El hermoso riesgo de volver sobre Tennessee Williams
Mario Gas y cuatro de sus actores, Vicky Peña, Roberto Álamo, Ariadna Gil y Alex Casanovas, hablaron estos días de un proyecto que encierra no solo una de las obras más espléndidas del siglo XX, sino también de las que más honda muesca ha mellado en el imaginario colectivo y en la cultura popular. De su inmenso poder iconográfico se deriva un alto riesgo de estrellarse contra el muro de la irrelevancia. "Ante tal contundencia, tanto la posibilidad del descalabro como la belleza, son fuerzas tan atractivas que es imposible sustraerse a ellas", señala Gas, poco amigo de aceptar proyectos que no emanen del Teatro Español de Madrid, centro que dirige desde hace siete años.
Quizá para protegerse, Gas pide a sus espectadores un esfuerzo por acudir a la sala libres de prejuicios. Solo así, sin el peso de la iconografía, se entenderá este espectáculo impulsado por el productor Juanjo Seoane. Este llevaba años buscando una Blanche du Bois, protagonista de la obra. Solo cuando la vio en Vicky Peña se lanzó al proyecto y rescató la versión que hace más de un lustro encargó al dramaturgo José Luis Miranda.
Para Roberto Álamo queda al menos el consuelo de que los espectadores menores de 30 años, que no tienen grabada en su retina la camiseta sudada en el rotundo cuerpo de Marlon Brando, quizá descubran el arquetipo de Stanley Kowalski en sus carnes. Como ha estado representando Urtain con Animalario en los últimos años y dándole al gimnasio cinco horas diarias, aún tiene un cuerpo merecedor del personaje. Completan el elenco Alex Casanovas (Mitch) y Ariadna Gil (Stella).
Para Gas, las obras de Williams tienen en común frustraciones, ansias de vivir y de libertad, sueños y personajes que perturban, muchos de ellos trasuntos de su hermana Rose, a la que adoraba y a quien una lobotomía dejó mentalmente inútil. En este montaje se ha rodeado de su habitual equipo. Todos hablan de un texto que traspasa épocas, fronteras e idiomas, al igual que Williams. Aquel tipo que dejó dicho en sus memorias: "Descubrí que la escritura es la mejor evasión de la realidad del mundo en que vivimos". Una escritura en la que se refugió a partir de los 11 años, cuando su madre le regaló su primera máquina de escribir.
Fuente: Rosana Torres (www.elpais.com)
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