La Virgen baja a la tierra


Fuente: Rocío García (elpais.com)
En la vida hay premoniciones y la que ha unido a Agustí Villaronga y Blanca Portillo en El testamento de María parece haber sido una de ellas. Fue el callejón de salida de actores del Teatro Español, en Madrid, el testigo de este destino, hace ya unos meses. El cineasta Villaronga salía del centro donde acababa de dejar una propuesta para estrenarse como dramaturgo con El testamento de María, de Colm Tóibín. En el despacho ya había sugerido un nombre para llevar a escena este portentoso monólogo: Blanca Portillo. Nunca habían trabajado juntos y no se conocían personalmente. Ella, ajena a la propuesta, se topó con Villaronga, mientras tomaba un café en el bar del callejón. Se miraron, pero no se atrevieron a presentarse. Lo recuerdan hoy entre carcajadas. "Yo le reconocí y me dio vergüenza acercarme. ‘Mira, si no se acuerda de mí’, pensé", dice Portillo. Fue una media hora larga en la que Villaronga, incluso, disimulaba y se levantaba a buscar tabaco y miraba de reojo con la esperanza de que avanzara ese deseado encuentro casual. Esa tarde no rimó la vida. Cada uno se fue a su casa. Ya por la noche, Villaronga le puso palabra a ese cruce fortuito, "premonición", e inmediatamente se puso en contacto con ella para enviarle el texto. El flechazo para la actriz fue seco y directo. "Nada más leerlo dije que sí. Me conmovió profundamente. Hacía mucho tiempo que no leía un texto teatral que a la primera me perturbara tanto. Es tan poderoso, lloré tanto leyéndolo que no lo dudé ni un segundo. Sabía también que en manos de Agustí se iba a convertir en una bomba".
Y la bomba ya ha llegado. El testamento de María se estrena el próximo miércoles en la sala Valle Inclán del Centro Dramático Nacional, en Madrid, y llegará al Lliure el año próximo. Tras las críticas y el éxito cosechados en los cuatro días que la obra se representó el verano pasado en el Festival Grec, esta función promete convertirse en una de las propuestas más potentes y convulsas de esta temporada.
En el texto, el autor irlandés Colm Tóibín baja a la tierra a la mismísima Virgen María y la representa como una mujer de pueblo, desgarrada y dolorida que, tras la violenta muerte de su hijo Jesús, rememora los extraños acontecimientos que le ha tocado vivir. Hay varias versiones del relato de Tóibín. La primera fue escrita por el autor irlandés para Meryl Streep, quien, finalmente, lo acabó sacando en una especie de videobook. Hubo un segundo texto que estrenó Fiona Shaw en Nueva York. Finalmente, a partir de este material, Tóibín se decidió a publicarlo en forma de novela —editada en España por Lumen—. Villaronga reconoce la suerte de toparse con este relato y con unas versiones no tan diferentes, pero que a él le han permitido bucear y hacer una criba para plantearse algo más que un monólogo teatral. "El poder de la palabra en un monólogo es enorme, y aquí sigue siéndolo, pero también hay un motor de acción que permite que el texto descanse no solo en la palabra, sino en la gestualidad y la acción". Todo un reto para este cineasta mallorquín, realizador de Pa negre, filme con el que consiguió en 2011 el espaldarazo del público y el reconocimiento de la profesión con nueve goyas, 13 premios Gaudí y la Concha de Plata en San Sebastián a mejor actriz para Nora Navas. Villaronga debuta ahora como director teatral: "El relato de Tóibín me llegó por azar, caído del cielo, como el hecho de tener a Blanca conmigo. Ella me ha quitado mis miedos de novato teatral. Me he sentido muy protegido. Y este texto es perfecto para mi estreno. Comencé en el teatro y siempre he tenido una atracción especial por el teatro, tenía muchas ganas. Hasta ahora me habían llegado propuestas, pero las había rechazado".
Son muchas las cosas que Villaronga y Portillo quieren celebrar juntos y no lo ocultan. Reunidos por Babeliaen Valladolid —donde la actriz estrenaba como directora Don Juan Tenorio—, reflexionan sobre su encuentro "feliz", "muy feliz". Un pausado y elegante mallorquín de 61 años frente a una apasionada y combativa madrileña de 49. Los dos consagrados ya en su profesión: premio Nacional de Cinematografía (2011) Villaronga, premio Nacional de Teatro (2012) Portillo. Dicen que todas las chispas que han saltado han sido positivas. "Como no nos conocíamos personalmente, solo teníamos que encontrar el código de comunicación. Es una cuestión de temperamentos, de ritmos vitales. Agustí tiene las ideas muy claras, con una gran capacidad para ver el personaje y las situaciones", dice Portillo. Enfrente, silencioso y atento, escucha el director. "Ella ha aportado muchas cosas como actriz sabia que es, y combina la parte humana y la sabiduría teatral". Portillo añade que disfruta poniéndose en manos de un director: "No tengo el más mínimo problema. Me olvido inmediatamente de mi faceta de directora. No hay nada más hermoso que confiar en la cabeza y el corazón de quien te va a dirigir. Luego aportas, indudablemente, porque cada uno tiene sus propias experiencias y sensibilidades. Es entonces cuando se establece un código de confianza, no de imposición", contesta la actriz.
—¿Cuál ha sido la atracción de El testamento de María?
Agustí Villaronga. Es un texto de enorme humanidad. No me interesa nada de lo que teóricamente puede tener de irreverente, de si se pone en duda a la Virgen o no la Virgen, de la Iglesia o no la Iglesia. No se enjuicia a la Virgen María. Estamos ante un drama humano con un personaje que es un icono en nuestra cultura, colocado en los altares. Tóibín lo baja a la tierra, y de repente es una mujer de pueblo, con todas sus carencias, su sensibilidad enorme y cómo se enfrenta a ese hijo que es un enigma. A lo largo de la historia hemos visto cómo las ideologías han provocado auténticas barbaridades. En este caso, es una madre que cuenta cómo la idea de la religión se ha apoderado internamente de la vida de su hijo y la tragedia que ha provocado en su entorno íntimo. Es una madre que pierde a su hijo y lo va explicando a su manera. Algo que vemos constantemente a nuestro alrededor, en Irán por ejemplo, donde las luchas por unas ideologías o unas banderas patrióticas provocan grandes desastres.
Blanca Portillo. Es muy inteligente por parte de Tóibín elegir a un personaje como la Virgen, porque no es contar la historia de cualquier madre, es la madre por excelencia.
A. V. Podía haber elegido a la madre de un terrorista del IRA.
B. P. Efectivamente. Esa idea del fanatismo, del destrozo que causa alrededor, el hecho de contarlo a través de la madre de todas las madres es de una inteligencia enorme. A mí tampoco me interesa nada la posible transgresión en torno a la religión. La función no va de eso. Uno de los hallazgos del planteamiento de la dirección es ese. Lo primero que me dijo Agustí es que esa madre es de la tierra. No hay nada divino. Es una mujer a la que puedes encontrar en la calle en cualquier parte del mundo.
A. V. Es la madre de un hijo al que ponen en los altares y ella no sabe muy bien por qué. Ella no cree que su hijo sea especial, no entiende a los discípulos que le siguen con adoración. No lo entiende y teme el peligro que eso puede suponer. La Virgen es un personaje muy poco definido en los Evangelios, es una mera comparsa. Poder descubrirla desde el punto de vista histórico y no religioso es magnífico.
B. P. Está despojado de religiosidad, pero no de espiritualidad. Ella tiene emociones muy elevadas y una percepción y una sensibilidad enormes. Eso es espiritualidad. En su dolor real es mucho más sagrada que en la imagen de unos ángeles llevándosela a los cielos. El ser humano es sagrado en sus dolores y en sus miedos. Ese mensaje que traslada el texto es tremendamente actual. Las guerras y el sufrimiento no merecen la pena. No es justo provocar tanto dolor. María se pregunta: “¿Merece la pena tanto dolor para decir que se salvó a la humanidad? ¿Al mundo? ¿A todo el mundo?”.
A lo largo de la hora y cuarto que dura la función, en una especie de retablo o habitación de la memoria, María, el personaje, más que contar recuerdos, los vuelve a vivir, entra y sale del presente al pasado a través de objetos que la van trasladando a ciertos momentos de su vida, y con un texto simple, nada farragoso y hermosísimo. Y suelta su verdad, aunque sea contradictoria con lo que dicen otros. Ella, que ha sido testigo privilegiado, sabe lo que vio y lo que pasó y se enfrenta a todos aquellos que quieren construir algo que se supone que va a cambiar el mundo. Todo un conflicto entre la memoria histórica y la personal. Ya lo dice María en el relato: "La memoria forma parte de mí, como la sangre, los huesos, la carne". Y así lo ve Blanca Portillo, que con este relato se enfrenta al primer monólogo de su carrera: "Estaba aterrorizada. Siempre he pensado, y se lo dije a Agustí, que el gran trabajo de un actor te lo hace el compañero. No hay nada como mirar a los ojos del compañero. ¿A quién iba a mirar yo ahora? ¿De dónde iba a sacar los recursos para hacer mi trabajo? Pero esto es mucho más que un monólogo, es un espectáculo, un puro juego teatral, en el que están casi presentes los personajes con los que ella convive. De repente, tenía ojos a los que mirar aunque no estuvieran ahí. Y, sobre todo, tengo más presente que nunca los ojos de los espectadores. Es una función con mucha acción, con conflictos, distintos y permanentes. Pero al principio el vértigo fue horroroso. Nunca he buscado hacer un monólogo. Tenía que aparecer algo y alguien para que yo me lanzara a esta locura".
Villaronga parece más que dispuesto a repetir la experiencia teatral, aunque tendrá que ser después de El rey de La Habana, una película largamente acariciada y aparcada otras tantas veces que comenzará a rodar a primeros del año próximo en la República Dominicana, tras la negativa de Cuba a permitir que se rodara allí. El rey de La Habana se sumará a la filmografía de Villaronga, que incluye Pa negre y la serie televisiva Carta a Eva. El proyecto nuevo se basa en la novela homónima del escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez y relata la vida de un adolescente que escapa de un correccional y se lanza a las calles de la capital cubana en un momento de gran inestabilidad y pobreza. Pero hay algo que ha descubierto el director sobre la escena teatral que le tiene arrebatado. "En lo esencial no creo que el teatro esté lejos del cine y la televisión, solo son formas distintas, pero sí he encontrado mucha armonía. Todo ha sido muy tranquilo, con un equipo pequeño, frente a la locura del cine. Quiero repetir la experiencia porque creo que en el teatro pierdes menos cosas por el camino que en el cine. En una película estás a merced de tantas cosas que solo sobreviven unas pocas. En el teatro sobreviven casi todas tus ideas iniciales. Con El testamento de María no solo ha sobrevivido todo, sino que ha crecido, algo que creo es impensable en el cine".
A Blanca Portillo le espera a principios de enero el estreno en el Teatro Pavón de Madrid como directora de Don Juan Tenorio, la obra de José Zorrilla en versión de Juan Mayorga. Ella sigue conservando una parte de esa magia independiente con la que se acercó al teatro hace ya tantos años y que busca a través de producciones propias: "La clave está en el disfrute. Cuando empecé me dije a mí misma que lo único que quería era trabajar en esto. Conseguirlo ya es muy grande. La vida te da lo que esperas de ella si se lo pides. Hay que estar siempre con la antena puesta, desearlo por lo menos. Hay algunas cosas que te llegan y otras que es necesario buscarlas debajo de las piedras".
Bajo las piedras no, pero sí bajo la tierra, así es como quiere morir María en su testamento de Tóibín. En busca de una paz que no ha encontrado en vida. "Artemisa, diosa de todo lo que crece, libérame. Llévame hacia la oscuridad más calma y que allí encuentre lo que tenga que encontrar, ya sea el silencio o alguien hablando, incluso puede que los muertos que he conocido, o tal vez sus tristes sombras susurrantes. Ansío dormir en la tierra seca, volverme polvo en la paz más absoluta, con los ojos cerrados, en un lugar cercano y lleno de árboles".
El testamento de María. De Colm Tóibín. Adaptación y dirección: Agustí Villaronga. Traducción: Enrique Juncosa. Intérprete: Blanca Portillo. Centro Dramático Nacional. Madrid. Del 19 de noviembre al 21 de diciembre.

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