Reflexiones en torno a un huevo
Fuente: Sílvia Hernando (www.elpais.com)
Al huevo se le han encontrado ya infinidad de utilidades: como ingrediente para una tortilla, como arma arrojadiza, como maqueta del mundo… La compañía La Bipolar, compuesta por Cecilia Freire y Jesús Caba, le ha sacado una nueva: en su obra Huevo, es símbolo de la descendencia, metáfora de la carga que puede suponer tener hijos. Escrita por ellos mismos, que también la interpretan, y arreglada y dirigida por Íñigo Guardamino, la función, que se representa en la Sala Mirador del Centro de Nuevos Creadores de Madrid hasta el 30 de septiembre, surgió como una respuesta a “los claroscuros” de una profesión cada vez más denostada, donde, hoy por hoy, “es difícil encontrar el papel que quieres hacer, los compañeros adecuados o el texto que te interesa”, explica Caba.
Desde que tomaron la decisión de liarse la manta a la cabeza y formar su nueva compañía hasta hoy ha pasado un año y medio, y dos compañeros que se apuntaron al proyecto se han quedado en el camino. Poco a poco, ambos actores, con experiencia también el cine y la televisión (Freire ha trabajado, por ejemplo, en la serie Física o Química y en películas como Mortadelo y Filemón: Misión salvar la Tierra, y Caba en Amar en tiempos revueltos u 8 citas, donde ambos coincidieron, aunque ya se conocían desde los 14 años, cuando estudiaban en las escuela de Cristina Rota), han ido deshaciéndose de los lastres para seguir una vocación: “Queríamos hacer el teatro que queremos ver”, señala Freire. “Que no sea panfletudo, que conecte, que sea diferente”.
Y qué mejor enlace con el público que una idea común y universal: la del legado moral y ético que se transmite de padres a hijos. “Educar es muy complejo, y nosotros hablamos de esos aciertos y errores, de cómo te pareces a tus padres más de lo que crees”, indica Freire. Ante la reacción de muchas parejas que se plantean procrear casi por “aburrimiento”, o como salida hacia una potencial mejor relación, ellos aportan una reflexión sobre el cambio de rol de hijos a padres, sobre el miedo, la insatisfacción, el vacío y los sueños de “una generación perdida”, una hornada de ciudadanos que crecieron, crecimos, con una quimera por futuro. El mensaje, en ningún caso aleccionador, sino simplemente portador de preguntas, parte de un texto cargado de matices y símbolos. El principal, claro, es un enorme huevo de atrezo que, junto a los dos intérpretes, que realizan varios papeles cada uno, acompañados también de voces en off, conforma el grueso de la puesta en escena.
“El huevo es muy grande, pero en realidad representa un vacío, una ausencia”. La necesidad casi impuesta por las circunstancias de formar su propia compañía no ha quebrado el espíritu ni las ganas de hacer de los artistas. “Las cosas están muy mal, se están haciendo muy mal, pero no podemos quedarnos en casa esperando a que suene el teléfono”, dice Freire. “La autocompasión no es una opción. Gracias a esta experiencia que, aseguran, tendrá continuidad con una segunda obra, han podido aprender más sobre los entresijos de la profesión más allá de las tablas. “Hacemos lo que hacían los actores de antes: hacemos de escenógrafo, cargamos y descargamos… y eso hace que sientas que este trabajo es más tuyo”.
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