Variedades con lujos



Aunque sea una verdad a medias vergonzante, todavía hoy, en el siglo XXI, la danza española lucha consigo misma por quitarse una serie de latiguillos, sambenitos y prejuicios formales. Algunos son de cosecha propia; otros le vienen de fuera. Por un lado, se la asocia a lo vernáculo y al olé, lo que no es nada peyorativo, pero que para muchos pretendidos modernos eso quiere decir un pasado de naftalina y hasta con rancios efluvios de otra época.
El arte verdadero justifica su pervivencia por encima de esas adjetivaciones temporales, y quizás el baile español está hoy demasiado preocupado por no parecer una cosa del pasado, cuando, con toda probabilidad, en ese pasado y su repertorio esté su mejor esencia. Antonio Gades, un hombre fuera de toda duda desde lo ideológico hasta lo artístico, lo supo ver y usufructuar.
Esto viene a cuento por distintas vías tanto con Suite Sevilla como conÁngeles caídos, pues ambas padecen de la misma logorrea que las notas al programa. De tanto balbucir, tan poco discurso, tan poca chicha.
Una vez salieron en las películas de Wenders (Cielo sobre Berlín) y de Jarman (Caravaggio), las alas de buitre o de cisne pasaron a la escena del ballet. Las usaron Béjart, Flamand y Oller en España, y en todos hay la alusión a Ícaro o al ángel caído bíblico. En Jarman preconizan la tragedia del artista una vez las pintó sobre la turgente espalda de Cecco como Amor victorioso. Ahora aquí son de tela e imitan burdamente a Momix, al Circo del Sol y se quedan en un tejido de cabaret funcional con mucho gasto y pésimas luces de colorines.
Este misticismo de salón que acude a un neogótico barato da vergüenza ajena, lo mismo que cuando se lee un folleto de secta espiritualista con los rollos tan a la moda de la era de Acuario, los sucesivos fines del mundo y las visitas planetarias… o los ángeles vengadores, aunque aquí no se sabe si ganan los buenos o los malos, los de negro o los de blanco. Tampoco importa en tal confusión y ridículo.
Esencialmente efectista, esta obra no se sostiene, trata de llenar el ojo espectador a base de afectación impostada y grandilocuencia modernizante (que no moderna). Lejos están de casar adecuadamente la estética furera con el tacón y la vuelta quebrada o los giros, por muy virtuosos que se crean.
Con un gusto cercano al musical y a la revista de lujo, Suite Sevilla no posee la entidad y la coherencia de una obra de danza madura, no resiste ser analizada, desde la objetividad coréutica, como un todo, no encontramos ni un solo fragmento más o menos feliz y esporádico dentro de un conjunto que quiere ser de rompe y rasga y se queda en lo banal. A tenor de ser geométrico se torna mecanicista, de una plasticidad epidérmica y tópica que roza lo vulgar y la postal turística; es como si la danza española fuera solo presencia y volumen rítmico, lo que no es otra cosa que errar por principio. Najarro a veces imita a José Antonio en los movimientos de grupo, pero le falta articulación y recorrido, mesura en el canon; y le sobra gesticulación y rictus que alejan el gracejo. Ese es el mal del falso tipismo. Todo el vestuario de la velada es de un deplorable amateurismo. Ambas obras se soportan, aunque sin sosiego, por la buena calidad de los bailarines, que demuestran disciplina y se han adaptado a tantas quimeras. La música de las dos piezas es inaceptable en su mediocridad, y en la segunda, esto se agrava con orquestaciones tan pretenciosas como torpes.
Font: Roger Salas (www.elpais.com)

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