José Sanchis Sinisterra: "El teatro también es un archivo de la memoria"



Fuente: Albert Lladó (lavanguardia.com)

José Sanchis Sinisterra (Valencia, 1940) ha combinado, desde sus inicios, creación e investigación, y se ha interesado por los puentes existentes entre la escena y la narrativa, además de los vasos comunicantes con otros campos, artísticos o científicos. Esa idea de límite (el recientemente fallecido Eugenio Trías no podría estar más de acuerdo), en el que se encuentran diferentes lenguajes y experiencias (Cortázar lo llamaría ósmosis), es precisamente el punto de fricción donde la libertad creativa halla más caldo de cultivo. De esa voluntad de experimentación nacería en 1977 el Teatro Fronterizo, que más tarde acabaría convirtiéndose en la sede de la Sala Beckett. Ahora, con más de setenta años, el creador incansable vuelve a arremangarse y, fiel a su independencia, lleva dos años con un pequeño centro que ha llamado La Corsetería y que es cuartel general del Nuevo Teatro Fronterizo. De momento, resistiendo a todas las dificultades, ya han sido reconocidos con un Premio Max de la Crítica.

¿Por qué crear, después de tantos años del proyecto de Barcelona, un Nuevo Teatro Fronterizo en Madrid?
Me interesaba mucho recuperar margen de libertad, sobre todo, para mis relaciones con América Latina. El hecho de ir a Madrid me permitía un cambio de perspectiva. Es cierto que la Sala Beckett funcionaba muy bien, con ayuda institucional, me sentía muy bien en el Institut del Teatre… pero llevaba 25 años en Barcelona y creí que se tenía que cerrar un ciclo. Durante un tiempo llevé una vida algo nómada, estuve dirigiendo el teatro Stabile della Toscana… pero decidí instalarme en Madrid para apoyar la nueva dramaturgia, fomentar la investigación y relacionar el teatro con otros campos del pensamiento.

¿A qué ha renunciado el teatro actual?
El teatro se ha visto arrastrado por la lógica del mercado, obsesionado por la audiencia, la diversión, el entretenimiento…

Alquila una antigua corsetería, y se pone manos a la obra
Sí, encontramos este local en Lavapiés y pensamos que era el sitio ideal para lo que queríamos hacer. Ya teníamos la evidencia de que el mundo será mestizo o no será. La multiculturalidad no es un accidente.

De hecho, uno de los objetivos de La Corsetería es mirar hacia otras latitudes
El teatro que se hace en España, y también en Europa, está anclado, y tiene un carácter endogámico: la gente de teatro es la que va al teatro. Hay, más allá de los grandes centros de moda -a lo que llamo yo la “Internacional Festivalera”-, un enorme desinterés por lo que está pasando en otros lugares. Uno de las razones del proyecto era, pues, sacar el teatro de sí mismo, y conectarlo con otras áreas de pensamiento y otras culturas.

Ofrecen, por ejemplo, un taller sobre Nietzsche
Nos interesa la relación del teatro con la filosofía, pero también con la ciencia. Ahora (Sanchis Sinisterra acaba de ofrecer una clase), por ejemplo, acabo de plantear el problema de las neuronas-espejo. No podemos seguir trabajando, ni siquiera desde la actuación, sin tener en cuenta lo que la neurociencia está descubriendo sobre el instinto mimético. O sobre la empatía.

Otro de los temas que siempre le han preocupado es la memoria
Esta obsesión por lo último, por lo nuevo, por la actualidad clamorosa que nos imponen los medios de comunicación hace que se vaya produciendo una especie de amnesia progresiva con relación a la historia. Por una parte, de nuestra historia reciente, pero también de la historia de la humanidad. Me parece importante recordar que el teatro también es un archivo de la memoria. Luego hay temas que están clamando, como por ejemplo la invisibilidad de la mujer. En este sentido, tenemos otra línea de acción en la que hemos empezado, con cinco dramaturgas, un ciclo sobre pioneras de la ciencia en España. La ciencia, como tantos otros mundos, ha sido un mundo patriarcal ¿Es que no piensan las mujeres?

Siempre ha combinado pedagogía y creación
La pedagogía siempre ha sido un pretexto para compartir mis investigaciones. Es inseparable de la creación, en mi cabeza. Me ayuda a sistematizar lo que estoy trabajando. No puedo establecer la diferenciación. Precisamente esas fronteras son los lugares donde pasan cosas interesantes.

¿Cómo ha de ser la relación entre el teatro y el poder?
Las relaciones del arte con el poder son siempre turbulentas. O el poder trata de domesticar al teatro o bien, cuando lo protege, lo puede pervertir de un modo sutil. Lo convierte en un escaparate para mostrar su generosidad. Es una especie de censura implícita. Depende también del país. Hay sitios donde la democracia tiene más fuerza, tiene una historia mayor. En España hemos pasado de una dictadura a una pseudo-democracia descafeinada sin tocar nada. La cultura está siendo considerada como furgón de cola por los dirigentes, pero esto puede tener su lado positivo, ya que obligará a la gente de teatro a inventar otros procedimientos de financiación y otro modo de relación con el público.

Una forma de resistencia
El darwinismo puede ser una buena guía para el teatro (ríe). Aprender cómo, en una situación de incertidumbre, los sistemas vivos generan una serie de mecanismos para evolucionar, cambian el entorno, mutan, buscan simbiosis. Creo que uno de los modos es establecer nexos, complicidades. No esperar a que papá nos de la subvención. Generar una dinámica reticular, menos centralizada. Nosotros, para cada proyecto, buscamos un aliado concreto.

¿Cómo construir nuevos públicos? ¿Cómo implicarse con el barrio y dinamizar la sociedad?
Hay que tener en cuenta al no-público, esa enorme proporción de ciudadanos que nunca han ido al teatro. Que creen que es ajeno a ellos. En ese sentido, en La Corsetería hemos organizado lo que se conoce como “teatro foro”, una técnica creada por Augusto Boal y que él llamó “teatro del oprimido”, para sensibilizar a la gente y ayudar en la resolución de conflictos. En su metodología estaba el tratamiento de problemas sociales y de convivencia. Aquí reunimos a quince vecinos, la mitad africanos sin papeles. Y estuvieron trabajando durante meses para preparar una especie de obra de veinticinco minutos. La técnica consiste en ofrecer la representación, su visión de los hechos, pero luego la repiten y quien quiera, levanta la mano, ocupa el lugar del personaje, y la puede cambiar. Lo hicimos en la plaza de Lavapiés y fue hermosísimo. Participaron un inmigrante, un niño de nueve años, una vecina… Se creó una especie de familia.

También quieren organizar un “ciclo-teatro”
La idea es apoyarnos en el movimiento ciclista y elaborar una obra que cada escena se represente en una plaza distinta. Los ciclistas se desplazaran todos a la vez.

Más allá de estas experiencias en la calle ¿qué papel juega el teatro en un mundo audiovisual?
La fuerza del teatro es estar aquí y ahora. Es juntar un colectivo de personas en el mismo sitio. Y hacerlo con la palabra y con el silencio… Cada vez hay menos espacio donde la gente se reúne físicamente. Por eso, los movimientos en las plazas han creado una utopía del estar juntos. De la coralidad.

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