José Luis Gómez: "El equipo de La Abadía es una tropa de élite"


Fuente: Fernando Díaz de Quijano (elcultural.es)

José Luis Gómez lleva décadas regando con mucho mimo el teatro, un árbol “con raíces bien profundas y con ramas que crecen al ritmo de la vida”. Así, con este compás lento y nutritivo, ha llegado el vigésimo aniversario del Teatro de la Abadía, templo consagrado al teatro de calidad en Madrid. La efeméride se cumple en febrero, pero la “casa de arte” que regenta Gómez ha iniciado ya su celebración reponiendo uno de sus espectáculos más elogiados: Entremeses, de Miguel de Cervantes, que fue su tercera producción allá por el año 1996 y que vuelve al cartel de La Abadía desde este miércoles hasta el 15 de febrero de 2015. La obra reúne tres de estas piezas supuestamente menores del autor: La cueva de Salamanca, El viejo celoso y El retablo de las maravillas.

¿Por qué han decidido celebrar el aniversario con esta obra y no, por ejemplo, con el Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte de Valle-Inclán, que fue la primera producción propia de La Abadía?

Por varios motivos. Primero, porque se cumplen 400 años de la publicación de los entremeses, después de la muerte de Cervantes. Segundo, porque son obras maestras. Como decía Juan Goytisolo en la nota que nos escribió cuando se estrenaron, los exégetas más conservadores los denostaron durante mucho tiempo como si fueran piececillas inmorales indignas de la pluma que escribió el Quijote, cuando en realidad son obras perfectas que, como plantas en miniatura, reproducen la copa airosa e inmensa del gran árbol literario de Cervantes.

Usted inventó un marco para unificar estas tres piezas independientes en un único espectáculo. ¿Cómo se le ocurrió?

Estaba paseando por mis queridos campos de Segovia y me paré a descansar bajo la copa de una encina inmensa. Allí me vino la idea: el marco de la obra serían unos jóvenes que durante las fiestas de su pueblo se reúnen alrededor de un árbol para representar los entremeses, desde el amanecer hasta la caída del sol, y sin más utilería que las banquetas que tuvieran en casa y los bastones que usasen en el campo. Todo está trufado con canciones y refranes muy propios de la época de Cervantes y con un vestuario inspirado en los trajes regionales.

¿Qué vigencia siguen teniendo a su juicio los entremeses de Cervantes?

Conservan una vigencia enorme por la doble moral imperante, tanto en lo económico como en lo personal, como nos demuestran cada día los titulares. La gran diferencia es que Cervantes, que tuvo una vida amarga y dura, ejerció la crítica pero siguió creyendo profundamente den la dignidad del ser humano. Creo que su confianza no es infundada: en medio del barrizal que parece la vida pública española contemporánea, hay una masa ingente de personas abnegadas y justas que mantienen en pie la sociedad. Esta fe de Cervantes no excluye un cierto escepticismo; él no predica el buenismo, sino una mirada afectuosa pero lúcida sobre la realidad, y este es el mejor regalo que nos podemos hacer en este momento.

La Abadía también ha ejercido todos estos años como cantera de profesionales del teatro. Algunos miembros del reparto ya estaban en el original o en otros de la misma época y usted dice que “los jóvenes actores de entonces son orgullosos dueños de su oficio hoy”.

Ha sido una labor muy importante para nosotros. Más allá del éxito de los espectáculos, hemos realizado este trabajo callado, encerrado, haciendo que el vino madure pacientemente en las botas.

¿Cuáles son las claves de la fórmula del éxito de La Abadía?

Son varios factores que puedo decir sin caer en la pretensión. Entre ellos, el trabajo callado y lleno de amor al teatro. Además, todo el trabajo de quienes nos han precedido. Sin el legado de esos grandes artistas, nuestro trabajo práctico en la escena estaría huérfano. Aparte de eso, creo que La Abadía ha estado y está bien gestionada, siempre hemos trabajado con los recursos justos, con subsidios al borde de lo imprescindible, y además por convicción. Concebí La Abadía como una casa de teatro de un formato entre medio y pequeño, con un equipo muy pequeño pero altísimamente motivado. Es una tropa de élite.

¿Ha notado mucho la crisis a la hora de levantar producciones propias?

Sí, claro. Los recortes se pueden entender, pero nadie entiende que una revista porno tenga un 4% de IVA y una obra de teatro, el 21%. El teatro rescata la memoria y hace accesible al público los tesoros de su lengua, que es el mayor patrimonio económico de España. La ceguera y el encono con que nuestro gobierno ha tratado la cultura son dignos de mejor causa. Lo digo con respeto y sin ánimo de herir, pero es así.

¿Con qué otros espectáculos van a celebrar su 20° aniversario en 2015?

Una casa de arte como La Abadía siempre está en continua fermentación. Hace unos años empezamos a hacer cursos de teatro para espectadores y eso se ha convertido en una mina. Este año vamos a hacer un espectáculo con ellos y le vamos a dar mucha importancia. También ha sido muy significativa la decisión de acoger el Teatro de la Ciudad, iniciativa de tres grandes directores [Andrés Lima, Miguel del Arco y Alfredo Sanzol] que tiene el mismo instinto reformador que tenía La Abadía cuando nació. Y también vamos a programar El invernadero, de Mario Gas. Me parecía imprescindible que La Abadía acogiera su trabajo después de su etapa en el Teatro Español. Por último, hemos empezado a celebrar el aniversario con Hacia la alegría, de Olivier Py, la primera coproducción de la Península Ibérica con el Festival de Avignon, el más grande del mundo.

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