Concha Velasco: "A mis 73 años, nadie me habla en casa. Me paso el día estudiando"



Fuente: Liz Perales (elcultural.es)

Concha Velasco (Valladolid, 1939) ensaya estos días Hécuba o los despojos de la guerra, su nuevo espectáculo, en el que viste la máscara de la tragedia griega, género que por extraño que parezca en su larga carrera nunca antes había hecho. Pero también es chocante que una de las actrices más populares de ayer y hoy no hubiera actuado en el Teatro Romano de Mérida hasta el pasado año. Como era de esperar, sucumbió a la magia del lugar pero no quedó satisfecha con el papelito que le tocó interpretar entonces. Y convenció a Jesús Cimarro, director del certamen desde el año pasado, para volver este verano pero a lo grande, como a ella le gusta, con una tragedia a su medida, hecha con los mimbres adecuados: José Carlos Plaza en la dirección y Juan Mayorga como autor de la versión, un tándem ya habitual en las producciones de Cimarro para el festival extremeño.

La perseverancia se cuenta entre las virtudes de la Velasco. Cuando quiere algo, lo persigue insistentemente. Las más de las veces lo consigue, pero no siempre. Por todos es sabido cómo “sedujo” a Luis García Berlanga para trabajar con él casi al final de su carrera (París-Tombuctú). También fue al encuentro de José María Pou y, tras un primer trabajo (La vida por delante), el director catalán decidió hacerle un espectáculo biográfico: Yo lo que quiero es bailar. No hay que tirarle de la lengua. Ella misma confiesa que Alejandro Amenábar le dio calabazas: “Me cuesta mucho que los directores crean en mí”, cuenta a El Cultural en la vorágine de los ensayos de la obra deEurípides. “Pero en el teatro, todos los que han trabajado conmigo han repetido porque yo les amo si me aman”. Y hace memoria de cómo Adolfo Marsillach acabó escribiéndole una obra después de haber trabajado juntos en tres producciones, una de las cuales, Yo me bajo en la próxima ¿y usted?, cosechó un enorme éxito. 

La llamada de galdós


Su prolífica carrera, con un centenar de películas y numerosísimas obras y musicales, le ha permitido trabajar con directores buenos, malos y regulares. Pero si hay que señalar al que cambió el signo de su trayectoria cinematográfica, ése es Pedro Olea, que fue quien le encomendó el personaje de Ro- salía de Bringas en Tormento (1974), basada en la obra de Galdós. Concha Velasco ofreció entonces una de las mejores composiciones de la codicia y la envidia que ha registrado el celuloide y demostró su versatilidad interpretativa: a sus numerosos trabajos como artista de revista musical y de cómica sumó entonces sus cualidades para los papeles dramáticos.

En Yo lo que quiero es bailar la actriz hablaba con mucha guasa de la preparación de un actor y hacía un guiño al “método” cuando comentaba sobre el escenario que el suyo era otro, uno que ella misma había bautizado como “staniswhisky”. 

Concha Velasco tuvo una sólida formación como bailarina, pero en contra de lo que muchos creen, no es para nada una actriz autodidacta: “Siempre digo las cosas que me conviene decir en cada momento. A veces digo que uso el método staniswhisky o que soy autodidacta, pero no es verdad. Desde los diez años siempre he estudiado con directores y profesores. El maestro William Layton me situaba en un segundo plano porque consideraba que no debía estar en primera fila, a pesar de que ya entonces era una estrella del cine. Mis profesores han sido todos los directores con los que he ido trabajando. Y, créame, lo he hecho con lo mejorcito que tenemos en España”.

Con José Carlos Plaza será la cuarta vez que coincida. Juntos han levantado producciones exitosas (como Carmen, Carmen y La rosa tatuada), pero también fueron responsables de la ruinosa Hello Dolly, que la actriz se empeñó en producir con el que entonces era su marido, Paco Marsó, fallecido en 2005. Al final, acabaron perdiendo buena parte de su patrimonio. 

Es preciso subrayar que Concha Velasco pertenece a la estirpe de artistas-empresarias. Quizá porque se forjó en la época en que las compañías estaban capitaneadas por una actriz o un actor de fama, que eran los que al final producían sus propias obras. Aquel modelo siguió siendo explotado por algunos incluso cuando el teatro ya se había convertido en un negocio financiado casi exclusivamente por los poderes públicos.

Así se entiende que, siempre instalada en el teatro comercial, Concha Velasco nunca haya trabajado en el teatro público: “No me llamaban porque debían de pensar que no podrían hacer frente a mi caché”. Lo que explica también por qué ha tardado tanto en llegar a Mérida: “El año pasado, cuando colaboré enHélade, fue para mí como una droga, tuve la sensación de volver a los comienzos de mi carrera, cuando me decía eso de. ‘Yo quiero ser actriz'. Entonces Cimarro me emplazó para hacer Hécuba, la obra entera, con coro y todo. Es la gran tragedia de las tragedias y nunca antes se ha llevado completa a escena en España”.

Apasionada de su trabajo, dice que Hécuba ha entrado en su vida como un fantasma, se ha apoderado de ella y está tomando una dimensión inesperada en su rutina: “Me atrevería a decir que es el personaje más importante que he interpretado en mi carrera después de Teresa de Jesús. Y, al mismo tiempo, el que más huella me está dejando personalmente”. 

La palabra justa


En la obra, Eurípides cuenta el trágico destino de las troyanas que acompañan al ejército griego vencedor tras la caída de Troya. Con ellas viaja Hécuba como esclava. Cuando llega a Tracia, a donde había enviado a su hijo Polidoro para salvarle de la guerra, descubre que el rey Poliméstor le ha dado muerte. Hécuba jura vengarse de él y, como dice Juan Mayorga en su versión del texto, no vacilará en erigirse a un tiempo en acusador, juez y verdugo.

El texto es endiablado, según cuenta la propia Concha Velasco, que lleva semanas entregada a su estudio y memorización: “El lenguaje de Eurípides es riquísimo y difícil de estudiar, me exige mucha concentración, y eso que Mayorga lo ha actualizado. A mis 73 años, en casa no me habla nadie porque me paso el día estudiando. Se trata de un monólogo coreado. Es ella sufriendo, ella magnífica siempre, dando la palabra justa. Esta tragedia de Eurípides ha inspirado otras posteriores, como Hamlet. Es con más derecho que cualquier otra jamás escrita la tragedia de la venganza”.

Llama la atención de una artista como la Velasco que jamás, en su larga trayectoria artística, haya estado ausente de los focos ni de los escenarios. No ha estado desaparecida ni en largo ni en cortos períodos, como le ocurre a tantos actores en una profesión tan inestable. No conoce la pausa, siempre está haciendo una película, una serie o un programa de televisión, o de gira con una obra de teatro. El paso del tiempo tampoco le ha afectado en este sentido: fue popular ayer y lo es hoy. Bien merecida tiene la Medalla al Mérito al Trabajo. Pero es que, además, ha desafiado a los que mantienen que cuando se hace televisión no se debe hacer teatro, pues el público se cansa de ti. No le teme a la sobreexposición: “Antonio Gala me advertía de eso, pero yo creo que son pamplinas. El público ve lo que quiere ver”.

La naturalidad y la sensatez con la que airea sus intimidades familiares y sentimentales en el papel cuché da la medida de cómo no distingue su vida profesional de su vida privada. Y es así, porque así son sus prioridades: “Yo soy vocacional, no soy una actriz por casualidad, no querría ser otra cosa en la vida. He querido ser madre, y lo he sido. Abuela, y lo he sido. He amado a los hombres que he querido, pero mi vocación es tan grande que no ha habido nadie que se haya interpuesto en mi camino. No trabajo por dinero, aunque de algo tengo que vivir, claro. Desde niña he querido ser actriz”. Y sentencia: “Yo soy una cómica, pero la gente que así nos considera no sabe lo que significa esta palabra. Porque yo no soy una cuentachistes, ni una humorista, soy una cómica como lo era Fernando Fernán Gómez”. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario