La actualidad de 'Muerte de un viajante'



Mike Nichols, uno de los mejores directores de escena de Estados Unidos, no podría haber encontrado un momento histórico más adecuado para el reestreno en el Ethel Barrymore Theater de Broadway (Nueva York) de Muerte de un viajante que este 2012 en el que los trabajadores de medio planeta son obligados a preguntarse dónde está su futuro. Hace 64 años que ese dramaturgo de mirada certera y pluma inmejorable llamado Arthur Miller escribió esa obra universal por la que ganó un premio Pulitzer y con la que obligó a sus contemporáneos a mirar de frente hacia la posibilidad de que el sueño americano no fuera más que eso, un sueño en el que quedan truncadas las vidas de la mayoría. Miller lo hizo con tal brutalidad pero a la vez con tal honestidad que aún hoy, el trágico final de Willy Loman, el protagonista, duele con la misma intensidad que en su primera puesta en escena, en 1949.
Es más, en la piel de ese actor de talento incuestionable llamado Philip Seymour Hoffman, resulta difícil olvidar el drama que vive Willy Loman incluso días después de haberle visto sobre un escenario desde el que emanan emociones e ideas tan dolorosamente cercanas a la actualidad que se pegan sin remedio a la piel del espectador.
De las diferentes representaciones que se han hecho en Broadway de esta difícil obra es muy posible que la que dirige el veterano Nichols, que actualmente está en preestrenos y levantará el telón oficialmente el 15 de marzo, figure entre las mejores. Y es que no sólo Hoffman es particularme brillante. El casting arropa con un puñado de buenos actores al protagonista en este viaje hacia un oscuro territorio que el autor nos anuncia en el mismísimo título de la obra. Está compuesto por nombres conocidos del teatro y la televisión como Linda Emond y por recién llegados como Andrew Garfield, el actor que interpretaba al socio traicionado de Michael Zuckerberg en La red social y que en su debú en Broadway mantiene el tipo con mucha dignidad como hijo conflictivo y rebelde frente a ese monstruo de la interpretación y maestro de los registros más sutiles que es Hoffman, ganador de un oscar por Capote, entre muchos otros premios.
Garfield interpreta a Biff Loman, uno de los dos hijos de Willy Loman, al que su padre más quería, el que tenía el futuro más prometedor de niño y sin embargo, el único que no consiguió ser nada en la vida. Pero también es el hijo que cuestiona todos los valores sociales y morales de un padre que en el invierno de la vida ha caído en una fuerte depresión y comienza a sentir la futilidad de un trabajo repetitivo que siempre alabó pero en el que en el fondo quizás no creyera, aunque le enseñaran a creer, con el que pensó que progresaría en la escala económica pero con el que apenas era capaz de pagar la hipoteca y que ahora, cuando su cuerpo empieza a fallarle, y tras años de fidelidad a la empresa, es despedido sin contemplaciones porque ya no produce como antes. Quien no vea las resonancias entre Loman y el trabajador griego, español o estadounidense, es que no lee los periódicos. "La obra es sobre la mortalidad y la posibilidad de dejar huella. Willy Loman está tratando de escribir su nombre en una tarta en un caluroso día de julio" dijo Arthur Miller con motivo de su estreno hace seis décadas.
Nichols, un director que gana un premio Tony cada vez que pone un pie en Broadway (los ha ganado por Descalzos en el parque, La extraña pareja y Spamalot entre otros) y que también es conocido por obras maestras del cine como El graduado, ha sido testigo de cómo pinchaba la última burbuja del sueño americano tras el estallido de la crisis hipotecaria, de cómo se levantaban las voces críticas de Ocupa Wall Street y de cómo esos gritos han generado docenas de estudios sobre la desigualdad económica de los estadounidenses, un debate que se ha trasladado a la escena política oficial en pleno año electoral. Y a veces, la grandiosidad de un director también reside en saber escoger la historia apropiada para el momento preciso. Muerte de un viajante está de actualidad, (desgraciadamente).
Font: Barbara Celis (www.elpais.com)

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