Carrión: “Haces el milagro de ser otro”



Fuente: Juan Cruz (elpais.com)
Va y viene en metro, vestido de oscuro, más joven que su edad (Valladolid, 1950); pero cuando entra en el escenario del Matadero vestido de Pedro Lannes (una chaqueta como de Kafka, un pantalón oscuro y humilde) y toca una silla como si tratara de contagiarle su cansancio, José Pedro Carrión es ya ese campesino hastiado cuya mujer acaba de asesinar a una pariente. Es un actor, y es un maestro de actores. Viajaba con su propia obra (Júbilo terminal, que protagoniza con su mujer, Valerie Tellechia, vasca de Lanzarote) cuando lo llamó Natalia Menéndez para representar en La amante inglesa (Margueritte Duras) el papel que tenía adjudicado José Sancho, enfermo de las cuerdas vocales.
En el escenario Carrión es Lannes, aquel hombre cansado, un funcionario menor del Estado francés sobre cuyos hombros cae el hastío de la posguerra y una pesadilla que la justicia se empeña en desbrozar. El suceso que narra la obra de la Duras pasó. Carrión/Lannes contribuye a que parezca que sigue pasando.
El actor es descendiente de rojos represaliados que desde que tenía diez años vive en Madrid; algún día se encontró con cómicos, “y con ellos sigo”; aprendió de Fernando Fernán-Gómez, de Adolfo Marsillach…, “que el teatro es palabra, y que la base de un actor es la palabra, y ésta peligra, se seca con la técnica”. Esta obra de Duras “es palabra, por eso me atrae, y por eso se me ve en seguida en el papel que requiere”.
Es la esencia de actuar: ser otro. “Para llegar a eso tienes que reducir el estercolero de la técnica; si lo haces así, en seguida que dices sus palabras ya eres el personaje. Porque las palabras tienen algo dentro, en la razón, en la mente, son el dardo del que hablaba el inolvidable Lázaro Carreter… La palabra es el poder del actor. Qué pena que el individualismo se haya comido el sentido de cuerpo social de nuestro oficio que consiste precisamente en eso: en compartir la palabra”.
El teatro es, además, educación, humanismo, explicación de lo aprendido. “Y la educación no se está usando para que contribuya a aumentar el interés por el teatro. Se está divulgando una idea penosa de los actores, que somos gente de mala vida, que somos unos aprovechados, y de ese modo se está distanciando el teatro de la sociedad. Creen que somos unos señoritos de mal vivir”. Y el teatro es esencial para transmitir “la necesidad de transformar la sociedad; es un espejo de la naturaleza, manifiesta las virtudes que veía Shakespeare en su ejercicio. Como decía mi maestro William Layton, vuelve reflexión lo que estás viviendo, lo que estás haciendo”.
En este caso concreto, La amante inglesa es “una obra que habla de la conciencia, y también de la conciencia en la que vivimos. Ahí se produce un crimen, buscan una causa. Vivimos, en la realidad, la evidencia de muchas responsabilidades de las que nadie toma nota, por cuyas causas nadie pregunta. ¡Aquí solo dimite el Papa!”.
En La amante inglesa los hechos son palabras, los actores (Carrión, Gloria Muñoz, José Luis Torrijo) le dan encarnadura a esa conciencia. “Pero todo es palabra”. Carrión se reúne en un espacio, Vivero, con 40 actores o aspirantes a serlo, cada semana, “buscando entre todos el sentido de las palabras, para representar la realidad, para ser otros”. “El nuestro”, dice, “es un oficio, una artesanía, un arte sagrado, todo a la vez, todo junto. El teatro es crisis, es pelea, es contradicción. Y nos ha de hallar peleando, aun en esta crisis que nos está cansando a todos, hasta el punto de que algunos mueren por ella”.
Para llevar a cabo el oficio, “hay que leer; el actor que sabe leer sabe actuar”. A los 28 años se puso en el cuerpo del personaje principal deTío Vania, de Chejov; “ahí interpreté lo que me enseñaron maestros: Layton, Plaza, Strasberg, Taraborelli, Narros... Esa enseñanza era simplificar la relación con el autor y con el texto; ser tú mismo habiendo sido otro”.
El tiempo lo ha ido convirtiendo en ese actor que estos días se cambia de ropa, entra en un escenario, toca una silla de determinada manera y ya es otro. “Fíjate: en el estreno iba hacia el Matadero, en el taxi, y me fui fijando en el conductor, su manera de hablar, su ropa. Lo fui mirando. Y me dije: ¡Este es Pedro Lannes! El taxista fue mi inspiración, ahora allá arriba soy aquel taxista que me pareció que era Lannes”.
Él hace teatro mirando. “Es que en esencia lo que haces es el milagro de ser otro”. Esa vocación, encontrarse en otro, conduce su trabajo. “Y solo encuentro razones para seguir siendo actor”.
Cuando se va, con su sombrero negro, caminando por Recoletos, tiene aún los andares que se le recuerdan de cuando era un muchacho y bordó el Tío Vania en el teatro Marquina de Madrid, a dos pasos de donde lo hemos encontrado.

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