Guerras de ayer, guerras de hoy
La guerra es, con el amor, el tema preferido por los creadores de cualquier género artístico. Los enfrentamientos bélicos pueblan la historia de la pintura, música y literatura. A pesar de ello todavía hay puntos de vista originales o no muy trillados para abordarla. Como hace José Ramón Fernández en Babilonia, una obra de teatro que con dirección de Fernando Soto estrena esta noche en la Sala Triángulo de Madrid.
Fernández, uno de los más interesantes autores españoles vivos del que el Centro Dramático Nacional representó La tierra a principios de temporada con gran éxito, se ha ido hasta la conquista por los persas de Ciro el Grande del histórico y castigado territorio para abordar el horror de la guerra. Con referencias al presente de una zona abrasada por conflictos de todo tipo (de Iraq a Israel o Afganistán), más las tomadas de Herodoto y la Biblia, el dramaturgo madrileño ha optado por acercarse a los que sufren sus consecuencias, sea cual sea su condición.
La obra se centra en la peripecia de Amytis y Alitza. La primera es la reina de Babilonia, todopoderosa desde que de niña fue comprometida por sus padres para casarse con el príncipe del imperio y mucho más cuando alcanzó el trono a los 12 años, mientras que la segunda es una de sus esclavas, la más mísera de sus sirvientas, pues en realidad es la criada de las criadas. Y tiene suerte, ya que fue la propia reina la que se apiadó de ella cuando era niña y la salvó al ser arrasada su aldea a sangre fuego por unas tropas extranjeras. Aunque eso es lo que dice "la historia oficial, por lo que nada más escuchar esas palabras, ¡qué curioso!, todos sabemos que las cosas no fueron así", apostilla Fernández.
Las dos deben emprender la huida cuando los persas de Ciro conquistan Babilonia. El viaje es un duro recorrido no sólo por la persecución de la que son objeto las mujeres, sino porque la vida de la reina estará en peligro si la llegaran a reconocer sus propios súbditos, pues fue ella la que decidió enfrentarse a los invasores en vez de rendirse. Por eso tiene que protegerse de todos, incluida de la joven criada que poco a poco irá descubriendo datos desconocidos que la enfrentarán con su ama.
"Eso es lo que más me interesaba. La situación por la que pasa quien tiene que tomar una decisión entre varias, pero que sabe que tome la que tome es la decisión mala", explica Fernández. "Porque las guerras no se dividen entre quienes las ganan y las pierden, sino entre los que las declaran sabiendo que va a haber miles de muertos pero lo hacen y los que las sufren, que a veces también son los primeros". Como Amytis, que debe enfrentarse al horror con sus ojos y delicadas manos en vez de partir a un exilio dorado como sucede a menudo con los dirigentes del país perdedor. Por eso no podía trazar un personaje malo de estereotipo, sino "uno de altura, personal e intelectual, que creciera durante la obra", interpretado por Paloma Mozo, al igual que debía pasar con el de la criada, encarnado por Almudena Ramos.
Para crearlos, Fernández ha seguido con sus pautas habituales. El autor es partidario de estar en contacto continuo con el director y los actores durante el proceso de ensayos para construir el montaje con la participación de todos. "Yo me pongo a las órdenes del director para hacer los cambios que sean necesarios", reconoce, en contraposición a los dramaturgos que consideran su texto sagrado y no admiten modificación alguna de lo que han escrito.
En el caso de Babilonia ha habido pocas alteraciones tras su paso por los ensayos. "Hemos cambiado dos o tres escenas de lugar y unido alguna que otra por lo que he tenido que añadir algunas frases para que encajaran mejor esas escenas". Pero la obra que verán los espectadores será prácticamente la misma que salió de su ordenador cuando decidió enfrentarse a la guerra hace un año.
El público se encontrará también con un montaje que aunque esté hablando de hace miles de años no se presentará con ropajes de esa época. "Lo hablamos y pensamos en su momento introducir algún elemento que lo identificara en el tiempo pero al final no hay ningún tipo de arqueología". Más bien al contrario, ya que el espacio escénico y el vestuario, aunque jueguen con la atemporalidad y un realismo fantástico, remiten a los espectadores a un tiempo más o menos presente, a unas imágenes que ven a menudo en la televisión cuando llegan las informaciones de las inacabables e infinitas guerras.
Fuente: Rafael Esteban (www.elmundo.es)
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