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Fuente: Saoia Camarzana (elcultural.es)

Una familia. Tres integrantes. Un círculo cerrado con apenas conexión con el mundo exterior. Bajo estas premisas, La Negra, El Negro y su madre, Marga, tejen la historia de una familia argentina con raíces españolas con códigos, a veces, amorales. Todo comienza con el cumpleaños de la cabeza de familia que quiere celebrarlo con sus amigos de la juventud, época en la que sigue anclada. Secretos. Muchos. Y un juego de contrastes es lo que narra el texto de Carolina Román, Adentro, que el director y actor Tristán Ulloa (Orleans, 1970) lleva al escenario del Teatro María Guerrero a partir de este fin de semana. 

Dirige la obra de Carolina Román, Adentro. ¿Qué podemos ver en esta pieza?
Adentro cuenta la historia de una mujer de cierta edad que decide celebrar su cumpleaños invitando a sus compañeros de colegio tirando de la agenda de aquella época. Con el shock que supone llamar para invitarles a este evento cuando muchos de ellos ya no están y ella piensa que está anclada en esa época. En realidad, la historia es un pretexto para hablar de dependencias emocionales en el seno de una familia muy encerrada sobre sí misma y con apenas contacto con el exterior. La excusa que usamos es la celebración del cumpleaños de la matriarca. 

Se trata de una familia aislada del mundo con profundos lazos de unión pero mucho dolor.
Tiene secretos que no se han pronunciado, no se han verbalizado tiene temas tabú que no han tocado y se vive de espaldas a muchas cosas de las que no se hablan. Digamos que la historia subyace como un río, una corriente de mucha información que no se menciona pero está ahí latente y que es muy evidente que está. El reto de la historia era hablar de todo esto sin mencionarlo. 

¿Cómo se manifiesta esto en la puesta en escena?
En el teatro además de la palabra existen otros códigos y lenguajes para expresarse y es todo eso lo que usamos. La gestualidad, las atmósferas que creamos, en el decorado, la historia, el contexto. Entramamos un poco los esquejes que van a configurar la historia que no es nada evidente. De lo que habla parece bastante trivial pero lo que subyace es verdaderamente la esencia de la historia. Una familia muy encerrada sobre sí misma en la que se producen relaciones muy amorales en ese sentido. Cuando se crea una vista desde el exterior es cuando la historia coge perspectiva. No hay juicios desde la escritura hacia los personajes y tampoco yo he decidido juzgarlos.

Se habla del vínculo familiar pero es una familia endogámica y el dolor es patente, es desasosegante. ¿Se sentirá el público identificado o se alejará de ellos?
Eso lo dejamos en manos del público. Yo nunca asumo o preasumo la percepción del público. Creo que tiene sentido, tenemos que ser valientes, arriesgar y decir que es una historia con muchas aristas y bastante ásperas pero con mucho sentido del humor. Manejamos el humor como catarsis pero en el fondo no deja de contar una historia difícil. El público, por lo que estamos viviendo nosotros, se ríe y se emociona a partes iguales, sale removido y con una reflexión que llevarse a casa. 

La mezcla del drama con humor funciona como paliativo.
Sí, creo que el humor no tiene que faltar por muy dramático que sea todo. Si cargas las tintas en la forma de contarlo puede ser algo insoportable, tanto para el espectador como para nosotros. Es necesario siempre el humor, incluso en los rincones más oscuros tiene que haber un poco de luz. No es un humor que frivolice sino que es bastante negro. Es muy idiosincrásico de los argentinos hacer humor de las situaciones más dramáticas.

La historia nace de un microteatro que funcionó bien. A veces los personajes de Carolina deciden tomar otra dirección a la establecida. ¿Ha ocurrido en este caso?
A partir de una pieza de quince minutos que se hizo en su día y funcionó muy bien decidimos desarrollar la historia en hora y cuarto. Así surgió Adentro, de la misma forma en la que surgió En construcción. Los personajes se van configurando en los ensayos. El texto es una guía y en los ensayos los vamos adaptando al proceso. Así conseguimos un total muy orgánico y muy coherente con la línea de construcción de cada personaje. Es una forma de ensayar que me gusta, no dejar nada cerrado ni predeterminado sino estar abierto a lo que pueda ir surgiendo.

Cuando Carolina Román estaba escribiendo la pieza se estaba formando en la psicología gestáltica. ¿Ha tenido influencia esto a la hora de elaborar el trasfondo de los personajes?
No lo sé. Nosotros no hemos trabajado con la gestalt sino con en los ensayos y con los actores día a día. No he usado ninguna técnica gestáltica para construirlos. Pero sí es verdad que la formación en la que ella estaba seguramente habrá influido a la hora de escribir esos personajes, al menos al hacer los bocetos. Pero nosotros a la hora de trabajar lo hacemos en los ensayos y haciendo propuestas, ejercicios, improvisaciones. 

¿Cómo han sido los ensayos hasta ahora?
Es un proceso que me gusta y con el que disfruto mucho. A mí me gusta casi más el proceso que el resultado. El resultado es un sitio al que se llega pero el proceso es lo interesante, el viaje, el cómo, el por dónde. Eso es apasionante, el viaje en sí es interesante, no solo el destino. 

Imagino que sirve también de formación personal.
En ese sentido somos una compañía muy horizontal, no voy con algo predeterminado. Me gusta ir a descubrir cosas, no tengo ninguna técnica para dirigir. Sencillamente dejo fluir y si una puerta se cierra estar atento a escuchar y a señales que se van produciendo en los ensayos. Es algo orgánico. Hay que ir con los deberes hechos desde casa pero donde realmente se trabaja es en el propio ensayo.

Es la segunda vez que se pone en la piel del director. ¿Cómo es? ¿Prefiere actuar o dirigir?
Me gustan las dos cosas, son dos formas de hacer lo mismo, que es contar historias desde puntos de vista diferentes. Una cosa alimenta y ayuda a la otra, se retroalimentan. Disfruto en ambos y no me planteo elegir. Es un oficio y dentro de él se puede hacer de todo. 

Con En construcción fue finalista de los Premios Max. 
Sí, fui finalista en la categoría de mejor dirección y también hubo candidatura por el texto en su momento. Son cosas que ayudan. Es un aliento.

¿Tiene algún proyecto futuro entre manos?, ¿alguna incursión en el cine?
Ahora mismo esto de giro con Invernadero y esta es una gira que llevamos todo el año y parte del que viene. Ver qué depara con Adentro. Más adelante empezaré a pensar porque tengo varios textos a los que echar mano pero ahora mismo no me planteo mientras esté en esto, ya de cara al verano. Para el cine tengo una película con Julio Medem para otoño-invierno pero todavía no sé muy bien fechas, está todavía por definir.

Fuente: Rocío García (elpais.com)
Es al final de esa noche tan larga y tan oscura, en ese amanecer que se sabe trágico, con el mar golpeando cerca, cuando el soldado dice por fin su nombre —“me llamo Sebastián, mi nombre es Sebastián”— y no miente sobre su edad —“voy a cumplir dieciocho”—. Es la confesión a un amigo que horas antes era un enemigo desconocido y al que le fue negando tenazmente sus dolores y carencias, sus angustias y la culpa que arrastra. Es el símbolo del muro que se ha desmoronado y con ello las banderas, los estandartes y los bandos de esa maldita guerra. La ideología es cosa interna de cada uno. El teniente de artillería, Rafael, también ha decidido poner palabras a su relato y ha llorado ante ese soldado desconocido por sus culpas y su amor intenso y feliz con un poeta. “Pagarán por cada lágrima y cada muerto… Los que te han obligado a estar aquí. Esos pagarán. Y los perseguirá la vergüenza hasta el último de sus días”, le dice Rafael, ya abrazado al desconsolado Sebastián. Las primeras luces del día inundan entonces esa lúgubre habitación de un hospital militar en Santander el 18 de agosto de 1937, justo un año después del asesinato en Granada de García Lorca. El mar sigue retumbando fuera.
La piedra oscura, título de una obra de teatro de Federico García Lorca, no se sabe si perdida o nunca escrita, de la que solo se conocen los personajes y los momentos iniciales, y en la que el poeta iba a abordar el tema de la homofobia, da título también a la pieza que el dramaturgo Alberto Conejero (Jaén, 1978) estrena el próximo miércoles en el teatro María Guerrero, de Madrid, bajo la dirección del argentino Pablo Messiez (Buenos Aires, 1974) y la interpretación de Daniel Grao y Nacho Sánchez. La piedra oscura, publicada por Ediciones Antígona con prólogo de Ian Gibson, está inspirada en el personaje real de Rafael Rodríguez Rapún, estudiante madrileño de Ingeniería de Minas, secretario del grupo teatral La Barraca y, según Ian Gibson, “el más hondo amor de Lorca”, que murió a los 25 años el 18 de agosto de 1937, luchando como teniente en el bando republicano tras las heridas sufridas en el frente de Santander, en Bárcena de Pie de Concha. A partir de hechos reales de la existencia de Rodríguez Rapún —dos años de investigación y testimonios directos de conocidos y familiares sobre este estudiante del que se conoce poco, hijo de un frutero y una criada, que muy joven vivió el impacto de conocer a Lorca no solo en su relación homosexual, sino también en ese explosivo y creativo entorno cultural de la II República en España—, Conejero teje un mosaico de ficción y fabula en torno a lo que pudo ser, pero no fue, la última noche de Rafael cuando, hecho prisionero por el bando nacional, pasó esas horas bajo la vigilancia de un jovencísimo e inexperto soldado que antes del comienzo de la contienda se dedicaba a las faenas del campo con su madre. Toda una construcción de una ausencia —nombres, datos y fechas son absolutamente reales— para poner sobre el escenario, de manera directa y emotiva, la necesidad de memoria colectiva —“¿cómo podemos seguir teniendo muertos en las cunetas?”, se pregunta Conejero, que prefiere hablar de memoria colectiva más que de memoria histórica—, pero también la redención a través del encuentro con el “otro” y la capacidad sanadora y salvadora del lenguaje cuando este se aborda sin manipulaciones. De alguna manera, la ficción le ha permitido al autor arrojar luz sobre la realidad.
Pablo Messiez, que con esta obra se estrena como director en el Centro Dramático Nacional, escenario que pisó en 2007 en su primer viaje a Madrid como actor con Un hombre que se ahoga, de Veronese, está fascinado. Se le ve exultante. Él, tan obsesionado siempre con el poder de la palabra, se ha encontrado con un texto que califica de “necesario y que trasciende una situación histórica concreta”. “El texto habla de la importancia de la memoria y de mantener los relatos de generación tras generación a través del poder de la palabra, de cómo cada uno de nosotros quedamos en la memoria de los otros. Es algo sobre lo que hay que volver una y otra vez. Y qué mejor que a través de Lorca y del teatro. Es una función que habla de la esencia del teatro, de repetir cada noche las palabras para que la historia no se olvide”. Pero, por encima de Lorca y de la tragedia de la guerra, La piedra oscura es, ante todo, según Messiez, el encuentro de dos personas que encarnan dos versiones diferentes y que, a medida que van poniendo palabras a sus relatos, palabras a las culpas que cada uno arrastra, van entrando en comunicación y se van acercando y sus cuerpos se transforman y sudan y lloran. “Lo más conmovedor es poder ser testigos del encuentro de esos dos seres humanos, tan alejados al inicio, y cómo se van necesitando poco a poco para acabar fundidos en un abrazo difícil de separar. Más allá de un trabajo arqueológico y de investigación sobre la historia, lo importante es dejarse llevar por la situación presente de estas dos personas que viven ante el espectador esa necesidad de encuentro profundo y verdadero entre ellas”.
Algo está pasando fuera de esas cuatro paredes lúgubres. Se oyen voces lejanas, gritos, portazos, órdenes. También el mar. Pero en esa habitación del hospital militar aguardan su destino dos hombres solos que no se conocen y que pertenecen a bandos enemigos. Uno es el guardián del otro, lleva una cruz colgada al cuello y tiene un fusil en el regazo. En la otra esquina, el prisionero, herido sobre un camastro sucio, con la camisa ensangrentada. Los dos nerviosos, angustiados. El guardián no quiere hablar, tampoco quiere oír las palabras del que tiene a su cargo —“Voy a aclararte una cosa. No me gusta hablar. Nunca me ha gustado hablar ni la compañía de los otros. No solo es el protocolo. No es solo que no nos convenga que alguien ahí fuera pueda escucharnos. Soy un hombre reservado. Piensa lo que quieras pero es así”—. El prisionero, Rafael, sí siente la necesidad de contar quién es, cómo se llama, quiénes son sus padres y hermanos, quiere que avisen a su familia si algo le ocurre… Insiste ante la cerrazón de su compañero. “¿Dónde estabas?”. “¿Cuándo?”. “Cuando empezó todo esto”. “Basta”. “Yo estaba en San Sebastián, de vacaciones…”. Y la conversación continúa y el soldado se va aflojando y cuenta que quería ser músico, que nunca fue al teatro y que a Lorca solo le oyó hablar una vez por la radio. Daniel Grao y Nacho Sánchez insisten en el tema del encuentro, ellos lo están viviendo en cada función de ensayo. “Es a partir de la escena donde nos contamos dónde nos pilló la guerra cuando todo se empieza a resquebrajar, la otra España, el bando contrario se desmorona y pierde todo el sentido. Es entonces cuando empiezan a aflorar los dos seres humanos con sus dolores y sus carencias”, asegura Grao, mientras Sánchez apunta: “Se ve cómo ambos personajes arrastran una culpa que comparten, que no les deja descansar y que todo ha sido provocado por ese suceso externo a ellos”. Y con el plus de belleza y admiración de “Federico y su teatro”, añade Grao, para quien esta función tiene un poder sanador. “En este encuentro no hay víctimas ni verdugos, ni malos ni buenos. Hay un punto de mayor conciencia y de pérdida del sentido de las banderas, las insignias y los estandartes de uno y otro bando. Es una manera sana de enfrentarse al pasado, de que cicatrice, pero para conseguirlo hay que enfrentarse a ello y no olvidarlo jamás”.
Y para que el espectador no olvide esa situación todavía inconclusa de los muertos en las cunetas, para que todos puedan detener un momento su mirada y ponerse en la piel de los familiares afectados, las 68 butacas de la sala de la Princesa del María Guerrero estarán cubiertas por unas camisas blancas con rastros de heridas y sangre, como la que lleva el prisionero Rafael, para, de manera simbólica, dar cabida en el teatro a los muertos de guerra. “Para ver esta función hay que sentarse sobre una ausencia”, dice Messiez.
La piedra oscura. De Alberto Conejero. Dirección: Pablo Messiez. Intérpretes: Daniel Grao y Nacho Sánchez. Teatro María Guerrero. Madrid. Del 14 de enero al 22 de febrero.

Encuentro con el enemigo

by on 15:59
Fuente: Rocío García ( elpais.com ) Es al final de esa noche tan larga y tan oscura, en ese amanecer que se sabe trágico, con el mar g...


Fuente: Alberto Ojeda (elcultural.es)

Reconoció Ionesco que el chispazo que le inspiró para escribir El rinoceronte fue el auge del nazismo. Cómo poco a poco fue ganando adeptos, pasando de ser un movimiento minoritario de exaltados a ser una marea social que alzó hasta el poder a un psicópata sanguinario. Fue un proceso gradual pero imparable: las camisas pardas y las esvásticas proliferaban por todas partes. También le conmovió (y avergonzó) cómo en la Francia ocupada los colaboracionistas se multiplicaban cada día. Hay que recordar que fueron cuatro (honrosos, admirables) gatos los que se echaron al monte con la Resistencia. “Pero El rinoceronte va mucho más allá de la metáfora antinazi. Su planteamiento la trasciende, por eso no tiene fecha de caducidad”, advierte Ernesto Caballero a El Cultural.

El director del Centro Dramático Nacional reposa en un sillón de su despacho del María Guerrero. Acaba de cortar el ensayo de su adaptación de la parábola de Ionesco, que estrena en este teatro el próximo martes (17). Durante el receso, desgrana su apremiante vigencia y analiza por qué su carga crítica no se ha diluido con el tiempo : “En el fondo, el conflicto que muestra es el de la conciencia individual frente a los proyectos o inercias colectivas. Nos alerta del peligro de que la manada pueda disolver la personalidad”. Un riesgo que se concretó, trágicamente, en el enfrentamiento de los radicales del Atleti y del Depor a la orilla del Manzanares. Puros rinocerontes envistiéndose con ferocidad animal. Pero esa amenaza, la de que la sociedad se vea seducida por ideales totalitarios o conductas degradadas, utiliza muchos señuelos para ganarse feligreses: el patriotismo que conduce al nacionalismo excluyente, las modas azuzadas por la publicidad que desembocan en el consumismo desaforado, la atracción por el dinero y el poder que anega de corrupción las instituciones públicas y financieras...

De todas estas derivas andamos sobrados y por eso Ernesto Caballero ha decidido rescatar el texto de Ionesco, a lo largo de cuyos tres actos los personajes van experimentado una llamativa metamorfosis: pasan de ser personas a rinocerontes. Un proceso que termina por arrinconar al protagonista, Berenger, que ve cómo todo su entorno sufre esta mutación. Primero, le toca de lejos: son tipos desconocidos los que empiezan a lucir cornamenta. Pero, poco a poco, la epidemia le va cercando: de pronto, compañeros de trabajo pasan al otro bando, luego sus amigos y finalmente su pareja. Hasta quedar solo, resistiendo, único bastión de la dignidad humana.


Héroes contra pronóstico

Eso sí, Ionesco no perfila un héroe romántico. Berenger es un borrachín indolente, con la voluntad anulada por el alcohol y la desidia. “Este detalle hace mucho más atractivo El rinoceronte. Ionesco nos presenta a un personaje al que se le ven las costuras. No es un tipo de una pieza”, apunta Caballero. “De hecho, al final reconoce que desearía convertirse en rinoceronte para acabar con su tormento. Para mí representa ese ciudadano anónimo que no se significa, que no se va jactando de sus ideales o de una impecable moralidad, el que responde ‘no sé/no contesta' en las encuestas, que parece pasar de los asuntos comunitarios, pero que luego, en una situación límite, hace aflorar la grandeza de su dimensión humana. Yo tengo mucha esperanza en este tipo de ciudadanos, creo que por ellos empezará la verdadera regeneración”. 


En el montaje del CDN, ese antihéroe lo encarna Pepe Viyuela, cuyo potencial como clown entronca a la perfección con los gustos de Ionesco. Aunque Caballero ha querido limar la “guiñolización” a la que propende el texto (explícita en las acotaciones de Ionesco). Lo acompañan sobre las tablas un elenco numeroso, con José Luis Alcobendas, Fernando Cayo, Ester Bellver, Bruno Ciordia, Janfri Topera... Todos ellos toman el testigo de montajes históricos. El rinoceronte, terminada por Ionesco en 1959, fue la primera obra que le procuró un público amplio e internacional. Ya había escrito La cantante calva (1950) y Las sillas (1952), que hoy son dos de sus obras más populares pero que en su día fueron acogidas con desconcierto. Jean-Louis Barrault la estrenó en el Odeon París en 1959 y sólo un año más tarde Orson Wells estampó su rúbrica en una producción londinense presentada en el Royal Court Theatre, con Laurence Olivier en la piel de Berenger. A España, curiosamente, llegó muy rápido: en 1961, de la mano de José Luis Alonso. Fue exhibida también en el María Guerrero. Luego, apenas hay rastro de este título en nuestras carteleras.

Caballero lo achaca a las dificultades técnicas que entraña cristalizarlo sobre la escena y a la heterodoxia de Ionesco, difícilmente adscribible a corrientes estéticas o ideológicas codificadas como sistemas cerrados. Y aquí surge un debate de gran interés. Porque es cierto que Ionesco ha pasado a la historia como uno de los máximos exponentes del teatro del absurdo. Pero él siempre renegó de ese marchamo. “Lo mío es teatro de la dérisión (burla, risión)”, decía. Se veía a sí mismo como un defensor del teatro tradicional, como “un realista supremo”: “Creo que el sentido de la vanguardia debe ser redescubrir -no inventar- en su estado más puro las formas permanentes y los ideales olvidados del teatro”. Parece una ironía pero no lo es en absoluto, según Caballero: “Ionesco era un hombre de escena total, un autor omnívoro que digería todos los materiales de la realidad y los reciclaba para el teatro. Su lenguaje sigue muy vivo. En él funde el eslogan publicitario, la cita filosófica, el aforismo callejero... Eso es lo que lo hace tan moderno, porque el teatro ha avanzado por ahí y esas combinaciones constituyen el verdadero realismo, no el que formularon algunos autores canónicamente realistas, pero demasiado encorsetados por preceptos ideológicos y carentes de sentido del humor”. 



Suscribe esa visión Alfredo Sanzol, que el año pasado montó Esperando a Godotde Beckett (otro de los emblemas del absurdo) y esta temporada ha vuelto a acreditar su parentesco con este movimiento en La calma mágica, pieza delirante y divertidísima, con una estructura y una intención (homenajear a su padre recién fallecido) perfectamente hilvanada. Y esa es, comenta a El Cultural, también la receta que aplicaron Ionesco, Beckett y compañía: “La etiqueta de ‘absurdo' es poco apropiada, equívoca. Bajo la aparente confusión de sus obras, si escarbas un poco, existe una maravillosa habilidad para construir el caos, para reordenarlo con otras reglas y una precisión extrema en la progresión dramática”. Lo cierto es que su gramática descoyuntada y sus farsas metafísicas ampliaron la experiencia teatral. Y fueron muchos los sucesores que expandieron su legado, algunos tan ilustres como Fernando Arrabal, Edward Albee, Tom Stoppard, Tina Howe, Christopher Durang... 

Ionesco fue siempre un verso suelto, aunque compartiese filias escénicas con una serie de autores: aparte de con el citado Beckett, también con Genet y Adamov. Pero su eclecticismo y el no aferrarse a credos definidos (y definitivos) han mantenido la frescura de su teatro casi intacta. Su condición de exiliado (rumano de origen pero trasterrado en Francia) le inmunizó, como a Berenger, frente a las masas electrizadas por totalitarismos rampantes. Lo dejó dicho en sus diarios: “Terrible exilio, solo, solo estoy, rodeado de gentes que para mí son duras como la piedra, tan peligrosas como las serpientes, tan implacables como los tigres. ¿Cómo se puede comunicar uno con un tigre, con una cobra, cómo convencer a un lobo o a un rinoceronte para que nos comprenda, qué lengua hablar? ¿Cómo hacerle admitir mis valores, el mundo interior que llevo conmigo? De hecho, estando como el último hombre de esta isla monstruosa, yo no represento más nada, salvo una anomalía, un monstruo. Sí, ellos me parecen ser rinocerontes”.




Monstruos de la opinión

Caballero siente una antigua predilección por Ionesco. Estos días bucea en las motivaciones que condujeron al dramaturgo de origen rumano a escribir El rinoceronte. Unas declaraciones suyas, publicadas en Le Monde en 1960, han sido especialmente reveladoras: “Recordé haber estado muy sorprendido en el curso de mi vida por lo que podría llamarse la corriente de opinión, por su evolución rápida, su fuerza de contagio, propias de una verdadera epidemia. La gente se deja subyugar de pronto por una nueva religión, una doctrina, un fanatismo, en fin, por lo que los profesores de filosofía y los periodistas con pretensiones filosóficas denominan ‘el momento necesariamente histórico'. Asistimos entonces a una verdadera transformación mental. No sé si lo habéis observado, pero cuando la gente no comparte vuestra opinión, cuando no podemos entendernos con ellos, tenemos la impresión de hablar con monstruos. Tienen una mezcla de candor y de ferocidad. Os matarían a conciencia si no pensáis como ellos.Y la historia nos ha demostrado en el curso de este último cuarto de siglo que las personas así transformadas no sólo se asemejan a los rinocerontes sino que también se transforman en ellos”. “Ahora bien -sentencia Ionesco-, es muy posible, aunque aparentemente extraordinario, que algunas conciencias individuales representen la verdad contra la historia, contra lo que se denomina la historia. Hay un mito de la historia, que ya sería hora de ‘desmixtificar', ya que la palabra está de moda. Son siempre algunas conciencias aisladas las que representan contra todos la conciencia universal”.

Fuente: Julio Bravo (abc.es)
La temporada teatral levanta el telón. La crisis (agravada en el sector por el IVA al 21%) zancadillea y, en algunos casos, derriba a los productores y empresas, cada vez más remisas a emprender nuevos proyectos, pero no frenan la creatividad de las gentes del teatro.
Como ejemplo, el bullente, cambiante y nutriente circuito alternativo, que ha transformado el teatro en la capital, y ha contagiado algunas de sus costumbres al circuito comercial; son cada vez menos frecuentes las largas temporadas y se imponen en los carteles las fechas cerradas para los espectáculos.
Hay excepciones, y entre ellas notables éxitos pasados que vuelven tras el verano (o en algún caso siguen) como«Toc-toc», «El Cavernícola», «La cena de los idiotas», «Una boda feliz» o «Burunganda» y «El nombre». Entre las novedades, propuestas para todos los gustos: clásicos, musicales, dramas, comedias, autores españoles... He aquí veinte de ellas que se estrenarán en Madrid entre septiembre y octubre.

Jugadores

Teatros del Canal, desde el 27 de agosto
Es una obra del dramaturgo catalán Pau Miró, estrenada hace un par de años en catalán con un reparto diferente. En esta nueva producción, dirigida por el propio autor, Luis Bermejo, Jesús Castejón, Ginés García Millán y Miguel Rellán interpretan a cuatro cincuentones fracasados y enredados por el juego.

El largo viaje del día hacia la noche

Teatro Marquina, desde el 4 de septiembre
Un clásico de Eugene O’Neill, uno de los padres de la dramaturgia contemporánea. «El largo viaje del día hacia la noche» es, para muchos la obra maestra del autor estadounidense. El aliciente de esta producción, dirigida por Juan José Afonso, es su pareja protagonista:Vicky Peña Mario Gas.

Calígula

Teatro Fernán Gómez, desde el 11 de septiembre
En 2013 se celebró el centenario del nacimiento de Albert Camus, y en pocos días coincidirán en Madrid dos obras suyas. Una de ellas es «Calígula», que llega al escenario en un montaje dirigido por el veteranoJoaquín Vida y protagonizado por Javier Collado.

Enfrentados

Teatro Amaya, desde el 17 de septiembre
Arturo Fernández va a ser infiel a su esmoquin, compañeros de escenario durante las últimas décadas, para vestirse en esta obra un clergyman. Encarna en esta pieza de Bill C. Davis a un carismático sacerdote a cuya parroquia llega un joven seminarista (David Boceta) con el que tendrá sonados enfrentamientos.

El loco de los balcones

Teatro Español, desde el 17 de septiembre
Continúa el Teatro Español con el ciclo dedicado a la obra teatral deMario Vargas Llosa con la puesta en escena de esta obra, escrita en 1993. José Sacristán es un profesor de historia del arte viudo y dedicado a rescatar balcones coloniales. Dirige la función Gustavo Tambascio.

El hijo de la novia

Teatro Bellas Artes, desde el 17 de septiembre
La película que con este título dirigió Juan José Campanelladescubrióun nuevo cine argentino, quesabía conmover a través de historias cercanas y llenas de humanidad. Ahora se ha realizado la adaptación teatral del filme, con Álvaro de Luna, Tina Sáinz yJuanjo Artero como protagonistas.

Donde hay agravios, no hay celos

Teatro Pavón, desde el 17 de septiembre
La Compañía Nacional de Teatro Clásico presentó en el festival de Almagro su nueva produccíón, que estrena ahora en Madrid. Se trata de una comedia de Ruiz de Alarcón llena de enredos y situaciones equívocas y que dirige la directora de la compañía, Helena Pimenta, con actores como Marta Poveda, Rafa Castejón Natalia Millán.

El ministro

Teatro Cofidis-Alcázar, desde el 24 de septiembre
Carlos Sobera regresa a los escenarios con esta comedia de trasfondo político escrita por Manuel Prieto y dirigida por Silvestre G. La actualidad gotea en la pieza, en la que acompañan a Sobera Marta Torné, Javier Antón Guillermo Ortega.

La plaza del diamante

Teatro Español, desde el 24 de septiembre
Lolita Flores vuelve al teatro para encarnar a la célebre Colometa de la evocadora novela de Mercé Rodoreda, la crónica de la Barcelona de posguerra. Dirige la función Joan Ollé.

Con la claridad aumenta el día

Teatro de La Abadía, desde el 1 de octubre
El dramaturgo mallorquín Pep Tosar ha tomado como punto de partida el libro «Mis premios», de Thomas Bernhard, un texto póstumo en el que el autor mostraba su animadversión por los galardones y reconocimientos.

Diez negritos

Teatro Muñoz Seca, desde el 2 de octubre
Agatha Christie es siempre sinónimo de éxito. El director catalánRicard Reguant ofrece una nueva versión de esta inquietante función, en la que la autora británica tensa la intriga con la paulatina y misteriosa muerte de sus protagonistas, encerrados e incomunicados en una isla.

Al final de la carretera

Teatro Fernán Gómez, desde el 2 de octubre
Una agridulce comedia de Willy Russell, autor de «Shirley Valentine», que habla de la crisis de valores con su particular humor arañador. Gabriel Olivares dirige un reparto de nombres populares:Melani Olivares, Marina San José, Raúl Peña Manuel Baqueiro.

Los justos

Naves del Español, desde el 2 de octubre
Segunda obra de Albert Camus en la cartelera madrileña. La versión, de José A. Pérez, convierte a los anarquistas rusos que preparan un atentado en etarras. Obra intensa que dirige Javier Hernández Simón.

Cancún

Teatro Infanta Isabel, desde el 3 de octubre
Jordi Galcerán es uno de los autores españoles vivos con mayor éxito y más representados. Llega al Infanta Isabel una nueva producción de esta comedia que combina risa y reflexión, y que protagoniza María Barranco.

Priscilla, reina del desierto

Nuevo Teatro Alcalá , desde el 3 de octubre
No podía faltar la apuesta musical en este arranque de temporada. En esta ocasión se trata de una producción de origen australiano basada en la película homónima. La dirección artística es de Àngel LLácer.

50 sombras de Grey

Teatro Nuevo Apolo, desde el 8 de octubre
Un musical que es en realidad una parodia de la célebre novela erótica que ha conquistado a millones de lectoras (sobre todo) en todo el mundo. Procede de EE.UU. y lo dirige Jesús Sanz-Sebastián.

VIP

Teatro María Guerrero, desde el 8 de octubre
Nuevo trabajo de Els Joglars, dirigido por Ramón Fontseré; en él, con su particular humor y causticidad, se ironiza sobre la sobreprotección a los niños de hoy.

Lluvia constante

Teatros del Canal, desde el 9 de octubre
Roberto Álamo Sergio Peris-Mencheta protagonizan este duro duelo interpretativo, en el que encarnan a dos jóvenes policías policías. La obra es de Keith Huff y la dirección de David Serrano.

Ricardo III

Teatro Español, desde el 29 de octubre
Juan Diego protagoniza esta versión de la extraordinaria obra de William Shakespeare, con dramaturgia de José Sanchis Sinisterra. Le acompañan en el reparto Julieta Serrano Asunción Balaguer.

El regreso de Concha Velasco



Fuente: Javier López Rejas (elcultural.es)

En su abundante correspondencia sentimental, Kafka llega a escribir: “Tengo la cabeza como una estación de ferrocarril, con trenes que parten, trenes que llegan, aduanas, el inspector jefe de fronteras me acecha, esperando mi pasaporte...”. Ése era el autor de La metamorfosis, un espíritu en permanente lucha con unos sentimientos que le arrastraron a lugares en los que nunca quiso estar: “Los besos por escrito no llegan a su destino, se los beben por el camino los fantasmas”.

Quizá provocado por ese choque de trenes interior o por esos fantasmas insaciables, Kafka dedicó su vida a desentrañar sus obsesiones como un sacerdocio, abrió la modernidad de par en par con personajes como Gregorio Samsa y Josef K. para que pudiesen transitar por sus páginas, esta vez sin pasaportes, los conflictos esenciales del ser humano contemporáneo. Y a esta misión se ha dedicado el autor Luis Araújo (Madrid, 1956) en Kafka enamorado, una obra que se estrena hoy en el Teatro María Guerrero de Madrid bajo la dirección de José Pascual y la interpretación de Beatriz Argüello, Jesús Noguero y Chema Ruiz.

El montaje muestra una historia real, la relación amorosa entre Kafka y Felice Bauer, tan compleja como sus protagonistas, que ven cómo se interpone entre ellos la autoridad familiar, las profesiones de ambos y un fuerte obstáculo de fondo: la literatura. Kafka llegó a la conclusión de que una vida matrimonial, burguesa y ordenada era incompatible con su dedicación a la escritura. “La biografía de Kafka es bastante desconocida a pesar de la enorme difusión de su obra -señala Araújo a El Cultural-. Sin embargo, su vida es una peripecia fascinante que pone de relieve el compromiso y la enorme dificultad que supone dedicarse a una literatura de calidad que indague en la experiencia humana. La calidad supone sacrificio, pero de eso hoy no queremos saber nada”. Araújo ha manejado para escribir Kafka enamorado textos del autor de El castillo. Cartas, diarios, cuadernos y varias biografías, en especial la de su amigo Max Brod, han pasado por sus manos para documentar cada una de las ráfagas existenciales que podrán verse sobre el escenario del CDN. No podía faltar entre estas referencias el emocionado estudio que Elias Canetti realizó en El otro proceso de Kafka (Sobre las cartas a Felice).

Araújo no quiere desvelar qué citas aparecen textualmente en la obra y prefiere que sea el espectador el que las “rastree” como parte del juego. “Aunque le diré que la última cita es la más conocida de todas”. Para el autor, la relación entre el escritor y Bauer desembocó en una enfermedad incurable: “Fue determinante en su vida como escritor y como persona”. Pero, ¿cómo miró el teatro el creador de Informe para una Academia? “Vivió la eclosión de las vanguardias de principios del siglo XX. Bebió de todos los movimientos y se interesó por todos los avances. Quizá su mayor aportación sea la desnaturalización del sentimentalismo. En cierto modo, la literatura de Kafka abre puertas al distanciamiento brechtiano. Busca al personaje como sujeto pasivo de una maquinaria que le supera y le maneja”. Quizá por todo ello, el corpus de Kafka, que incluye títulos como América o Carta al padre, puede conectar con la actualidad sin retorcer los argumentos. “Sufrió horriblemente la obligación de ganarse la vida -añade Araújo sobrado de motivos para indagar en su biografía-, lo que le quitaba tiempo y energía para escribir. El dilema sigue vigente hoy pero la tendencia es a disimularlo, cuando no a despreciarlo. Considerar la cultura como mercancía es una falacia interesada que nuestras sociedades pagarán caro a largo plazo”.

Y es así, con la empecinada actualidad bajo el brazo, como el autor de Luna negraLa parte contratanteLos gatos blancosEnemigoMercado libre oTrayectoria de la bala se atreve a recomendar algunos títulos de Kafka a la clase política de nuestros días: “Uno de ellos sería Cuadernos en octavo, porque no creo que fueran capaces de comprenderlo. Al menos, atisbarían que hay algo en la vida humana y en la sociedad que va mucho más allá de su estrechez de miras. Naturalmente, también El Castillo, por razones obvias, y los relatos Un artista del hambre y La muralla china. Este último contiene una actualísima metáfora sobre la distancia entre el poder y los ciudadanos”.

Finalmente, Araújo, que publicará en un libro la versión “del autor” de Kafka enamorado, no es del todo optimista con respecto a la situación que vive el teatro. Mucho más que kafkiana: “Desde el punto de vista de la creatividad estamos en un momento brillante, tenemos decenas de autores valiosísimos reconocidos internacionalmente pero desde el punto de vista de la gestión es una vergüenza. Los autores españoles son la auténtica ‘Marca España', mucho más que la tecnología, la industria y no digamos el comercio. España exporta cultura desde tiempos inmemoriales. Ahora se intenta montar casinos en vez de exportar autores que lleven nuestra imagen por el mundo”. Inevitable enfrentarse a estos choques de trenes, a los fantasmas de Samsa y Josef K y a las contradicciones entre la pureza del arte y la evasión del mercantilismo. Llega Kafka enamorado para ponerlo en evidencia.

Fuente: Rosana Torres (elpais.com)

“Para mí es un milagro que exista La rendición como libro y que, a través de Isabelle Stoffel, se haya convertido en un montaje que estrena el mayor teatro nacional español; es un milagro tan grande como el que viví la primera vez que practiqué sexo anal”. La australiana Toni Bentley, residente en Nueva York desde pequeña, y autora de La rendición, su controvertido libro de memorias íntimas, publicado en 18 países, es firme y asertiva a la hora de defender la sodomía. Su apología de esa práctica sexual dio el salto a los escenarios el pasado año, cuando la actriz Isabelle Stoffel hizo la versión escénica de La rendición (Tusquets Editores/La Sonrisa Vertical) con puesta en escena del también cineasta Sigfrid Monleón. Se estrenó en Microteatro por dinero, un mínimo escenario del centro de Madrid, pero tal y como está ocurriendo con muchos modestos, pero inteligentes montajes, ha dado el salto a los grandes circuitos teatrales. De hecho, mañana inicia una nueva andadura, no sólo nacional, en la sala de la Princesa del Teatro María Guerrero del Centro Dramático Nacional, donde el personaje protagonista de esta curiosa autobiografía lanza toda una soflama filosófica, irónica, espiritual y erótica en la que cuenta cómo, a pesar de su ateísmo, encontró a dios en el mismo momento que fue sodomizada por primera vez.

La autora cree que la penetración anal es el vicio o pecado bíblico de Sodoma y Gomorra que se ha hecho más popular y ha tenido más trascendencia por varias razones: “La primera es que sucede mucho más de lo que la gente admite, sobre todo en parejas heterosexuales, pero también creo que la naturaleza del tabú que es inherente a la sodomía tiene su base en la vergüenza; el ano es un punto de nuestro cuerpo que desde la niñez se nos acostumbra a verlo como algo sucio, muy privado, y al compartirlo en la edad adulta se convierte en un hecho muy importante, donde emerge la complicidad y una intimidad más grande y mucho más vulnerable”, señala Bentley de este punto del cuerpo humano que ella conecta con el arquetipo de la sombra en Carl Gustav Jung; un concepto que para este psiquiatra y ensayista representa cualidades y atributos desconocidos o poco conocidos del ego tanto individuales, como colectivos. “Cuando queremos ver nuestra propia sombra nos damos cuenta (muchas veces con vergüenza) de cualidades e impulsos que negamos en nosotros mismos, pero que podemos ver claramente en otras personas”, afirmaba Jung.
“Es muy importante el tema de la vergüenza, podríamos decir que el ano es un reflejo de la personalidad sombra, además a las mujeres nos dicen desde pequeñas que el sexo es por la vagina, cuando tenemos tres posibles formas de penetración y además el recto y la boca están conectados”, sostiene Bentley, una autora que ha escrito otras muchas obras, pero siempre cercanas al ensayo, a la no ficción, incluso la biografía de la conocida bailarina Suzanne Farrell. “En mis libros siempre digo la verdad, muchas personas creen que La rendición es una novela, pero desgraciadamente, por la parte de dolor que conlleva, hay en ella una autobiografía, son unas memorias íntimas”, señala esta mujer que nunca fue a la Universidad, pero siempre escribió un diario, y su primer libro lo aborda a los veinte años, como bailarina del New York City Ballet de George Balanchine, donde entró a los 18 años y desarrolló una carrera profesional de 10. Abandonó por una lesión de cadera: “Fue muy traumático, pero al menos podía escribir sobre ello y hoy para mí lo de escribir es sobrevivir; de niña pensaba que nunca podría decir la verdad; pero leí muchos libros, incluido Henry Miller, me lo tomé muy en serio y vi que en el papel sí puedo decir la verdad, toda la verdad, y La rendición es un ejemplo de eso, de ahí que esta obra estuviera predestinada a llegar a un escenario, porque ahí también todo lo que ocurre es verdad; en mi interior veía el monólogo de una mujer, pero no pensé que se podría hacer realidad hasta que llegó la propuesta de Stoffel…, de hecho ni siquiera pensé que iba a pasar el libro, incluso recuerdo que cuando se lo entregué a mi agente literario se horrorizó con el tema”.
Ella sabe del puritanismo de los estadounidenses en lo que al sexo se refiere: “Les puso muy nerviosos mi libro, les espantaba. Sobre todo eran las mujeres quienes se ponían muy nerviosas y de hecho me marcaron como no feminista por encontrar placer en la sumisión. Cuando lo que he hecho es llevar el feminismo a la sodomía, porque siempre ha sido considerado un tema gai, y yo soy una mujer heterosexual que quiero no sólo los mismos derechos para las mujeres sino también las mismas prácticas sexuales. Es un guiño a las mujeres para que sepan que la sodomía no es sólo para homosexuales y que el sexo siempre es y ha sido una paradoja”. 
Tanto la obra de Bentley, reconocida por la crítica, como el montaje de Monleón, están marcados por un fino humor y una sardónica ironía, algo que a la escritora le parece imprescindible. “El sexo y la sodomía son para mí tan serios y tan absurdos, que el humor y la ironía ayudan a conectarlos; el sexo tiene que ver con la muerte, Eros y Tanatos siempre unidos, y la manera de sobrellevarlo es con humor. No podría vivir sin humor ni ironía porque estaría llorando todo el rato”, dice esta escritora que cree que al describir el sexo a través de la seriedad, como la religión o dios, se corre el riesgo de ser ridículo.
La rendición, que se ha publicado en 18 países, vive ahora otra vida como montaje teatral. Stoffel ha hecho también la versión alemana e inglesa y se tiene previsto presentar el espectáculo en Nueva York, Los Ángeles, Alemania y Suiza. De momento el CDN hará un encuentro con el público el sábado y el lunes día 21 el ciclo Lunes con voz reunirá a Bentley, al director y la actriz con Lorena Berdún para debatir sobre este tema con el público, que puede asistir libremente hasta completar aforo.


Silvia Marsó se ha enfrentado, en los últimos años, con dos de los más importantes personajes de la literatura dramática universal: la Nora de Casa de muñecas, de Ibsen, y la protagonista de Yerma, la tragedia que escribió Federico García Lorca. Hoy llega al teatro María Guerrero, dentro de la programación del Centro Dramático Nacional, este último texto, con dirección de Miguel Narros. En el reparto, además de Silvia Marsó, figuran Marcial Álvarez, María Álvarez, Iván Hermés, Eva Marciel y Roser Pujol, entre otros actores. A pocas manzanas del Teatro Español (donde se estrenó el 29 de diciembre de 1934), en un hotel de la calle Atocha, Silvia Marsó reflexiona sobre un papel que, dice, sigue descubriendo porque es un pozo sin fondo.
¿Dónde ha encontrado su nexo de unión con el personaje?
Hay varios. Uno de ellos, el amor a la naturaleza, el sentimiento de vivir en el planeta, que comparto con Yerma. Desde pequeña he aprendido a no sentirme la dueña de lo que me rodea. Y mucho antes de que el término ecologismo se utilizara, García Lorca escribió una obra que, entre otras cosas, era profundamente ecologista.
¿Qué aspectos del personaje le llaman más la atención?
En primer lugar la honra, que no tiene nada que ver con la religión, con la educación o con la moral social. Es una honra que tiene que ver con la dignidad de la persona, y es algo que yo he visto en mi madre: la dignidad, la pureza, algo que sale de ella. Porque si faltara esa honra, ella podría ser madre con cualquiera. Pero hay un estrato que me maravilla, y es el destino roto de Yerma. Ella estaba destinada para Víctor, y alguien lo truncó:su padre, que por codicia decidió casarla con otro hombre. Y en ese aspecto la obra es tremendamente actual, y a mi entender escalofriante. Ahora es el momento en el que hay más Yermas. La codicia de los banqueros ha generado la crisis, y ha truncado así el destino de millones de jóvenes; son los más preparados de la historia, hablan varios idiomas y tienen varias carreras, pero no podrán desarrollar su destino... Y tampoco podrán traer hijos al mundo. Nuestra tasa de natalidad es la más baja en muchos años. En la obra, todos los verbos que utiliza Juan, también un hombre codicioso, tienen que ver con la posesión:tener, acaparar, trabajar... Mientras que los de Yerma tienen que ver con la vida y con la libertad. Como Nora, es una heroína a pesar de ella misma
Hay quien sostiene que Lorca se retrató en 'Doña Rosita la soltera', obra que usted también interpretó. ¿Está retratado también en 'Yerma'?
Lorca está en todas sus mujeres. También en todos sus hombres, pero él, por primera vez en nuestro teatro, le dio voz a la mujer, a sus tragedias. No creo que quisiera expresar sus frustaciones a través de sus personajes;él estaba por encima de todo eso y escribió un drama universal de todas las épocas.
Debe de ser un placer poder decir un texto tan bello.
Decirlo y escucharlo... Todavía hoy hay frases que me sorprenden por su belleza. Y sus palabras son creadoras de imágenes tan claras que cualquiera puede verlas, y por eso gusta a todo el mundo. Tiene momentos de vida, de luz, es hermoso de hacer y de ver, porque sabía llegar a lo más profundo del ser humano.
¿Qué tal la experiencia con Miguel Narros, uno de los más grandes del teatro español?
–Increíble. Al principio me creaba inseguridades, porque cada día cambiaba lo que habíamos hecho el día anterior. Y llegué a pensar que no le gustaba. Pero poco a poco fui entendiendo que es su forma de trabajar. Yo le llamo «el Van Gogh del teatro» porque, al igual que un pintor impresionista, va creando el lienzo a base de pinceladas y correcciones, hasta que consigue el efecto que desea.


Fuente: Manuel Morales (elpais.com)
La obsesión de Yerma, esa mujer que llega a la enajenación por la imposibilidad de tener hijos, por un marido incapaz de amarla y una vida agraz vuelve al escenario madrileño. Una de las tragedias clásicas de Federico García Lorca, que se representó por primera vez en 1934 protagonizada por un mito como Margarita Xirgu, llega ahora con Silvia Marsó como Yerma y con el veterano Miguel Narros en la dirección.
Narros y Marsó, acompañados de otros actores de este montaje delCentro Dramático Nacional, asistieron ayer, en el teatro María Guerrero —donde se representará desde hoy viernes y hasta el 17 de febrero—, a una presentación que se convirtió en un diálogo entre el director y los intérpretes repleto de preguntas, réplicas y acotaciones. Para Narros, esta versión, que cuenta con música de Enrique Morente, "es una vuelta a la Yerma más desnuda, a la esencia de la obra": la de una mujer que no logra ser madre y vive en una Andalucía árida un matrimonio de conveniencia (la de su padre).
La barcelonesa Marsó, que ha tomado el testigo de Margarita Xirgu, Aurora Bautista o Nuria Espert, entre otras yermas, trazó una línea paralela entre esta obra escrita hace 79 años y la España de hoy. "La codicia de unos banqueros ha truncado el destino de millones de jóvenes, que no tienen para una casa, que no pueden tener hijos, estos son los yermos y las yermas de hoy. Hala, ya lo he dicho, tenía que quedarme a gusto".

La relevancia de los símbolos

Su compañero Marcial Álvarez, Juan en la obra, el marido de Yerma, hizo hincapié en "la castración del erotismo" y el "peso de la religión" que domina el texto de Lorca, una obra que calificó como "de gran profundidad poética". Una prosa bella que cambia a verso cuando la protagonista se refiere a ese hijo que tanto desea y no puede tener. De su personaje, Álvarez dijo que "es un hombre incapaz de amar como debe a su esposa". Su oponente en el escenario es Víctor, pastor al que el actor Iván Hermes definió como "la representación de la sensualidad y de la libertad". Sí, pero una libertad "con condiciones", matizó Narros, encantado durante la presentación con el juego de poner en aprietos a los intérpretes con sus agudas preguntas.
Sobre este montaje, que comenzó a rodar en Murcia el pasado marzo y ha recorrido varias ciudades, Narros mencionó la relevancia de algunos símbolos. "El agua como elemento fecundador; el fuego, que arde en los personajes…", pero no quiso comparar esta Yerma sobria con la que montó hace 15 años. "Para eso soy como un padre con sus hijos: los dos son guapísimos y muy listos".
Yerma comparte sus confidencias con su amiga María (Eva Marciel). La joven actriz hace de alguien "puro e inocente, que sí ha alcanzado la maternidad". Entonces, "¿por qué huye de Yerma?", inquirió Narros. "Porque Yerma la envidia, ve que María tiene lo que ella no ha podido conseguir. Es que esta obra es un canto a la maternidad", añadió este madrileño nacido en 1928, premio Nacional de Teatro en dos ocasiones, que ha montado y dirigido obras de Shakespeare, Faulkner, Tennessee Williams, Chéjov, Lope, Pirandello, Beckett... Son 60 años en los escenarios.
Narros también recordó la primera vez que se pudo ver Yerma durante la dictadura de Franco, en el año 1960, con dirección de Luis Escobar y protagonizada por Aurora Bautista. En aquella ocasión él fue uno de los figurantes de la función. En 1971 Núria Espert y el director Víctor García alumbraron una versión considerada histórica. La larga ausencia deYerma en las tablas ha propiciado que estén vendidas casi todas las entradas para el mes y semana que estará en Madrid.
En lo que ayer estuvieron de acuerdo todos los asistentes es en que Lorca planteó un conflicto "universal", por eso Yerma es un clásico, porque tiene vigencia. "El mundo está plagado de casos de opresión a las mujeres. Ahí están los asesinatos en el hogar, el machismo. Y no digamos lo que ocurre en los países musulmanes", apuntó Marsó. "Ni siquiera hace falta irse a esos extremos", agregó Marcial Álvarez. "El maltrato puede ser psicológico, porque a muchos hombres no se les ha educado correctamente y eso crea intolerancia". De la actualidad deYerma dio cuenta Narros al recordar que tras una función en Córdoba "una mujer de unos 50 años me dijo que no había parado de llorar durante toda la representación porque estaba viendo su propia vida".
¿Volcó Lorca en Yerma su propia frustración y obsesión? "Lorca era homosexual y, según Margarita Xirgu, el personaje principal representaba también lo que él sufrió", contó Narros. Para Marsó está claro: "Él siempre compartía algo de su vida con sus personajes".
Yerma. Desde hoy hasta el 17 de febrero. Teatro María Guerrero.