Pobres pero inspirados



Cada vez que le preguntaban por la crisis del teatro a Amparo Rivelles, a la gran dama de nuestra escena le gustaba responder: "¿Crisis? Esto lleva en crisis desde que empecé... El teatro es un enfermo con la salud de hierro". La cosecha escénica de 2011 cumple a la perfección con esta máxima.
La enfermedad que corroe nuestras tablas es la morosidad de los ayuntamientos a las compañías teatrales llevándolas a un callejón sin salida en el que por un lado no reciben el dinero de la caja pero les piden que abonen el IVA. Una situación kafkiana de la que no especapan ni las formaciones más exitosas.
Animalario, por ejemplo, anunció a principios de diciembre que no tenía dinero para producir nuevos espectáculos pese haber llenado las salas con 'Urtain'. Eso, por no hablar de la denuncia por impago al Festival de Mérida, uno de los cértamenes con más solera de nuestro país que terminó con la paciencia de Blanca Portillo, a pesar de su intento por revitalizarlo.
Los recortes que están por venir no parecen la mejor medicina para un sistema de distribución que se encuentra viciado desde sus cimientos. Espectáculos privados que se exhiben en espacios públicos y cuya recaudación, en ocasiones, acaba yendo a pagar deudas municipales. La piratería no es la única patata caliente que le esperaba a José Ignacio Wert.
Por fortuna, queda la segunda parte del epigrama de la Rivelles: la salud de hierro. Esta se manifiesta en el excelente momento creativo que viven nuestros dramaturgos, directores e intérpretes (especialmente nuestras actrices) que brillado (y mucho) en los últimos 12 meses.
Recordaremos 2011 por ser la el año de la confirmación absoluta de Miguel del Arco. Todo lo que ya apuntaba con la sobresaliente La función por hacer, se magnificó con Veraneantes, una original relectura del drama de Gorki, de casi tres horas de duración, que arrasó en los Max y puso un espejo sobre la falta de ideales y las cloacas de nuestra sociedad de consumo. Por si estre fresco fuera poco, Del Arco también estrenó en el infausto Festival de Mérida Juicio a una zorra, un monólogo que reivindicaba la figura de Helena de Troya y le serví a Carmen Machi un vehículo perfecto para desplegar todo el arco de matices de los que es capaz. Una pasada, vaya.
12 años y bienvenida
Machi es también uno de los pilares de los espectáculos que más han brillado este año y que aún puede verse en cartel: Agosto. En su despedida del centro Dramático Nacional, Gerardo Vera firma un drama familiar desbordado, con toques de culebrón y corrosivo humor negro, que nos devuelve en un papel titánico a Amparo Baró. La espera de 12 años por volver a verla sobre las tablas ha merecido la pena y esta obra de Tracy Letts, ganadora del Pulitzer, está llamada a convertirse en un clásico.
Otra de las mentes más arriesgadas de nuestra escena, Andrés Lima, también despuntó en 2011 con un doblete. Su monumental puesta en escena de Falstaff, interpretado por un apoteósico e irreconocible Pedro Casablanc, demostró lo juguetón que puede ser sirviendo un Shakespeare como si fuera una cinta de Tarantino. Con Animalario, estrenó Penumbra, otra puesta en escena radical que, esta vez, provocó reacciones encontradas: bostezos y vítores.
Más nombres propios de este año: Alfredo Sanzol, Salva Bolta y Esther Bellver. El primero ha persistido (y profundizado) en su particular escritura a base de sketches con los montajes de Delicadas y En la luna. Que ganara el Max al mejor autor en catalán por la primera es otro de los dislates que se recordarán de este año. El segundo firmó la magnífica Munchassen, de Lucía Vilanova, otra pieza que dibuja a la familia como una cárcel opresora. Por último, Bellver logró sacar su ProtAgonizo del circuito independiente y sirvió uno de los homenajes al mundo de la actuación más honestos que se han firmado en las últimas temporadas.
Por último y, aunque su Maldito sea el hombre que confía en el hombre resultara una decepción a medias, no podemos dejar de mencionar a la provocadora Angélica Lidell. Su monólogo sobre que la única conversación sincera que se puede tener hoy en día es preguntarle a un tendero chino si queda pan aún provoca escalofríos y risas a los que lo presenciaron.
Fuente: José Luis Romo (www.elmundo.es)

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