestro teatro fue pródigo en autores, actores y actrices unidos a una función o un teatro. La lista es larga y se impone la selección. Si arrancamos en la preguerra vendrán a la memoria (sucesivamente) los nombres de Loreto Prado y Enrique Chicote en el Cómico, Jardiel en la Comedia, o Isabel Garcés encabezando a lo largo de tres décadas la compañía del Infanta Isabel (propiedad de su marido, el empresario Arturo Serrano) con piezas millonarias de Adolfo Torrado, Paso o Mihura. Y Manuel Dicenta reponiendo una y otra vez Juan José, y los Cuatro Ases (Carmen Carbonell, Antonio Vico, Manuel González y Concha Catalá) eternizándose en el Lara. Y, entre los cincuenta y los sesenta, Alberto Closas llenando su Marquina con comedias elegantes y musicales italianos, y Capri en el Romea, y el tándem Luis Cuenca-Pedro Peña en el Apolo. Y actores con función portátil, como Enrique Guitart, que llegó a representar más de cinco mil veces y en los más inusitados escenarios el monólogo Las manos de Eurídice, de Pedro Bloch.
Si centramos el foco desde los sesenta en adelante encontraremos actrices con carreras tan variadas como distinguidas pero unidas durante décadas a algunos títulos emblemáticos. Es el caso de Nuria Espert, que con Julieta Serrano repone varias veces y con parejo éxito Las criadas, de Genet, estrenada en 1969 a las órdenes de Víctor García, y que alcanza luego las 2.000 representaciones con Yerma (1971), a lo largo de una gira mundial de cuatro años. O de Lola Herrera, que estrena Cinco horas con Mario, de Delibes, en 1979, dirigida por Josefina Molina, y la representa a lo largo de casi veinte años, pasando luego el testigo a Natalia Millán, que encarnó a la viuda Carmen Sotillo en la reposición de 2010.
Los long-runners indiscutibles de nuestro teatro son comedias. Hay unos cuantos títulos que aspiran a los primeros puestos, pero yo creo que se lleva la palma Enseñar a un sinvergüenza, de Alfonso Paso, unida para siempre a Pepe Rubio: la estrenó en 1967 en el Victoria barcelonés, la interpretó durante 16 años seguidos, y volvió a protagonizarla en 1994, cuando tanto él como Ana María Vidal ya tenían edad para ser los padres de los protagonistas, pero así es la magia escénica. Le sigue muy de cerca Sé infiel y no mires con quién, el vodevil de Chapman y Cooney, que se estrenó en 1972 en el Maravillas, dirigida por Víctor Catena: la producción, con el incombustible Pedro Osinaga al frente de un reparto en el que figuraban José Sacristán, Licia Calderón y Julia Gutiérrez Caba, se mantuvo durante once ininterrumpidos años, girando por toda España. La comedia conoció una segunda vida en 1998, de manos de Joaquin Kremel y Ramón Ballesteros, y en 2009, con Jesús Cisneros y Fernando Albizu. Tampoco hay que olvidar, en ese mismo negociado, al gran Pepe Rubianes, que llenó hasta la bandera el Capitol barcelonés durante nueve temporadas, de 1997 a 2006, con su espectáculo Rubianes solamente.
De un tiempo a esta parte, en el que hay funciones que se ensayan mes y medio para ponerse cuatro días o saltan de cartel a las tres semanas, es comprensible que permanecer un año en una sala se considere un éxito descomunal, y que las que logran sumar tres e incluso cuatro años ingresen directamente en el olimpo. Y comedias han sido, de nuevo, las que han trepado a ese podio exclusivo. Comedias como Arte, de Yasmina Reza, dirigida por Flotats; El método Gronholm, de Jordi Galcerán, éxito por partida doble en Barcelona y Madrid, a las órdenes respectivas de Sergi Belbel y Tamzin Townsend, y Toc Toc, de Laurent Baffie, que a las órdenes de Esteve Ferrer entra en su cuarto año en el Príncipe Gran Vía.

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