Chejov+Lynch=Friel

En el drama construido a base de monólogos 'El fantástico Francis Hardy, curandero', representado en el Teatro Guindalera, hay tres o cuatro sucesos sobre los que se vuelve una y otra vez. La memoria, tan poco metódica, no acierta a desbrozarlos del todo de su misterio. Esta obra, del escritor teatral Brian Friel (1929), fue representada por vez primera en 1979 en Broadway, con James Mason de protagonista. Una elección extraña: un viejo Mason haciendo del curandero Hardy. Hacen falta unos brazos largos efectistas y unas amplias palmas sanadoras, como las del actor Bruno Lastra, para contar ciertos acontecimientos. Milagros, acaso. Un elemento (el milagro, si no misterio) caro al irlandés Friel, célebre en el ancho mundo anglosajón pero desconocido entre nosotros.

Juan Pastor, que dirige Guindalera, referencia del teatro independiente de Madrid y a flote con un nuevo sistema de micromecenazgo, nos explica: "Es el cuarto montaje sobre una obra de Brian Friel que abordo. Soy un enamorado de sus textos. Sus temas más recurrentes me interesan mucho: la identidad personal, la naturaleza subjetiva de la verdad tan condicionada por la percepción y el recuerdo, la comunicación, etcétera... Me atrapa la forma de retratar la naturaleza humana, se le compara con Chejov, de cuya obra, por otro lado, es un gran conocedor". En El juego de Yalta, representado igualmente en Guindalera, teníamos un versión escénica de un relato del ruso, con sus burgueses aburridos. Friel ha trabajado con textos de Chejov o de Ibsen, pero su obra (como la de otros grandes de su generación como Seamus Heaney o William Trevor) se amarra inevitablemente en la Irlanda del siglo XX: donde lo antiguo (una balada, por ejemplo) es más antiguo que la antigüedad, y el cielo más lluvioso y gris que un domingo lluvioso. Su coral Bailando en Lughnasa es uno de los más memorables retratos de tan literaria nación (o pueblo o isla).
Considera el crítico y dramaturgo Ignacio García May: "Friel experimenta con el texto, con la idea de la oralidad, y conserva el gusto por narrar historias. Eso hace que lo experimental no sea evidente. La estructura en monólogos complementarios y laberínticos de El fantástico Francis Hardy, curandero, por ejemplo, debe mucho a la pasión de los irlandeses por contar historias que se alargan y se alargan hasta casi perder su sentido original. Supongo que al no ser Friel "experimental", en el sentido tópico, y no ser tampoco 'convencionalmente textual' eso ha hecho que quedara un poco en segunda fila".
Los sucesos, nunca del todo asidos, nunca del todo desnudos en una densa trama textual. Los monólogos, acumulación de palabras, con alguna balada que nos coloca siempre Juan Pastor en sus versiones... La obra hoy en cartelera recuerda en este aspecto al trío de Molly Sweeney, que vimos con los brillantes José Maya, Raúl Fernández y la bella María Pastor. No sabemos si avanzamos hacia adelante o hacia atrás. En El curandero (título original) hacemos un alto en el camino y vemos fantasmas, cuando ya no hay absolutamente nada que redimir. Al final, Felipe Andrés, que encarna al patán manager de Hardy, puede incluso ser el protagonista. Continúa May: "Hay un malentendido con Friel. Él es un autor experimental. Lo que sucede es que este término se sigue utilizando aquí, exclusivamente, para calificar esos espectáculos en los que se arrojan huevos al público o no se entiende nada de lo que está pasando. La idea de que la experimentación no vaya disociada de la comunicación le resulta extraña a nuestros 'modernos', que en esto, como en casi todo, son en realidad unos antiguos".
En páginas de este periódico, Javier Villán, crítico teatral, ha escrito: "María Pastor crea un ambiente turbador y, en su aparente fragilidad, semeja a una Anna Magnani desgarrada y rota". Puede ser, pero la Magnani nunca estuvo tan pálida. La vemos demacrada en un pisejo de Londres: esta pequeña sala teatral tan pronto es una verde colina como una covacha. Después, vestida de rojo, en una proyección mental del viejo manager, con luz azul y su marido el curandero (de pronto, una pareja distinguida), se diría que María Pastor, rubia, lívida, detenida, es una sonámbula esfinge de Lynch (como ésta, otras esfinges imprevisibles de Lynch se ponen a cantar). ¡Pero qué lejos queda 'Twin Peaks' de la Irlanda rural!
Hay que reconducirse (parecemos un monólogo de Friel). Nos habla, de nuevo, Juan Pastor: "Teatralmente nuestro país no es un ejemplo a tener en cuenta. Nuestra cultura teatral deja mucho que desear, aunque aparentemente en este momento haya como un renacimiento. Musicales, éxitos comerciales de otros países, comedias ‘graciosísimas’, espectáculos con grandes efectos teatrales, nuevos espacios novedosos, salas alternativas que se abren aunque no tarden en cerrar... Sin embargo un autor como Brian Friel que es valoradísimo en el mundo entero, aquí era un completo desconocido. No es que nuestro país esté cerrado al exterior, es que prima lo banal, lo grosero y lo superficial. Pero tengo esperanzas que las cosas cambien por el esfuerzo de mucha gente y también ¿por qué no?". Como puede que pase mucho hasta que se le empiece a editar y a traducir a Brian Fiel, vayan a ver este teatro de nuevo cuño empresarial (al experimento escénico, sumamos este otro). A ver si aciertan a vislumbrar el cogollo del cogollo de estos largos, especiados, sentimentales y circulares relatos. El corazón del agravio, la esperanza o alguna peregrina intuición (¿qué tiene esto que ver con eso de anécdota con que 'los modernos' construyen su presunción de novedad?). Es decir: ¿curó realmente Hardy/Lastra el dedo torcido de un tipo en una taberna, una tarde cualquiera, con solo tocarlo?
Fuente: Álvaro Cortina (www.elmundo.es)

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