N.E: "El Valle-Inclán revela la buena salud del teatro"


Núria Espert ganó el año pasado la IV edición del Premio Valle-Inclán de Teatro. Lo hizo por su interpretación de Bernarda Alba en el montaje dirigido por Lluís Pascual. La actriz reconoce que pasó "muchos nervios" durante la gala, en la que los 12 aspirantes van cayendo poco a poco hasta quedar sólo dos al final. Una confesión llamativa en alguien que acumula casi doscientos premios a lo largo de su carrera artística. Pero es que el Valle-Inclán es ya el reconocimiento más anhelado entre los profesionales de la escena. Esta noche los nervios los vivirá en otra estancia del Teatro Real, donde tradicionalmente se celebra la ceremonia. Será en la reservada al jurado, del que forma parte por ser la última vencedora. Advierte de antemano que la decisión estará muy reñida: "Todos los candidatos merecen el premio, es algo que demuestra la buena salud de nuestro teatro".

¿Cómo recuerda la velada del Valle-Inclán del año pasado? ¿Le hace ilusión todavía ganar premios con todos los que tiene?
El Valle-Inclán me hizo muchísima ilusión y pasé muchos nervios en la gala. Fui candidata el primer año pero no hubo suerte. Tuve que esperar a su cuarta edición. Lo gané por Bernarda Alba, un trabajo muy arriesgado, que planteaba una concepción del personaje. Por eso fue aun mejor.

¿Cómo valora este galardón?
El cine tenía su premio de referencia y al teatro necesitaba uno. El Valle-Inclán cubre esa falta, porque congrega a los medios, tiene un jurado compuesto por expertos acreditados y ha demostrado su absoluta limpieza y ecuanimidad. La calidad de sus nominados es siempre muy alta. Este año también, cualquiera de ellos lo merece. Eso demuestra la buena salud de nuestro teatro.

Me han chivado que parte del dinero se lo gastó en viaje a San Petersburgo. ¿Por qué eligió esta ciudad?
Sobre todo por visitar el Hermitage. Tenía muchas ganas de conocer este museo y San Petersburgo, para una fanática de la literatura rusa como yo, es un destino perfecto. Allí transcurren muchas de las historias de los autores rusos que me interesan. Además por fin pude viajar con mi nieta y mis dos hijas, las cuatro juntas, que es algo muy difícil, porque casi nunca nos podemos organizar por los compromisos de cada una.

Este año ha decidido no participar por su trabajo en La violación de Lucrecia...
Sí, aunque me lo propusieron, me pareció que lo más elegante era cumplir primero con mi obligación de estar en el jurado.

¿Y lo de ser jurado cómo lo lleva?
No me gusta nada en general y esta vez me gusta menos. Casi todos los candidatos son amigos y compañeros de viajes de toda la vida. Ya lo decía Juan Echanove con mucha gracia: "Es que estar aquí me crea enemigos" (ríe). Pero bueno, el Valle-Inclán no es un premio para reconocer a amigos sino para elegir al mejor espectáculo del año.

Dicen algunos críticos que su papel de Lucrecia se concentra en cierto modo toda su carrera...
Es algo que no extraño. Lo que hace un actor es resultado de lo que ha hecho antes. Casi todo lo que sabemos lo aprendemos sobre el escenario, actuando, ensayando... Yo creo que en los últimos 25 años siempre ha sido así, porque cada personaje te hace crecer como actriz.

En el monólogo de La violación de Lucrecia hace cuatro papeles, incluidos alguno de hombre. ¿Ha sido uno de sus trabajos más duros?
Sí, pero también de los que más satisfacción me han dado. Lo más duro fueron los ensayos. Me asaltaban constantes dudas sobre mi capacidad. Las superé gracias a Miguel del Arco, un maestro que estuvo conmigo en todo momento.Su dirección en esta obra fue decisiva, porque necesitaba unos ojos especiales que me miraran y me orientaran. Y él lo hizo.

¿No pensó en algún momento "en qué berenjenal me he metido"?
No, porque cuando dije vamos p'alla, pues vamos p'allá. Las dudas eran sobre los cortes entre la narración y interpretación del personaje, y sobre cómo utilizar mi voz. No quería parecer un ventrílocuo, haciendo un alarde de registro de voces. Me di cuenta de que mi voz no tenía que parecerse a la de un hombre, o a la de un niño pequeño, o a la de narrador. Lo importante es que transmitiera a los personajes una verdad interior.

Es una obra muy poco representada de Shakespeare. ¿Por qué?
Porque en realidad no se la considera una obra de teatro, sino como unos poemas de juventud que escribió para unos de sus mecenas. Era un texto que leí en mi juventud y me emocionó muchísimo. Cuarenta años después volví a leerlo, con la intención de hacer una lectura íntima, para un público exquisito. Pero me di cuenta de que se podía representar perfectamente. Tenía unos personajes enormes, embriones de Macbeth, Ofelia, Hamlet...

¿Qué le pide el cuerpo hacer cuando termine con Lucrecia?
Pues ya estoy metida en otro lío bueno, que también me hace una ilusión extraordinaria, pero es pronto para hablar de ello.

Fuente: Alberto Ojeda (www.elcultural.es)

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