Aviñón, gran teatro del mundo
Fuente: Álex Vicente (elpais.com) | Foto: Anne-Christine Poujoulat (AFP)
Para entender en qué consiste Aviñón, basta con presenciar dos escenas distintas. Una es diurna y la otra, nocturna. La primera exige instalarse en un punto estratégico de la Rue de la République, que une la muralla de la ciudad con el Palacio Papal, para ver pasar a las decenas de compañías que aspiran a seducir al transeúnte, espectador potencial de las cerca de 1.500 obras que Aviñón propone hasta el 25 de julio. Se enfrentan así a un rito iniciático para todo actor francés: quemarse bajo el sol —la ciudad presume de tener más de 300 días soleados al año— repartiendo octavillas y enunciando sus eslóganes a grito pelado por calles, plazas, restaurantes, claustros y capillas, esperando ser descubiertos por alguno de los programadores que barren la ciudad en busca de un diamante en bruto al que poder pulir. El programa es de calidad variable —seamos educados— y cubre un amplísimo espectro, de una versión de Las preciosas ridículas en el París actual hasta una adaptación de Los Miserablescon marionetas. “¡Una comedia musical para un solo intérprete!”, vociferan unos. “¡Una adaptación de Sartre en el espacio exterior!”, responden los demás.
La segunda escena acontece algunas horas más tarde, pasada la medianoche, en el llamado bar del in. Allí, las compañías que conforman la programación oficial —responsables de las 39 obras que pretenden condensar lo mejor del teatro y la danza de nuestros días— se dan cita al terminar sus respectivos espectáculos. La entrada a este patio arbolado es con invitación. Suele reunir a algunas de las compañías más reputadas de toda Europa, compartiendo botellas de vino y pintas de cerveza en escasos metros cuadrados, satisfechos por el aplauso recibido o digiriendo todavía el abucheo escuchado, pero siempre conscientes de haber alcanzado una cima en su carrera: presentar una obra en el mayor festival teatral del mundo, con el permiso de su archienemiga Edimburgo. Allí se encuentran, por ejemplo, los actores del genio polaco Krystian Lupa, que triunfa estos días con su enésima adaptación de su admirado Thomas Bernhard, Wycinka Hölzfallen, ácido retrato de los círculos intelectuales vieneses que el director ha convertido en un feroz alegato de cuatro horas y media en favor del poder insobornable del arte. Algo más allá, se vislumbra al joven director franconoruego Jonathan Châtel, que adapta a August Strindberg en Andreas, atravesada por la crisis de fe del dramaturgo sueco y convertida ya en otra de las revelaciones de un festival que, en el pasado, ha encumbrado a nombres como Jeanne Moureau, María Casares, Philippe Noiret, Robert Wilson, Peter Brook, Merce Cunningham o Pina Bausch.
Estos dos colectivos representan a las dos esferas que contiene Aviñón, donde el teatro popular convive con el culto, pero no frecuenta los mismos lugares. Aquí, el teatro es un gesto poético —y, a menudo, también político, vista la historia del certamen—, pero también alimento para la industria del espectáculo, que ve en Aviñón un fructuoso mercado anual. “Aviñón es la fiesta de la inteligencia y de la conciencia”, resume su director, el poeta y dramaturgo Olivier Py, personaje fundamental del teatro francés de las últimas décadas, que se enfrenta a su segunda edición al frente del certamen. Sobre el papel, tendría que ser más tranquila que la primera, cuando la aguerrida huelga de los trabajadores eventuales logró suspender la inauguración. “¿Tranquila? Aviñón nunca es un lugar tranquilo. Las obras se encargarán de crear alboroto”, desmiente el director.
Su pronóstico quedó validado desde el día de la apertura, a cargo del mismo Py, que resucitó a El rey Lear con división de opiniones en el patio de honor de la antigua residencia papal, grandilocuente recordatorio de los tiempos en que Aviñón fue capital del mundo cristiano y centro neurálgico del certamen desde su creación en 1947. Sesenta y nueve ediciones atrás, su impulsor fue un joven actor y director teatral llamado Jean Vilar, decidido a despertar la vida cultural en la ciudad y a recomponer así la cohesión social que la guerra había hecho añicos. Vilar fue un gran renovador de la anquilosada escena francesa, partidario de un teatro intelectualmente elevado pero apto para el gran público, que decidió desempolvar los textos clásicos favoreciendo lecturas compatibles con las preocupaciones de su tiempo. Py, a quien le gusta presentarse como hijo espiritual de Vilar, apuesta por esa misma aproximación al ejercicio teatral. “Un festival no es solo una lista de espectáculos, sino un acontecimiento político. Es el lugar donde la cultura toma la palabra y dice lo que piensa sobre el estado del mundo”, reza el director.
Por la ciudad provenzal tendrían que pasar este mes hasta un millón de espectadores, lo que convierte esta cita en principal motor de la economía local. “La cultura ha sido el petróleo de esta región”, afirmó en su día Alain Crombecque, que comandó Aviñón durante los ochenta. En la edición de 2014, hubo 108.000 en el in y unos 750.000 en el off, por un total de 1,3 millones de entradas en tres semanas, que generaron beneficios de 22,9 millones de euros en la ciudad, y entre 40 y 45 millones en todo el departamento, según datos de la Cámara de Comercio. En 2015, el presupuesto del certamen es de 13,3 millones de euros (a título comparativo, el Festival de Mérida cuenta con 3,5 millones de presupuesto). La dotación, financiada al 52% por el Estado y las instituciones locales —el resto procede de los recursos propios del certamen—, se encuentra este año a la baja, lo que ha obligado a reducir la duración en dos días menos. “Un error estratégico, político y económico”, según Py.
Pero la importancia de la cita en el paisaje cultural francés sigue dando fe de la importancia que los autóctonos otorgan a la creación artística. El presidente François Hollande acudirá el viernes a Aviñón para inaugurar una exposición dedicada a otro de los hijos pródigos del certamen, el desaparecido Patrice Chéreau.
“Aviñón no es la Europa de los bancos”
Desde que Olivier Py tomó el control de este certamen dejó clara su voluntad de explorar el teatro de la cuenca mediterránea y los países árabes. "El año pasado invitamos a Grecia y este año nos hemos centrado en Portugal. Tenemos que abrirnos a esos países, aunque sea más fácil seguir programando solo a compañías de Berlín y Ámsterdam", ironiza el director del festival, en referencia a la habitual preferencia de los certámenes por esas ciudades. "Aviñón debe tomar conciencia de la Europa del sur, que es la Europa de la cultura, y no solo centrarse en la del Norte, que es la de los bancos. Una Europa sin Grecia no es Europa", sentencia Py.
Sin embargo, el programa también abarca otras esferas. Hasta tres espectáculos -el Rey Lear del mismo Py, pero también el Ricardo III de Thomas Ostermeier, estrenado anoche en la Ópera de Aviñón, y una adaptación minimalista de Antonio y Cleopatra por Tiago Rodrigues, nuevo director del Teatro Nacional de Lisboa- reexaminarán hasta finales de julio la herencia del bardo inglés. Por otra parte, Isabelle Huppert recitará el jueves distintos textos del Marqués de Sade en el patio de honor del Palacio Papal, mientras que Fanny Ardant hará lo propio con un escrito de Christa Wolf. El coreógrafo Angelin Prejolcaj regresa a Aviñón con Retour à Barratham, y el director Kirill Serebrennikov ha despertado expectación con una adaptación de Los idiotas, de Lars von Trier, en la Rusia de hoy.
Pedro Casablanc será el único representante del teatro español con el monólogo Hacia la alegría,primera coproducción entre Aviñón y el Teatro de la Abadía, que ya pudo verse en Madrid a finales de 2014. Tres directores argentinos completan el programa: Sergio Boris (El síndrome, a partir del 8 de julio), Claudio Tolcachir (Dinamo, a partir del 16 de julio) y Mariano Pensotti (Cuando vuelva a casa voy a ser otro, a partir del 18 de julio).
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