LA VIDA ES SUEÑO


TEXTO: PEDRO CALDERON DE LA BARCA
VERSIÓN: JUAN MAYORGA
DIRECCIÓN: HELENA PIMIENTA
DURACIÓN: 2h y 5min
PRODUCCIÓN: COMPAÑÍA NACIONAL DE TEATRO CLÁSICO
TEATRE LLIURE (MONTJUÏC)

Quede dicho de antemano, no haya alguien que vaya a llevarse a errores, que no soy persona de clásicos, que tiro más de la cuerda de directores como Jordi Casanovas que opinan que los clásicos está muy bien leerlos pero que la gran mayoría se han quedado obsoletos y su lenguaje, bello sin duda alguna, aleja al público de los teatros.

Que duda cabe que buena parte de la platea llena, por no decir la mayoría estábamos allí para admirar el buen hacer de la Blanca Portillo, sin ella ni se hubieran agotado las entradas, ni los bravos hubieran sido escuchados. Porque el montaje de Helena Pimienta es ella o mejor dicho su personaje, Segismundo, no hay más.

Sí, señores Blanca Portillo interpreta a un hombre, ¿y qué? Durante siglos los hombres interpretaron a mujeres y nadie le pareció importar. Y en este caso tampoco importa, no importa el sexo, que por otra parte no se ve. No ves a una mujer interpretando a un hombre, ves a una persona interpretando. 

Y la interpretación es soberbia, increíble de principio a fin, sólo por ella ya vale la pena pasarse más de dos horas de función. Blanca Portillo dibuja un Segismundo lleno de matices, fácilmente identificable, que emociona, que da miedo, por el que sientes pena, por el que lucharías para liberarle. Nunca había tenido el placer de ver a Blanca Portillo sobre las tablas, pero que duda cabe que es una de las grandes, que la próxima vez que vea su nombre en un cartel, correré a por las entradas.

El resto del montaje pasa sin pena ni gloria. Con interpretaciones desiguales destacaría la Rosaura de Marta Poveda, obviando su primera intervención, y Joaquín Notario como el rey Basilio. Y sorprendente cuanto menos la pluma del personaje de Astolfo interpretado por Rafa Castejón.

El verso no es fácil, esto es una obviedad pero la manera como lo ha escondido el montaje de Helena Pimienta no ayuda a su entendimiento. Por una parte, existe un claro problema de dicción, excepto en el caso de Blanca Portillo, no es normal que durante los veinte primeros minutos el texto sea ininteligible para el público, incluso situados en las primeras filas. Quizás sea que la magnánima escenografía de madera tampoco ayude a la sonorización, pero todo ello es una verdadera lástima que ha de sufrir el espectador.

Pese a ello, La vida es sueño es visualmente atractiva, sobre todo en los momentos de la presentación de Segismundo en sociedad con esas cortinas y el momento de la guerra por el poder. Pero a pesar del atractivo, la escenografía crea un punto de lejanía, acentuado por el verso, entre la trama y el espectador que no acaba de entrar para quedarse, sino que va y viene y se pierde en el camino.

Una buena elección del montaje ha sido incluir música en directo, que aporta ritmo y emoción en algunas escenas más lentas. Está bien recordar de dónde venimos de vez en cuando, pero pretender vender La vida es sueño como un texto actual me parece poco plausible. Es un clásico, no hay duda, y está bien que sea recordado aunque una servidora prefiera un teatro más contemporáneo. Ya sabéis, para gustos los colores. ¡Felices sueños!

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