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Fuente: Eduardo del Campo (elmundo.es)

Nadie esperaba este fin de semana, al asistir al estreno absoluto en el festival de teatro de Nápoles de la nueva obra de Rafael Spregelburd, aclamado como uno de los más brillantes autores/directores de los últimos años, que el título fuese a resultar premonitorio para gran parte del público: 'Spam'. Esos correos electrónicos no deseados, el 'spam', 'junk' o correo basura, que saturan los buzones con sus extravagantes reclamos comerciales e intentos de fraude, son uno de los puntos de partida del proyecto que el autor argentino ha montado en colaboración con el único intérprete, el italiano Lorenzo Gleijeses. Mensajes que serían simpáticos si no fueran tan 'jartibles', como los que invitan a alargarse el pene o los que intentan estafar al internauta incauto con el timo de la estampita virtual.

El 'spam' es en 'Spam' un elemento más de lo que parece una gran crítica/parodia del exceso intoxicante de supuesta información y de supuestos utilísimos 'gadgets' que nos absorben, de la caótica avalancha de discursos que indigestan al usuario hasta sacarlo de la realidad a base de atracones digitales. Una crítica que, durante la obra, baraja con ingenio el traductor de Google, el Pay Pal, el Windows o las videoconferencias con retardo, en el plano informático, y que suma, en el plano de la actualidad política, el naufragio del crucero 'Costa Concordia', con el diálogo real entre el comandante en fuga y la torre de control, o un ficticio atentado contra el hasta hace poco primer ministro italiano Mario Monti.

Éste aparece porque la obra cuenta la historia de un profesor universitario homónimo del primer ministro y especialista en lenguas extintas que amanece con la memoria perdida en el hotel Caravaggio de La Valletta, Malta, adonde huyó el pintor Caravaggio tras matar a un hombre en Italia. El amnésico intenta, vestido con un frac que lució Sean Connery en 'Doctor No', descubrir quién es él y por qué está allí a través de los rastros de su ordenador portátil y los correos electrónicos de una estudiante de tesis, proceso en el cual aparece una delincuente de Kuala Lumpur que lo persigue por haberse quedado con una millonaria partida de dinero negro que le había confiado por transferencia bancaria y... Bueno, mezclando elementos rocambolescos esta 'intriga internacional' podría continuar hasta el infinito añadiendo conexiones sacadas de la batidora universal de internet, Google y Wikipedia. Lo rocambolesco no ha nacido con internet, claro, pues el mundo real es más complejo todavía que su réplica virtual, pero con internet se vuelve más fácil recurrir a él.

El problema en este caso es que, a fuerza de ir añadiendo discursos y giros durante dos horas que reposan en los hombros del monólogo del único actor, apoyado por los efectos sonoros en directo de Alessandro Olla (autor también de los vídeos), la obra, paradójicamente o no, acabó saturando al público, parte del cual abandonó el Teatro Nuovo antes del final, mientras que el resto acogió el cierre con unos pocos aplausos cansados. Que empezara la obra a las 22.30 horas no ayudó a tener un auditorio mentalmente fresco. Este montaje requiere verlo con las pilas cargadas.

Algo hay en el correo

Y es una lástima que el estreno terminase así, porque el esfuerzo es muy grande y porque 'Spam', al igual que las avalanchas de correo reales, está lleno de hallazgos que por sí mismos pueden entretener/despertar/estimular mucho al espectador, siempre que éste, igual que el lector de 'e-mails', disponga de tiempo, energía y concentración para abrirlos y apreciarlos. Hasta los mensajes más valiosos se pueden acabar perdiendo y confundiendo cuando están inmersos en un torrente de 'spam', o pueden depreciarse por su multiplicación orgiástica en el mercado: el exceso siempre acaba pasando factura.

Hallazgos como la fantástica, aguda historia mostrada con ilustraciones en vídeo del idioma de un ficticio pueblo de Oriente Medio que fue creciendo en tan maravillosa como absurda complejidad hasta provocar la extinción de sus hablantes, o la cómica historia, inserta en vídeo a modo de crónica bufa de sucesos televisivos, de unos padres que denuncian que la muñeca china que le han comprado a su hija en vez de decir "quiero jugar" le escupe "puta" al pulsarla, o... Hay más ejemplos, pero dejémoslo ahí. La acumulación discursiva de ‘Spam’ acaba desactivando la fuerza de su inteligencia al provocar que el espectador que iba siguiendo la intriga desconecte antes del final, si es que el final existe y éste tiene sentido, que el autor no enuncia. Uno deduce que la tragicomedia del protagonista sin memoria es que el 'spam' le desborda el cerebro y anula su identidad en vez de ayudarle a reconstruirla.

Se supone que uno de los logros del arte es rebuscar en la montaña de basura para construir con sus desperdicios artefactos bellos, útiles o elocuentes. Pero también ocurre que el arte acaba contribuyendo, como todo lo que se mueve, no tanto a reciclar como a seguir añadiendo paletadas a una montaña infinita de cáscaras y ruidos. A juzgar por la reacción del público en el fallido estreno de la última de Spregelburd, 'Spam', sin quererlo, se convierte un poco en ídem por exceso, sepultando su riqueza bajo tantas capas. Quizás un recorte/edición le vendrá bien a la obra para que el espectador no se vaya con la sensación de haber sido sobrepasado, si es que ésta no era la intención del autor. Que no lo será, porque, si la vida cotidiana ya está llena de todo, ¿para qué inflarla más?

Y un último apunte: en este tiempo de crisis en que se imponen las obras con elencos reducidos a la mínima expresión, con uno, dos o tres actores (que ya parecen manifestación, y que además encarnan a varios personajes), merece la pena preguntarse si esta austeridad estimula la imaginación o sólo empobrece la escena. Esta semana, en el festival napolitano, el veterano Peter Brook ha caído mal con su versión de Beckett de teatro maxi-minimalista, y el día siguiente Spregelburd no ha conectado tampoco, pero por lo contrario, el exceso discursivo. Ambas obras tenían en común tener un solo actor. Que recorten lo que sobre y lo que no funciona; pero no los actores de carne y hueso moviéndose y dialogando en el escenario: sin ellos, no hay teatro que valga.

Fuente: Javier López Rejas (elcultural.es)

Evitar el ruido y las ambigüedades. Estas son las máximas teatrales del autor argentino Rafael Spregelburd (Buenos Aires, 1970), cuyo talento teatral se ha consolidado ya en países como Alemania, Francia e Italia. Mientras triunfa en la cartelera teatral de Múnich con Call me God y con la telenovela Europa (producida por varios países), prepara Spam, un monólogo con formato de ópera, y una obra para el TNC catalán sobre las fronteras del arte a propósito del Ecce Homo “retocado” por Cecilia Giménez en Borja. Este miércoles lleva al Centro Dramático Nacional Lúcido, una obra dirigida por Amelia Ochandiano y protagonizada por Isabel Ordaz, Alberto Amarilla, Itziar Miranda y Tomás del Estál en la que se encuentran las claves psicológicas y sociales de Spregelburd. Ya en la primera escena la protagonista reclama a su hermano el riñón donado siendo niños...

Adaptar una obra a un país en concreto siempre es un reto. ¿Cómo ha sido el trabajo con Amelia Ochandiano?
Bueno, los autores vivos solemos ser un problema para los directores. Y mucho más cuando se trata de autores que montan sus propios textos. Supongo que yo tengo demasiada información y demasiados datos acerca de mi propia obra, pero no tengo una clave fundamental que Amelia sí debe tener: la de entender por qué y para qué esta obra en España. Es probable que haya más malentendidos que acuerdos, pero eso está contemplado en las generales de la ley. Arrancar una obra y transplantarla a otra cultura supone todo tipo de injertos para que la pieza sobreviva lozana y fresca.

¿Puede entenderse el personaje de Lucrecia sin su relación con los demás protagonistas de la obra?
No suelo pensar en los personajes de manera aislada: todos son engranajes de una estructura, de una máquina biológica que es la obra. Lucrecia no existe fuera del mundo que Lúcido le propone, y es por eso que me cuesta mucho hablar de sus características si no es en relación a las características del lenguaje de la obra en general. Los cuatro -o cinco- personajes de la obra viven en la rara, angosta intermitencia entre la pesadilla y la vigilia, y Lucrecia no es la excepción. En la primera escena ya la vemos regresando al hogar materno para exigir que su hermano Lucas le devuelva el riñón que le donó cuando eran niños. Después de esto, sólo queda subir aún más la cuesta.

¿Se podría decir entonces que la obra es un ajuste de cuentas con el pasado?
Sí, puede ser. ¿Qué es el pasado? ¿Ocurrió realmente, o es una mera especulación del presente, que necesita desesperadamente de causas para entender sus propios efectos? Soy un curioso instigador de catástrofes: en mis obras la línea que une causa y efecto suele ser una curva de dudosa consistencia. Pero es posible que el pasado remoto, aquello que esta familia debió velar, por doloroso o por inescrutable, regresa tercamente en el final de la pieza, uno de mis finales más abismales y con menos concesiones.

¿Consideraría la familia como un grupo de desconocidos?
O algo mucho peor: como conocidos que no han elegido vivir juntos, pero que no han tenido otra opción. Lo cierto es que las obras sobre familias disfuncionales han saturado -al menos en Buenos Aires- las páginas de la dramaturgia contemporánea, Esta obra es tal vez un intento de respuesta a esa tendencia que supone e impone que los autores “debemos hablar de lo cercano, de lo familiar, de lo conocido”. Nada más extraño y más diabólico que lo conocido. Esta situación no es más que una excusa: creo que el fondo tragicómico de la obra radica en otra parte: en lo difícil que es determinar qué es la realidad.

¿Cómo ve el teatro español en estos momentos?
Me cuesta hablar del tema, porque sospecho que conservo una postal vieja de la España previa a la crisis. Creo entender, no obstante, que España se ha ido “argentinizando”. El término es contradictorio, pero implica algunas modificaciones que -creo yo- a la larga terminan siendo saludables: ante la crisis, muchas compañías han apostado por tomar espacios más independientes, en los que el público también ha decidido volcar su propia curiosidad; el recorte en los subsidios ha ido determinando lentamente que sólo sobrevivan los espectáculos basados en la furiosa pasión de sus hacedores, más que en cualquier otra moda o tendencia instituida. Los autores valiosísimos que antes eran un poco marginales y que trabajaban sobre el achicamiento de los recursos tecnológicos para devolverle al teatro una enorme riqueza en su capacidad imaginaria (Paco Zarzoso, Lluisa Cunillé y tantísimos otros) ahora aparecen equiparados -en condiciones de pobreza- con todos los otros medios de producción. Supongo que no es alentador que esto os los diga un argentino, pero al menos en nuestro país, las crisis han fortalecido al teatro de un modo que nadie hubiese podido imaginar.

CREACIÓN Y DIRECCIÓN: RAFAEL SPREGELBURD
TRADUCCIÓN: MARC ROSICH
INTÉRPRETES: CRISTINA CERVIÀ, TONI GOMILLA, DAVID PLANAS, ALBERT PRAT y MERITXELL YANES
PRODUCCIÓN: EL CANAL-Centre d'Arts Escèniques de Salt/Girona, PREMI QUIM MASÓ, PREMI PROJECTES ESCÈNICS DE L'AJUNTAMENT DE PALMA, MENTIDERA TEATRE y PRODUCCIONS DE FERRO
TEATRE LLIURE GRÀCIA


Querer explicarlo Tot tiene sus inconvenientes. Ya lo explica el refranero popular que quien mucho abarca poco aprieta y este dicho define a la perfección esta obra. Proyecto arriesgado el de Rafael Spregelburd que en dos horas corridas y en tres actos ha querido mostrar, a través de fábulas los principales dilemas/problemas que la sociedad actual atraviesa.

En la primera fábula nos enfrentamos a la burocracia estatal, al más puro estilo de 'Vuelva usted mañana' de Larra. Argumento complicado pero que gracias a unos diálogos bastantes bien trabados incluso despierta la carcajada a más de uno de la sala. En la segunda fábula nos enfrentamos al poderoso caballero don dinero, y nos incita a pensar que todo lo que nos rodea es un negocio. La atención decae, al igual que el ingenio de sus diálogos, demasiadas ida y venidas, preguntas sin respuesta y intento de hacer avanzar una acción que se ha estancado por los siglos de los siglos. Pero para rematar el empacho, la tercera fábula mezcla la religión con las supersticiones para traer a colación que, (oh novedad!) la religión o las diferentes religiones es una superstición más de los hombres.

Spregelburd vuelve a contar con la compañía Mentidera Teatre, con la que ya cosechó un gran éxito en su obra Lúcid, pero que esta vez ni los mismo intérpretes de la obra han encontrado el rumbo de sus personajes y sus intentos por llegar a buen puerto fracasan en todo momento. El vacío escenográfico tampoco les ayuda mucho, tres cambios de atrezzo que sirven de bien poco ante un texto escasamente maquillado.

Tot podía haber sido una gran obra y un buen montaje, pero el resultado nos deja un ejercicio pretencioso y sinsentido. Una lástima para un autor del que esperábamos más que un simple viaje por la superficialidad. Quizás encontremos en Buenos Aires la parte Lúcida que esperábamos encontrar en Tot.

TOT

by on 17:02
CREACIÓN Y DIRECCIÓN: RAFAEL SPREGELBURD TRADUCCIÓN: MARC ROSICH INTÉRPRETES: CRISTINA CERVIÀ, TONI GOMILLA, DAVID PLANAS, ALBERT PRAT...