"Los teatros públicos hacen lo que les da la gana"



Una charla con Juan Carlos Pérez de la Fuente se asemeja bastante a seguir las órdenes del desbocado James Cagney de Uno, dos, tres: más vale que estés atento a su verborreico torrente de creatividad o puedes acabar mareado.
A pesar de ser un director consagrado gracias a montajes míticos como su  Carta de amor (como un suplicio chino) de Arrabal, sus energías le han llevado también a embarcarse en insólitos proyectos como montar el mes pasado una pequeña pieza en 'Microteatro por dinero', un singular espacio escénico ubicado en lo que fue una carnicería madrileña. "Había gente que alucinaba al verme allí con una escoba, pero es que yo en el Centro Dramático Nacional también cogía la escoba", explica quien comandara durante ocho años la institución.
Ahora está inmerso en la preparación de Orquesta de señoritas, el clásico de Jean Anouilh que servirá de una manera totalmente novedosa: a ritmo de cuplé e interpretado, exclusivamente por un reparto masculino. "Los vamos a vestir con figurines de Álvaro Retana. Ya han llegado las pruebas de lencería y va a ser una barbaridad...". Emilio Gaviria o un resucitado Juan Carlos Naya estarán en el elenco que encabezará un popular nombre que dará mucho que hablar...
Enfrascado en una exhaustiva labor de documentación que le lleva a escuchar picantes cuplés como 'La vaselina' o 'Cocaína en flor' (mejor no comentar sus letras), el director ha ideado unos decorados absolutamente ecológicos para reflejar el Madrid lumpen de los años 20, donde ha trasladado la acción. "Quiero recuperar una época en la que París y Madrid se miraban la una a la otra. Luego Nueva York se lo llevó todo pero bueno... Ahora que tanto se habla de travestismo, no es un fenómeno nuevo para nada. Ya lo había en este tiempo en que Madrid estaba lleno de garitos canallas en los que abundaba la prostitución".
Además de este proyecto, el próximo miércoles 18, Pérez de la Fuente estrenará en los madrileños Teatros del Canal El tiempo y los Conway, de J.B. Priestley. Un autor cuya voz era más conocida durante la segunda guerra mundial que la de Winston Churchill gracias a sus narraciones radiofónicas pero que en España se representa poco. "Bueno, es queaquí es desconocido hasta Calderón de la Barca. Aún tengo que escuchar a gente de la calle decir que han visto La vida en sueño. Eso significa que España no ha conseguido crear su propio repertorio, porque un repertorio es algo vivo que está en la calle y en la gente".
Respecto a esta cuestión, al autor no le importa meterse en jardines: "Creo que en España nos cuesta mucho hacer este repertorio porque eso se hace siendo constantes, generación tras generación. Así podríamos hacer un balance y decir hemos visto X propuestas de Bernarda Alba, Y de Historia de una escalera... Pero aquí en vamos a trompicones. Fíjate en lo que ha ocurrido con Antonio Buero Vallejo. No hemos vuelto a ver nada desde hace años de un autor que es el más importante de nuestra segunda mitad del siglo XX. Lo que ocurre es que los teatros públicos hacen lo que les da la gana y se olvidan de sus esencias fundacionales".
Y añade: "¿Debe haber teatros públicos? Sí, sí y tres veces sí". Pero no están para traer Follies-Bergé como hace Mario Gas con el Teatro Español, lo siento mucho. Esos teatros tienen una responsabilidad que es cuidar, vigilar y mimar nuestra dramaturgia. Pero pasan olímpicamente, le ha ocurrido a Gerardo Vera y le sigue pasa a Mario Gas".
Quizás este sentido de la resposabilidad sea lo que le ha empujado a montar El tiempo y los Conway, en el que brilla en el papel de matriarca frívola y exquisita, Luisa Martín. "La obra plantea una pregunta fundamental: ¿qué tipo de responsabilidad tenemos en este mundo tan loco que hemos hecho? Yo estoy harto de oír que la culpa la tiene el chachachá o el de enfrente. No nos miramos al espejo y reconocemos: 'Yo también tengo la culpa de esto'."
Así los espectadores asisten a un prodigio de carpintería teatral en el que ven cómo a lo largo de 20 años las esperanzas y risas de una adinerada familia se convierten en miseria y amargura. Saltos en el tiempo que Juan Carlos Pérez de la Fuente es capaz de resolver en 50 segundos ("lo tengo cronometrado", dice) y que bien podrían ser una métafora de un país como el nuestro.
Fuente: José Luis Romo (www.elmundo.es)

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