Baile de festivales



Fuente: Ignacio García May (elcultural.es)

La escena es más o menos así: empiezan las vacaciones y usted se dispone a disfrutarlas tumbado en su sofá, haciendo zapping con la mano derecha y practicando con la izquierda ese apasionante deporte, inequívocamente español, llamado frotamiento lento de barriga (todo lo cual confirma que no es cierto que los hombres no puedan hacer dos cosas a la vez). Entonces entra su pareja con una sonrisa inquietante y dice: “Adivina”, y usted no quiere adivinar porque ha encontrado un episodio de Mil maneras de morir que no había visto y le apetece comprobar cómo un tarado mental de Arkansas se taladra la cabeza con una pistola de clavos, pero ella se lo explica de todas formas: “¡He contratado unas vacaciones culturales!”. La cosa suena tan grotesca que, por un momento, se hace usted la ilusión de haber escuchado mal; pero no, ella se lo describe: alojamiento en una casita rural monísima sin tele ni internet y entradas para TODAS las funciones del festival de teatro clásico local. “Además”, dice, “lo vamos a pasar fenomenal porque mi hermana y su marido vienen también”. La hermana es profesora de Historia de la Imagen en la universidad y el marido, editor independiente de literatura finlandesa, así que para qué vamos a decir más...


Y, sin embargo, ¡no desespere, amigo! Porque como sabemos muy bien lo que se sufre con la cultura, queremos ayudarle explicándole, en unas breves lecciones, ¡¡¡TODO LO QUE NECESITA SABER PARA HACERSE PASAR POR CULTO EN UN FESTIVAL DE TEATRO CLÁSICO!!!



Primero: ¿qué es un clásico? Respuesta: cualquier obra en la que salgan griegos, romanos, gente discutiendo en verso o, en general, personajes que para hablar del tiempo necesitan un monólogo y dieciséis metáforas. Cuidado, nos referimos sólo al teatro. Las sesiones del Parlamento quedan excluidas de la definición.


Más allá de las fronteras


Segundo: ¿para qué sirve un clásico? La respuesta correcta a esta pregunta, que seguramente le formularán en un momento u otro, es “para hacer festivales con ellos”, pero usted no debe decir NUNCA esto. La gente del mundo de la cultura no suele tener sentido del humor y prefiere que le mientan, como Johnny Guitar. Así que usted responda siempre: “¡Los clásicos hablan de nuestro tiempo!”. Que, por cierto, no es el mismo tiempo del monólogo y las dieciséis metáforas (ahí nos referíamos al clima) sino una manera de decir que las obras son muy modernas. Que no lo son, porque son antiguas, pero esto no hace falta que usted lo entienda. Limítese a hacernos caso. Tercero: los autores. Cuando entre al teatro a ver la función le darán un papelito (se llama programa) donde aparecen el título de la obra y el nombre del autor. Por ejemplo: Medea, de Eurípides. En general, el primer nombre raro es el de la obra, el segundo, el del autor. Léalo por encima, cabecee y diga: “¡Hombre, Eurípides!”, como si supiera de lo que habla. Esto despertará una gran admiración hacia usted por parte de su cuñada. Es posible que después del nombre del autor ponga “versión de Fulano”. Si es así, añada: “¡Caramba! ¡Y en versión de Fulano!”. Su pareja se sentirá orgullosa de usted.



NOTA: No todos los autores se llaman Eurípides. Algunos se llaman Aristófanes o incluso Lope de Vega, dependiendo del tipo de festival en el que le hayan embarcado.



Cuarto: si le gusta la obra, cosa que a veces sucede, diga, a la salida, en voz lo suficientemente alta para que todos le escuchen: “¡Ah, Eurípides!” (o el que sea) y no añada más, como si le faltaran las palabras por la emoción. Si no le gusta la obra, lo cual sucede también, y más a menudo, puede usted decir: “Es que yo no soy muy de Eurípides; prefiero a Epaminondas”. Por cierto que este tío nunca escribió teatro, pero eso sus acompañantes probablemente no lo sepan, y se quedarán embelesados pensando que usted sólo lee autores de culto. Advierta que si el festival no es de griegos y romanos, sino del Siglo de Oro, en vez de Epaminondas debe usted decir Bances Candamo. Éste sí que escribió teatro, pero no le conoce ni su padre. No es de fiar: escribió una obra que se llama La restauración de Buda y resulta que no salen chinos gordos, sino que se refiere a Budapest. Si a pesar de su demostrado conocimiento de los autores más exquisitos el pelma del cuñado se empeña en preguntarle por qué no le ha gustado la obra, le recomendamos una estrategia definitiva. Diga, MUY lentamente: “La dramaturgia está malograda”. Deje pasar un par de segundos para comprobar la estupefacción de sus oyentes y continúe: “El director no ha comprendido el sentido de la fábula de modo que ha aplicado un código actancial erróneo que afecta a la gramática textual y a las articulaciones del relato. La segmentación narrativa deshace los límites genéricos”. En ese instante los tendrá usted en el bolsillo, completamente atónitos. Deje pasar otro par de segundos y remátelo de este modo: “En cuanto a la proxémica... mejor no decir nada, porque no merece la pena”. ¡Brutal! Sí, ya sabemos que esto hay que memorizarlo y cuesta, pero habrá usted triunfado.



Quinto: si además de teatro le obligan a usted a ir a un espectáculo de danza o a algún concierto de música barroca (y esto roza la crueldad mental pero también pasa en estos festivales) limítese a cerrar los ojos y mueva la mano suavemente, como si estuviera usted dirigiendo a los músicos. Lo difícil aquí es no dormirse, pero si lo consigue le garantizamos que, cuando vuelva esa noche a la casita rural, su pareja le dará muchos, muchos mimos.

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