Último encuentro sobre la escena

                                                                                                                       
Fuente: Albert Lladó (lavanguardia.com) | Foto: Jordi Folk

El actor y director Abel Folk lleva al Teatre Romea 'El último encuentro', la adaptación de la mítica novela del húngaro Sándor Márai (1900-1989) que disecciona la lealtad, la pasión como motor de vida o la importancia redentora de la verdad. Un estreno que se suma a la recuperación en los últimos años de la obra de este escritor que representa como pocos el espíritu de la Europa del siglo XX

Vallromanes, un pueblo a poco más de veinte kilómetros de Barcelona. Suena de fondo algo de música. ¿Es Chopin? Abre la puerta del teatro municipal Abel Folk, que luce una noble perilla y un traje de raya diplomática. Le acompaña en el ensayo Jordi Brau, quien será su compañero de escenario en la puesta de largo de L'última trobada. Poco a poco va llegando el resto del equipo. Pep Planas es el ayudante de dirección y Paco Azorín se encarga de la minimalista escenografía. María Araujo será la responsable de trasladarnos, a través del vestuario, al mundo de Sándor Márai (Kassa, 1900-California, 1989). Y Rosa Novell. Novell, con un papel breve pero preciso, emocionará a muchos. 

Abel Folk (Montesquiu, Osona, 1959) ha combinado su trabajo en varios medios. Tras una larga trayectoria como actor teatral (El ventall de lady Windermere, Agost), y de cine (El coronel Macià), ha dirigido y producido teatro (Pels pèls, Mentiders, Els 39 esglaons) y recientemente ha dirigido, junto con Joan Riedweg, las TV movies Xtrems (premiada en el Festival de Houston, seleccionada en los de Londres y Quebec y con once nominaciones en los premios Gaudí) y Desclassificats. 

Llevaba años Folk con ganas de trasladar a escena El último encuentro, la novela del escritor húngaro en la que dos hombres, amigos desde la infancia, se vuelven a ver después de 41 años. Henrik, rico, aristócrata, y representante de una vieja Europa en decadencia, no se ha movido de su castillo. Konrád, de origen humilde, y con gran sensibilidad para la música, ha vivido en los trópicos. Un día abandonó el imperio austrohúngaro sin previo aviso. ¿Cuál es el secreto que han de confesarse durante esa noche? ¿Qué necesitan resolver antes de morir?

"Hay pocas novelas que te dejen una huella en la memoria tan localizada", sostiene Folk, quien pasará texto por tercera vez esta tarde, consciente de la importancia del tono en el personaje protagonista que interpreta.

Márai es de esos autores que, gracias al milagro de la literatura, ha logrado tener una segunda vida. Se suicidó en Estados Unidos, cuando poco podía imaginar que sus obras volverían a enganchar a miles de lectores en los años noventa. Una amiga de Folk le pasó la novela y el actor quedó entusiasmado. Mucho después, se la volvieron a regalar. Y una vez más, hasta tres. Desde el principio, el director sabía que allí había una obra de teatro. De hecho, Christopher Hampton le dio el papel del viejo Henrik a Jeremy Irons y, bajo el título de Embers, se convirtió en un éxito de la escena londinense.

"No quería hacer una reconstrucción historicista. No me interesa. El teatro necesita otro tipo de comunicación". 

La propuesta de Folk, coproducida por Focus, se podrá ver en el Teatre Romea hasta el 23 de noviembre. Se trata de la versión de Hampton, pero el catalán ha querido ir más allá del propio texto y sugiere romper algunos de los códigos para que el público se meta en la obra desde el primer segundo. Ficción y no ficción irán de la mano como si estuviéramos, en realidad, en otro ensayo.

La fuerza de las palabras
Folk no quiere que el espectador se distancie. La obra es una auténtica ametralladora de frases que no dejan de abofetearnos. Respiramos brevemente, y el tsunami entra de nuevo, con toda la fuerza. No importa la parafernalia. La acción está sumergida en la palabra misma, ese es el pacto de verosimilitud. El público se siente como un intruso, un voyeur, alguien que se ha metido en la intimidad de un grupo de actores que, además de luchar con el texto, lo hacen con los condicionantes de la sala. ¿En qué momento nos habla el actor y en qué momento lo hace el personaje?

"Márai tuvo el talento de escribir lo que muchos pensamos sobre la vida. Por eso estamos trabajando la complejidad. Al espectador le asaltan constantemente sentimientos contradictorios. Son sentimientos simultáneos."

El actor se maquilla ante el público. Prueba los focos. Y, en determinados momentos de la pieza, mira fíjame a los espectadores, subrayando algunos de los temas claves que están tatuados en El último encuentro. 

La novela ya ofrece grandes monólogos a los que el intérprete de Henrik se enfrenta con una concentración máxima. Tampoco lo tiene fácil Jordi Brau, el partenaire que le da las réplicas con inquietantes silencios, con gestos de sorpresa o incomodidad. Uno representa al hombre de honor, al soldado que ha luchado por su patria, y el otro se ha convertido en un delicado viajero, pariente de Chopin y con un carácter peculiar que escondió durante toda su juventud a través de una máscara. Uno responde a una ética militar y el otro a sus pulsiones artísticas. Pero cada cual es responsable de su destino, eso es lo que nos dice Márai.

El anciano recibe a su viejo amigo reproduciendo exactamente la última cena que tuvieron en aquel comedor. Los mismos candelabros, las mismas sillas... pero hay una ausencia que, por su fuerza, se convierte en una figura tan presente -con su butaca vacía- como la de los dos hombres. Krisztina, la mujer de Henrik, muerta hace años, acaba de cerrar un triángulo lleno de sobreentendidos, un secreto jamás abordado y una supuesta doble traición. Sin embargo, y ahí radica la originalidad del texto, no hay reproches. 

"Si se hubieran encontrado al día siguiente de lo que pasó en la cacería, seguramente se hubieran matado y estaríamos hablando de una tragedia. Pero en 41 años, la cólera ha desaparecido", defiende Abel Folk, que sigue mirando el escenario vacío, pensando en los últimos detalles. 

Es, pues, un discurso desde la pasión (la pasión, sin duda, como motor de la vida), pero una pasión hecha brasas, nada trivial ni inmediata, que ha ido dejando poso en ambos. Es un fuego de largo recorrido en el que el gran interrogante no es en qué ha fallado el otro, sino uno mismo. Incluso hay sitio para la ironía. Ambos personajes son autocríticos. Pero en el telón de fondo hay preguntas abismales. ¿Qué es la amistad? ¿Para qué sirve la verdad? ¿En qué dimensión situamos la lealtad?

Márai, que lanza réplicas como si fueran aforismos, reconoce que hay una verdad que se basa en los hechos, pero los hechos a veces "no son nada más que consecuencias deplorables". No hay verdad sin comprensión de la intencionalidad. Henrik intuye, siempre cree haberlo sabido, lo que pasó la víspera de la huida de Konrád. Lo que no ha logrado comprender es cómo se gestó en él esa drástica decisión. Reclama la verdad ofreciendo la verdad. Y en ese cuadrilátero, que durará toda una velada, se sitúa la tensión del diálogo, como un arco.

Amistad y erotismo
Los dos ancianos son, por encima de todo, amigos. Amigos desinteresados. Lo fueron desde muy pequeños, cuando se conocieron en la academia, y lo siguen siendo mientras, después de tanto tiempo y tantas especulaciones, cenan juntos en un ala del castillo. ¿Qué hay, pues, detrás de la amistad? ¿No hay quizás un punto de erotismo en el fondo de todas las relaciones humanas?, se pregunta el general. Un erotismo, matiza, que no necesita del cuerpo, que nada tiene que ver con la atracción sexual. Pero la amistad no puede ser únicamente la coincidencia de gustos y aficiones. Hay una complicidad que trasciende actos, reflejos y circunstancias.

"Es el mejor tratado sobre la amistad que yo conozco. El que con menos palabras es capaz de ser más exacto, más profundo", afirma Folk, tocándose su perilla austrohúngara.

También hay algo de esperanza, por muy remota que sea. ¿Y si realmente el amigo no le traicionó? ¿Y si todo ha sido producto de su imaginación? Sería tan fácil escuchar la negación de Konrád... También podría abrir el diario de terciopelo donde su esposa, Krisztina, apuntaba sus sentimientos. Ahí podría encontrar todas las claves. Pero necesita la palabra del amigo. La importancia de la palabra y de su lealtad.

La novela está contextualizada entre las dos guerras mundiales. No cuesta ver, entonces, en medio de ese diálogo a corazón abierto, metáforas sobre las infidelidades entre pueblos antes unidos y ahora enfrentados. Resulta obvio decir que la guerra es terrorífica, repasar los números, las cifras de muertos. Pero la cuestión, otra vez, es ir a la matriz, saber cómo se ha llegado hasta allí.

Nexos
Al mismo tiempo, nos encontramos dos paisajes simbólicamente opuestos: el bosque como espacio ancestral, refugio del general desolado, frente al orden del ejército. Existe un puente, un nexo, casi indestructible entre ambos lugares, y también un cordón umbilical que une el paso del tiempo. Se trata de Nini, la nodriza, que ha acompañado desde su nacimiento a Henrik (ahí está, contenida, firme y delicada al mismo tiempo Novell, que ya hizo un Márai en el 2010 -La dona justa- con versión teatral de Eduardo Mendoza). "Es la columna de su castillo. Lo sabe todo. Sabe qué hacer para estabilizar al general. Él es un tipo efervescente, tiene tendencia a la depresión y a la euforia. Y ella supone la protección. La verdadera compañía. No es una subordinada. Es el símbolo de la casa", comenta Folk poco después de repasar el texto junto a Novell.

Y es que Nini, muy al principio de la obra, le dice al general que todos perdemos a las personas que queremos. "Si no eres capaz de soportarlo, es que eres un fracasado como ser humano", sentencia. Vivir con las secuelas, sobrevivir pese a lo ocurrido, es otra de las lecciones de El último encuentro.

Abel Folk se cambia de ropa y, ya en la terraza del bar del casal cultural, reflexiona: "Henrik ve la música como un peligro porque es un mundo que no le pertenece. Es el mundo de Konrád. El mundo de su madre o de su mujer. Impenetrable para él".

Aprovecha Jordi Brau para preguntar si finalmente incluirán en la obra la Polonaise-Fantaisie de Chopin. Todos callamos dibujando mentalmente la melodía. Ya parece que suene en el escenario del Romea.

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