Lluís Pasqual, así que pasen 20 años



Fuente: Javier López Rejas (elcultural.es)

Varias son las diferencias principales entre El caballero de Olmedo que hace veintidós años estrenó Lluís Pasqual (Reus, 1951) en Aviñón y el que lleva mañana al Teatro Pavón: el de 1992 se realizó en francés y ahora se presenta en su lengua original. El “caballero francés” fue al aire libre, con escenografía montada en un campo de trigo de mil metros cuadrados, con treinta actores (consagrados) y once caballos. Mañana podremos ver un espectáculo en el que prácticamente no existe escenografía, el espacio no supera los 30 metros cuadrados y la mayoría son actores pertenecientes a la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico y la recientemente fundada La Kompanyia. “La manera de contar los clásicos ha cambiado -responde contundente el director del Teatre Lliure a El Cultural-. Con el primer montaje crecía y se hacía evidente la parte épica que tiene El Caballero de Olmedo. En el de ahora me he podido consagrar a su parte lírica, que me conmueve más. El resultado es una obra más ‘popular' en el sentido lopesco del término. El tiempo pasado y el trabajo en el precioso castellano de Lope me ha permitido además hacerme preguntas nuevas y apasionantes sobre el texto, que tal vez con una tradición de conocimiento de nuestros clásicos no hubiera podido hacerme”.

La idea de llevar al CNTC este montaje arranca con el encargo de Helena Pimenta, directora de la institución. Pasqual sugirió la coproducción junto a la joven Compañía del Lliure. “Me parecía que para volver a meterme en la obra tenía que compartir la mirada con la de esta nueva generación”, apunta Pasqual, para quien la preparación interpretativa de este tipo de obras exige una gran formación técnica, desde el dominio del canto o el esgrima pasando por la respiración del texto a través de las métricas que propone el verso.


Microcirugía textual


Pasqual, que ha trabajado el texto a partir de la versión fijada por Francisco Rico, ha puesto en práctica un proceso de “microcirugía” a la hora de adaptarla al escenario, especialmente en las últimas escenas en las que, según el director, la obligación de la época obligaba a Lope a un final feliz y a una exaltación de la figura del monarca: “No he sido tan radical como García Lorca, que en su versión para La Barraca terminaba la función con la muerte del Caballero, pero, eso sí, le he hecho bastante caso”. El mensaje que El Caballero de Olmedo manda a la actualidad está realizado, para Pasqual, casi en formato periodístico. De hecho, evoca una escena corta situada en la zona central del texto, para entender el marco moral y político en el que se desarrolla la historia: “El rey, aconsejado por fray Vicente Ferrer, decide dividir a sus súbditos según su religión, convirtiendo en ciudadanos de segunda a moros y judíos, que deberán llevar una vestimenta que los distinga y que resalte la pureza del cristiano. Si el vértice de la pirámide se permite actuar con ese grado de intolerancia, en otras circunstancias cualquier Don Rodrigo puede matar a cualquier Don Alonso, que es distinto porque vive en el pueblo de al lado, por una cuestión de celos”.

Pese a todo, ¿tratamos bien a nuestros clásicos? La gran oferta teatral en torno a títulos generalmente del Siglo de Oro diría que los mimamos pero no existe una conciencia clara del patrimonio que nos ha sido legado. Para Pasqual, son unos textos extraordinarios pero, en algunos casos, con unas temáticas muy reducidas y poco acordes con nuestra realidad: “Dios, el honor y la virginidad de una doncella... nuestro imaginario contemporáneo tiene otros valores. Dicho esto, en los países que tienen un patrimonio teatral importante como el nuestro esos textos son fundamentales en la formación de los ciudadanos. Más que maltratarlos, los ignoramos colectivamente, lo que tal vez sea peor”.

Dejamos a Lluís Pasqual saboreando los buenos datos del Teatre Lliure en 2013 y preparando nuevos proyectos, como la reposición de Els feréstecs, de Goldoni, en la institución que dirige, Final de partida, de Beckett, para el Festival Internacional de Nápoles, Il Prigioniero, de Dallapiccola, y Suor Angelica, de Puccini, para el Liceo de Barcelona. 

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