Viaje de ida y vuelta a la piel del actor




Diecisiete mujeres y siete hombres están sentados en el suelo de un escenario oscuro. Algunos, la mayoría, están descalzos. Han formado un círculo grande para poder mirarse entre todos. Es lunes y fuera, en la calle, ya ha caído la noche y está lloviendo. En el círculo, hay una mujer vestida de negro, activa, resuelta, simpática, que va animando al resto del grupo a realizar las actividades programadas ese día. Es la actriz Lidia Otón, la responsable de este nuevo taller que se ha estrenado en el teatro de la Abadía y que está dirigido a amantes de la escena, a ese público que quiere conocer el trabajo de los actores sobre un escenario.
De las 80 solicitudes recibidas, el teatro ha elegido a 25 personas, de entre los 20 y los 69 años. Hay de todo, economistas, abogados, un magistrado, un veterinario, una funcionaria, algunos estudiantes y también jubilados. Todos los lunes y durante un trimestre, el grupo asiste a una experiencia de lo más atractiva para los amantes del teatro. Espectadores en acción, así se llama el taller. Y busca, en palabras de Otón, "acercar al público al trabajo de los actores, dándoles las claves necesarias para que, cuando se sienten en la butaca, tengan un mejor conocimiento de ese trabajo, de esa experiencia de los intérpretes que es crear a través del cuerpo y la palabra".
Es difícil saber quién está más ilusionado. Para Otón, con gran experiencia en ensayos enfocados al trabajo teatral, es la primera vez que se enfrenta a unos alumnos que no tienen expectativas de resultados tangibles. Se la ve encantada. "No son ensayos, no pensamos en funciones concretas. Son sesiones de trabajo de grupo en el que aúnas energías y las localizas para que vayan en la misma dirección".
Y empiezan los ejercicios sensoriales. Después de un primer contacto con la lectura al azar de poemas y de textos elegidos por los alumnos -"cerrad los ojos y escuchad, buscad lo que os evoque la lectura, un perfume, una imagen, un color, música, un personaje, cualquier cosa, sin tensiones"- empieza el entrenamiento más físico. Todos de pie caminando por el escenario, cada vez más deprisa, sin mirar al suelo, en diferentes direcciones, acelerando, llevando todos el mismo ritmo, sin chocarse, conectándose con el resto. O instantes más tarde, con los ojos cerrados, intentando escuchar en silencio la energía del grupo.
Diego Arroyare, veterinario colombiano de 51 años, se ha encontrado con la grata sorpresa de un encuentro espiritual recíproco y divertido, mientras que Lola López, abogada de 66 años, se siente feliz cuando la animan a bailar e improvisar, cuando le piden que juegue, que se convierta en una niña. Es raro que alguno falte a esta cita semanal. Carmen Colio, economista de 55 años, busca estrechar lazos con La Abadía, un lugar de culto para ella, y Teresa Delgado, funcionaria de 49 años, se mueve con la curiosidad de conocer lo que esconde el teatro. Muy escéptica al principio, Delgado ha encontrado incluso aplicaciones cotidianas a ese esfuerzo mental que le exigen las dos horas del taller. "Ahora subo y bajo las escaleras del metro como nunca. He aprendido a llenarme de energía y tener una actitud diferente en la vida".
Algún lunes tienen la suerte, dicen ellos, de que el director de La Abadía, José Luis Gómez, les hable de su experiencia. Todo un lujo. Hoy, Gómez, abrumado por su candidatura a la Real Academia de la Lengua y la preparación de su próxima obra, se ha acercado pero solo a disfrutar desde lejos. "El teatro está más cerca de la poesía que de la narrativa porque hay un elemento de espacio físico que conforma una calidad especial", explica. "Nuestro objetivo es que el espectador conozca el proceso del actor en el que se funde la palabra y el cuerpo, la experiencia de ese espacio físico que implica la actuación".
Fuente: Rocío García (www.elpais.com)

No hay comentarios:

Publicar un comentario