Monólogos, los solistas toman la escena
Fuente: Alberto Ojeda (elcultural.es)
En las obras para un solo instrumento el compositor está más expuesto. No hay opción de ocultarse bajo complejas tímbricas. Tampoco puede hacerlo el solista que ejecuta la partitura. Todo es lenguaje desnudo. Igual ocurre con el monólogo teatral: un salto sin red para autor, director y actor, los tres ejes sobre los que se sostiene cualquier montaje. Ejemplo absoluto de ese arriesgado caminar sobre el alambre lo podemos encontrar estos días en el Teatro de la Abadía, que ha repuesto La violación de Lucrecia (se estrenó en 2010 en el Español), con Nuria Espert en estado de gracia interpretativo. Encarna todos los papeles que concurren en el poema shakespereano: la ingenua Lucrecia, el atribulado Tarquino, el desolado Colatino, el reivindicativo Lucio Bruto... Enorme trabajo en el que destila toda la sabiduría acumulada a lo largo de una vida pateando escenarios. Casi una hora y media orquestada por Miguel del Arco, reclutado por Espert para que la guiase en este desafío que tenía entre ceja y ceja desde hacía años, y que se determinó a subir sobre las tablas tras la decepción mayúscula que experimentó en el Teatro Real con la versión operística de Britten. “Me dejó completamente fría, y eso que cuando la leí en su día me había emocionado”.
Su determinación fue apostar por todo lo contrario: por la austeridad del monólogo frente al ostentoso despliegue de recursos de la ópera. El resultado obtenido prueba el vigor escénico del género, capaz de de desarrollar, con los resortes mínimos, una tensión emocional en continuo crescendo. Miguel del Arco está también detrás (como director y autor) de otro de los monólogos que más hondo ha calado entre el público en los últimos tiempos: Juicio a una zorra, repaso comprimido de la peripecia vital de Helena de Troya, a la que Carmen Machi estampó una variedad infinita de registros, oscilantes entre lo chabacano y lo sublime. Un papel que, además, le valió el Premio Valle-Inclán en 2012.
Los hitos de Espert y Machi no son los únicos fogonazos de solistas que han deslumbrado la cartelera. Dentro del territorio off María Hervás protagonizó en el Teatro del Arte Confesiones a Alá, la polémica interpelación al dios musulmán de la pastora marroquí Jbara: “Los pobres follamos como animales simplemente porque es gratis”. Es la frase descarnada con la que arranca el monólogo de Saphia Azzeddine, que podrá verse de nuevo en el Teatro Lara a partir del 25 de junio.
El Matadero acogió esta temporada otro soliloquio enfebrecido, el que compuso José Luis García-Pérez a lomos delDiario de un loco de Gogol. Luis Luque, como director, fue el encargado de dosificar el proceso de degeneración mental que sufre el infeliz funcionario Aksenti, trasunto del que llevó a la tumba al propio escritor ruso. Luque, fogueado a la vera de Narros, figura en el amplio plantel de participantes del Maratón de Monólogos que organiza la Asociación de Autores de Teatro, una cita que alcanza este año su XVIII edición y que acoge el Círculo de Bellas Artes. En total serán 21 piezas las que se representen a lo largo de poco más de tres horas (entrada gratuita este lunes, 2). Entre los firmantes de esos textos aparecen: Paco Mir, Guillermo Heras, Juan Carlos Rubio, Juana Escabias, Mariam Budia, Alfonso Plou... Como directores: Pérez de la Fuente, Mariano de Paco, Pedro Villora, Daniel de Vicente... Del gremio actoral circularán por el CBA: Charo López, Daniel Muriel, Carmen Conesa, Manuel Galiana, Carlos Seguí...
“Pretendemos abrir una ventana a la dramaturgia española contemporánea, que lo tiene tan complicado para ver sus textos en el escenario”, explica Juan Carlos Rubio, organizador del maratón y autor de Arizona. Las obras duran alrededor de 10 minutos. Son destellos que buscan llamar la atención de los programadores y ponerles tras la pista de los dramaturgos que están escribiendo el teatro español del presente. Rubio concurre con Llámame frívola, reflexión en clave humorística sobre la insensibilización que provoca la continuada exposición a los medios de comunicación y su bombardeo informativo. Tantas noticias (en el desayuno, en el almuerzo, en la cena) acaban creando una costra que puede blindar la compasión. Ese efecto colateral no parece embotar a los autores del maratón. Casi todos asestan sus plumas en conflictos actuales y muy cercanos. Fernando J. López, por ejemplo, encara los ataques a la comunidad homosexual enLa última y nos vamos, que dirige Luis Luque. Alfonso Plou, en Friedman regresado del Averno, satiriza al economista estadounidense. “Ya tenía ganas de hacerlo. En el monólogo, tras negársele la entrada en el cielo, se instala en el infierno y allí es capaz de convencer a Satanás para que lo privatice. Me interesa mucho su figura. Es poco conocida pero sus postulados económicos son hoy el pan nuestro de cada día”, comenta el artífice (junto a Julio Salvatierra) deTransición, oportuno guiño a Adolfo Suárez ensalzado por los críticos de El Cultural como mejor obra de 2013. Plou ha pasado de componer una dramaturgia centrada en artistas (Lorca, Buñuel, Dalí..) a poner el foco sobre políticos y economistas. “Signo de los tiempos”, concede con una media sonrisa. Su idea es extender la diatriba contra Friedman más allá de una hora para que en el futuro pueda sostenerse en la cartelera por sí sola. De momento, su primer esbozo será moldeado en el Círculo por Pérez de la Fuente.
La austeridad de Peter Brook
Mariano de Paco hará lo propio con No sé nada, de Paco Mir. “Es la historia de un hombre que no consigue explicarse el porqué de sus decisiones. Una reflexión surrealista y crítica sobre los estragos del conformismo”, comenta De Paco. Este fecundo director lució en abril en el Sol de York su versión del monólogo Un buen día, de Denis Lumborg, que venía de agitar el circuito alternativo londinense. “En la cartelera cada vez se encuentran más monólogos y los espacios escénicos cada vez están más vacíos. Al final, a la fuerza, el teatro que se hace hoy día se ha asentado en la filosofía de la austeridad defendida siempre por Peter Brook”, afirma con sorna. Es lo que piensa también el veterano Miguel Rellán, que ahora pone a prueba su resistencia física en el Teatro Español: 80 minutos en solitario sobre las tablas rememorando la historia del gran pianista Novecento, escrita por Alessandro Baricco. “El monólogo está de moda sobre todo porque sale muy barato. Pero hay que reconocer que es muy duro”, sentencia.
Rellán fue uno de los pioneros del monólogo televisivo. Abrió plaza en las primeras entregas de El club de la comedia, cuya fórmula ha hecho fortuna hasta el punto de copar algunas salas teatrales, con los componentes de Muchachada Nui a la cabeza en España y, en el panorama internacional, estrellas como Ricky Gervais. Una circunstancia que puede despertar resquemores entre compañías que, por los ajustes presupuestarios, se han visto desplazadas. De todas maneras, las fronteras entre el soliloquio catódico, con su encabalgamiento de chascarrillos, y el, digamos, dramatúrgico parece clara. En el segundo Alfonso Plou, que hasta la fecha apenas lo había frecuentado, encuentra en esta época un instrumento eficaz para encender alarmas entre el público: “Al no tener el personaje interlocutor no le queda más remedio que interpelar directamente a los espectadores. Eso aumenta la sensación de cercanía y, ojalá, la de compromiso. Creo que voy a cultivar en el futuro más este género. Me lo pide el cuerpo”. La mayor dificultad, admite, es mantener la tensión sin contar con la dinámica natural de las réplicas cruzadas. “La única manera de conseguirlo es desencadenar dos conflictos: uno en el interior del personaje y otro que enfrente a éste con el contexto dramático en el que se inserte”.
Ahí radica el reto que afronta el autor ante la pantalla del ordenador. Luego al director le toca materializar ese producto de la imaginación. La carencia de diálogo les deja también sin un asidero crucial para conectar el escenario con el patio de butacas. “A mí me encanta trabajar con muchos actores y con muchos medios, claro. Algunos días, cuando salía de los ensayos de Carlota [Carmen Maura], en el CDN, me decía a mí mismo: Así da gusto'”, recuerda De Paco. “Pero también es una experiencia fascinante levantar un montaje a solas con un actor, encerrarte con él e ir armándolo a fuego lento, dándose confianza el uno al otro. En esencia el teatro se sostiene sobre el texto y sobre la interpretación. Si flaquea uno de esos dos pilares, no hay nada que hacer”.
Similar argumento esgrime Luis Luque: “Mayorga dice que la misión del teatro no es imitar a la vida sino a la poesía de la vida. Es una afirmación con la que me identifico plenamente. Mi obsesión ha sido siempre crear un espacio mágico y poético, y que el espectador voluntariamente lo habite mientras dura la obra, ya sea un monólogo o una superproducción”. La diferencia, claro, sólo la marcan el talento y el esfuerzo. Y un tercer factor incontrolable que siempre invoca José Luis Gómez, otro formidable solista: que a los ángeles, ese día, les dé por bajar.
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