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Fuente: Javier Yuste (elcultural.es)

David Larible (Verona, 1957), considerado como uno de los mejores payasos del mundo, vuelve al Teatro Circo Price tras el éxito cosechado en 2013 con su espectáculo El Clown. Y lo hace con un estreno mundial, Laribleando, la historia de un artista que se presenta a un casting más complejo de lo esperado. Sorpresa, sueños y risas conforman el cóctel que agita el italiano, galardonado con el Clown de Oro del Festival Internacional de Circo de Montercarlo, y que sirve a su público con gratitud y esmero. Larible atiende a El Cultural para repasar la importancia de España en su formación como payaso y para avisar de la importancia de dar rienda suelta de vez en cuando al niño que llevamos dentro.

Su nombre va acompañado normalmente de la siguiente leyenda: el mejor clown del mundo...
No es que me guste mucho pero bueno...

Supongo que tal calificativo conlleva una gran responsabilidad pero a la vez será una gran satisfacción...
Sí pero yo no pienso que sea el mejor y no lo digo por falsa modestia. Es algo que me pusieron y tengo que llevarlo conmigo, no puedo hacer nada.

El espectáculo que presenta se llama Laribleando... ¿Qué significado le da a este término?
Lariblear representa una manera de hacer espectáculo y de ver la vida sin tomarla muy en serio. Pero sobre todo consiste en buscar a ese niño que pervive en cada uno de nosotros, que nunca desaparece.

Sin embargo, algunas personas tienen a ese niño que fueron muy escondido...
El problema es que lo cubrimos con un cuerpo que crece y cambia, con unas actitudes que se modifican y una manera de pensar que vamos construyendo poco a poco. Sin embargo, ¿cuántos de nosotros, cuando pasamos por un pequeño parque, no sentimos las ganas de correr y subirnos a un columpio y dejarnos llevar? El problema es que nos reprimimos y sentimos vergüenza por lo que la gente pueda pensar... El payaso no le tiene miedo ni reprime al niño que lleva dentro, lo deja salir cada vez que puede. Y su objetivo es lograr que el público comprenda que eso que reprimimos, realmente, es la mejor parte de nosotros mismos.

¿De qué trata el espectáculo?
Tiene una historia sencilla porque dudo que el público quiera romperse la cabeza en mis espectáculos. Sin embargo, sigue una linea muy actual. Es la historia de un hombre que llega a un casting porque necesita trabajo, como mucha otras personas en estos días. Y en esta audición se enfrenta a las pruebas más improbables y variadas. Necesita un empleo de verdad y por ello está dispuesto a hacer cualquier cosa y, en su ingenuidad, cree que todo el público está ahí para pasar el casting y entonces se crean momentos muy chistosos y muy tiernos también.

¿Qué elementos le acompañan sobre el escenario?
Me acompaña, como en mi primer show, el pianista Stephan Kunz, que siempre viaja conmigo, y Andrea Ginestra, un actor italiano con el que ya he colaborado y que interpreta al señor que manda en el casting.

¿Por qué eligió Madrid para el estreno de este espectáculo?
La última vez que estuve aquí me recogieron tan bien y con tanto cariño que me sentía en deuda con los madrileños.

¿Qué tiene de especial para usted España?
Es una historia de muchos años. Mi padre trabajaba con frecuencia en España cuando yo era niño y gracias a ellos pude ver a unos payasos increibles como los hermanos Tonetti. Pepe Tonetti era mi ídolo máximo. Por eso siempre digo que como persona nací en Italia pero como payaso nací en España.Aquí se me sembró la semilla de querer ser payaso.

¿Cómo definiría su estilo como clown?
Mi payaso puede ser tierno y pícaro, inteligente y tonto... Depende de la situación porque el payaso, al final, representa lo que somos, representa al ser humano. También están las ganas de pasarlo bien y hacer reír a los demás. Mi personaje es un malabarista de emociones que busca conectar con las personas y tocar las cuerdas emotivas y emocionales. Un payaso no solo trata de causar la carcajada más grande, también te puede hacer pensar o te causa momentos de melancolía. Cualquier emoción es bonita y no tenemos que tener miedo de ellas...

¿Cuál es el reto diario más difícil para un clown?
Lo comentaba antes. Cuando te ponen ese título del mejor payaso tienes que probarlo noche tras noche y cada función es un reto, un examen... Sin embargo, no me cuesta porque lo hago con amor y eso el público lo percibe. Si cada uno de nosotros enfrentara su trabajo con amor y con dedicación, el mundo sería mucho mejor.

¿Generar sonrisas cobra mayor importancia en estos tiempos de crisis?
Sin duda. Me he dado cuenta de que antes la gente te felicitaba por el espectáculo y ahora ta dan las gracias. Es algo increíble, diferente... La gente te agradece el hecho de que, por un par de horas, les hagas olvidar sus problemas.

Y, ¿qué pone triste a David Larible?
Las injusticias que sufren los niños, que son lo más bonito, ingenuo y puro que tenemos. Son nuestro futuro y no podemos chantajearlo. Tenemos que darle atención a los niños, escucharlos y seguirlos. No me gusta que se sienten en un rincón con un juego o con el iphone y pasan así las horas. Necesitan que les hablen y les escuchen.
Fuente: Pilar Álvarez (elpais.com)

El hombre que entra como un torbellino por la puerta, al que muchos consideran “el mejor payaso del mundo”, parece más una estrella de rock que un cómico, así en la distancia corta. Camisa abierta, fular mínimo y unas gafas de espejo que cubren sus pequeños ojos turquesa con los que mira todo como si fuera nuevo. El italiano David Larible se deleita con los rayos del sol, con el olor de la lavanda que atrapa con las manos en la terraza de la cafetería y sigue la conversación como si dispusiera de todo el tiempo del mundo.
Hijo y padre de artistas circenses, Larible (Novara, Italia, 1957) se considera un “médico del espíritu”. Quizá sea considerado el mejor por ganar el Clown de Oro en el Festival Internacional de Circo de Montecarlo en 1999, algo así como el Oscar de su mundo. O por actuar ante 120.000 personas en un fin de semana en el Madison Square Garden de Nueva York. La etiqueta no le pesa: “Simplemente no me la creo”.
El clown vuelve al Circo Price de Madrid por aclamación tres meses después de su última actuación. Va a ser casi una maratón, con cinco sesiones concentradas en un fin de semana, los días 11 y 12 de mayo. Trabajar en tiempos de crisis es más difícil “y más necesario”, reflexiona justo antes de beberse el zumo en apenas dos sorbos. “Si piensa en la trayectoria de los más grandes, desde Chaplin a Oleg Popov, la explosión de su fama siempre coincidió con un periodo de carencias”, explica. “La gente ahora necesita circo, los Gobiernos deberían entenderlo y apoyarlo más”.
Si le nombraran presidente por un día, prohibiría los recortes presupuestarios en la cultura, impediría que los bancos “se quedaran con las casas de la gente” y vetaría las carreras políticassine die. Admira el paso que dio su paisano Beppe Grillo, el cómico que ha irrumpido en el panorama político italiano con el Movimiento 5 Estrellas (M5S). A él se lo han ofrecido varias veces, pero lo ve difícil: “Me da miedo transformarme en uno de ellos”. Le hace gracia que se utilice el término circo como metáfora de caos: “Imagine 150 personas que viajan y viven por el mundo en una carpa, no hay nada más organizado”. Y aún más que se emplee su profesión como un insulto. “El insulto debería ser decir político, no payaso”. Barre tanto para casa que considera incluso que el nepotismo que a veces se da en las instituciones no tiene cabida en la farándula: “No conozco a ningún payaso que se hiciera famoso por ser nieto, hijo o sobrino de alguien”.
Cuando era niño, le echaban de clase por hacer reír a los demás alumnos. De adolescente, el humor le servía para llevarse de calle a las chicas que se acercaban a ligar con sus primos “que eran mucho más guapitos”. Ahora la combinación de risa y seducción le interesa como motivo de estudio. “Todos los cómicos de la historia fueron poco agraciados, pero grandes seductores”. Admite con cierto pudor que también es su caso, pero se resiste a dar más detalles de sus indagaciones. Quiere escribir un libro y teme que le roben la idea. Con el vaso vacío y las tostadas intactas, defiende que sería necesario más contacto entre la gente: “Río mucho, lloro mucho, toco mucho... El miedo a lo políticamente correcto nos ha hecho demasiado daño”. Se despide con un abrazo que casi valdría para recolocar la columna vertebral.